¿Es ético contratar como profesores en una escuela de periodismo a periodistas involucrados en casos de corrupción o que manifiestan repulsión por el periodismo? ¿Cerrarles las puertas a estos periodistas es censura, o atentado contra la libertad?
Respuesta:
Los deberes de la universidad que forma periodistas, que no son solo los de ofrecer una plantilla de profesores y un pensum que den conocimientos técnicos. Tanto el pensum como la plantilla deben contemplar el objetivo de formar personas; o sea crear actitudes para un ejercicio profesional de excelencia.
Crear actitudes es una tarea que se cumple precariamente con la comunicación de teorías y de códigos. Más que cualquiera teoría, enseña el ejemplo personal, partiendo del principio de que la ética no se enseña, se comparte.
De muy poco sirven las técnicas periodísticas si no están atravesadas por una actitud, que es esa disposición interior que le da al ejercicio profesional una definida orientación ética de servicio a la sociedad a través de la información, por sobre cualquier interés personal o institucional.
Está muy bien que sean periodistas quienes ejerzan la docencia, pero han de ser periodistas con experiencia profesional y con pasión por su profesión ejercida de modo ejemplar.
La institución académica está en el deber de entregar su plantilla con docentes de ese perfil, y esta tarea de selección en nada afecta la libertad de opinión ni la de expresión. Cualquiera libertad tiene los límites que señala el derecho de los demás. Aquí están de por medio los derechos de los estudiantes a una formación de calidad y el derecho de la sociedad a tener unos periodistas de alta calidad personal y profesional.
Documentación
Uno de mis amigos y periodistas más admirados es Ignacio Ramonet, el reconocido director de Le Monde Diplomatique. Me dijo en una entrevista: “el mundo no es un sinsentido. Si el esfuerzo por entender lo que ocurre se traduce en ofrecer al lector una serie de elementos para que pueda hacerse una idea de lo que pasa, nosotros seguimos apostando por la razón. En el momento de esta entrevista, en 1991, si uno creía que el mundo no tenía sentido y que las cosas ocurren porque sí, más valía dedicarse a otra cosa y no al periodismo. Un simple accidente de automóvil esconde siempre una historia social que atrae el interés de la sociedad. No se trata de quedarse en el mero hecho de que el conductor iba borracho, sino preguntar ¿por qué iba borracho ese conductor? Preguntarse por qué pasa lo que pasa es la base de una curiosidad sin la cual no hay periodismo.
Un periodista no se cansa jamás de preguntar. Y ocurre que para preguntar hacen falta dos cosas: una, sentir curiosidad y otra, saber qué se quiere preguntar. Pasé tres años de mi vida profesional haciendo entrevistas, seis días a la semana.
Si uno no sabe quién es el entrevistado, no tendrá nada que preguntar. Las ganas de preguntar y de saber más, van relacionadas con lo que uno sabe. Hay que saber preguntar lo que hay que preguntar. ¿Y qué es lo que hay que preguntar? Ahí está uno de los meollos de este oficio.
La prueba de la pregunta sirve para identificar enseguida quién es periodista. La diferencia básica entre lo que pregunta un periodista y lo que puede preguntar una actriz, estriba en lo que Milán Kundera describe como "el derecho a exigir respuestas: ‘fíjese bien que Moisés no incluyó entre los diez mandamientos el de “No mentirás”.
Si la verdad es palabra que un hombre no debería decirle a otro si lo considera un igual, entre el que da órdenes y las recibe no hay una desigualdad tan radical como entre quien tiene derecho a exigir una respuesta y quien tiene la obligación de responder. Por eso el derecho a exigir una respuesta se otorgaba solo en circunstancias excepcionales.
En nuestras democracias el periodista es el personaje cuyo imperativo: ¡contesta!, si el interlocutor es funcionario, ha de ser astuto para escurrir el bulto de la respuesta. Ese poder del periodista puede estar justificado cuando las respuestas se trasladan honestamente a la sociedad, que es asumir una difícil responsabilidad. Todo lo cual nos lleva a la complejidad de un oficio al que una sola respuesta no puede bastarle. Esto es algo que en el oficio se aprende con el paso de los años y una vez te han engañado unas cuantas veces.
Margarita Riviere, en Periodista, Grijalbo. Barcelona, 1994. P. 28-29.