Ante las noticias falsas, ¿qué uso darle a las redes sociales para las próximas elecciones en Colombia?
31 de Octubre de 2017

Ante las noticias falsas, ¿qué uso darle a las redes sociales para las próximas elecciones en Colombia?

Foto: Pixabay.com/ TeroVesalainen - Compartida bajo licencia Creative Commons.

Soy redactor político y me pregunto cómo deberé actuar en las próximas campañas electorales cuando el uso de las redes sociales estará dominado por la mentira. ¿Desde la prensa escrita podremos hacer algo?

Respuesta:

Se reforzará, sin duda, el papel del periodismo que orienta. Este es el papel de siempre, intensificado en una coyuntura en la que, previsiblemente, candidatos y partidos utilizarán “todas las formas de lucha”, entre ellas, la mentira y el estímulo del odio y los sentimientos en detrimento de la inteligencia. En esta tempestad de vientos encontrados, el periodista debe ser y parecer equilibrado para examinar cuidadosamente una información que puede estar contaminada por la mentira. En la reciente campaña electoral alemana se comprobó que de cada diez noticias sobre la candidata Merkel, 7 eran falsas. El combate contra este tsunami de mentiras que golpeará la información preelectoral debe darse con la verificación rigurosa de cada noticia, mediante el recurso a las fuentes plurales y diversas y la voluntad firme de producir una información útil para todos los colombianos, sean del partido que sean.

Sería aconsejable producir una información de equipo, de modo que se puedan complementar las habilidades y conocimientos de todos, y ejercer una crítica de todos los materiales en grupo. El medio impreso debe ser, además, un eficaz veedor de los materiales que circulan por las redes sociales para defender a los electores de los intentos de engaño y del fomento del odio contra grupos enteros de personas. Un boletín permanente sobre esos materiales será una valiosa ayuda para usuarios de lo digital, generalmente inermes frente a los ataques del engaño y del odio manejado como arma electoral.

Documentación

"Citar lo más estúpido que cualquier político diga es una manera de explotar los instintos más bajos de la gente. Eso está enturbiando el mundo entero", denunció el fundador de Twitter. Cuando le preguntaron a Zuckerberg si Facebook había sido determinante en la elección de Trump, rechazó la idea como una "locura" y algo "extremadamente improbable". Sin embargo, la propia red social que dirige se jacta de ser una herramienta política decisiva en sus "casos de éxito" publicitarios, atribuyéndose un papel esencial en victorias de legisladores estadounidenses o en la mayoría absoluta de los conservadores británicos de 2015.

Salir de la burbuja

Se ha discutido mucho sobre su verdadero impacto desde que el activista Eli Pariser comenzara a advertir sobre el riesgo de las burbujas de opinión que estaban generando las redes. "Ese filtro, que termina reforzando nuestros propios argumentos, está siendo decisivo", advierte Gemma Galdon. Recientemente, la directora operativa de Facebook, Sheryl Sandberg, aseguró que la burbuja es menor en su plataforma que en los medios tradicionales (aunque negó tajantemente que su compañía pueda considerarse un medio). El 23% de los amigos de un usuario de Facebook tienen visiones políticas distintas de la suya, según Sandberg. "Sabemos que las dinámicas de Facebook favorecen el refuerzo de opiniones, que todo se exacerba porque buscamos la aprobación del grupo, porque podemos silenciar a la gente que no nos gusta, porque la herramienta nos da más de lo que nos gusta. Y eso genera mayor polaridad", asegura Esteban Moro. Como muestra, un botón: un estudio reciente de Pew mostraba que los políticos más extremistas tienen muchos más seguidores en Facebook que los moderados. "Vivimos en regiones de las redes sociales completamente cerradas, de las que es muy difícil salir", asegura. Y propone probar el experimento de sus compañeros del Media Lab del MIT que han desarrollado una herramienta, FlipFeed, que permite meterte en la burbuja de otro usuario de Twitter, viendo su timeline: "Es como si te cogieran en helicóptero y te soltaran en Texas siendo un votante de Trump. Así te das cuenta de hasta qué punto vivimos en un ecosistema de gente que piensa igual que nosotros". Lo cierto es que es el propio equipo de Trump quien reconoce que cabalgaron hacia la Casa Blanca a lomos de las redes sociales, aprovechando su masiva capacidad para alcanzar usuarios tremendamente específicos con mensajes casi personalizados. Como reveló una responsable del equipo digital de Trump en la BBC, Facebook, Twitter, YouTube y Google tenían trabajadores con despacho propio en el cuartel general republicano: "Nos estaban ayudando a utilizar la plataforma de la manera más eficaz posible. Cuando estás inyectando millones y millones de dólares a estas plataformas sociales [entre 70 y 85 millones en Facebook], recibes tratamiento preferencial, con representantes que se aseguran de satisfacer todas nuestras necesidades".

Y en eso aparecieron los rusos

La revelación de que Facebook permitió que se compraran, desde cuentas falsas ligadas a Moscú, 100.000 dólares en anuncios proTrump puso sobre la mesa el reverso tenebroso de la plataforma de Zuckerberg. Acosado por la opinión pública y el Congreso de EE.UU., reconoció que estos anuncios habían alcanzado a 10 millones de usuarios. Sin embargo, un especialista de la Universidad de Columbia, Jonathan Albright, calculó que la cifra real debió ser de al menos el doble, al margen de que gran parte de su difusión habría sido orgánica, es decir, viralizando de forma natural y no solo por patrocinio. ¿La respuesta de Facebook? Borrar todo rastro. Y cortar el grifo para futuras investigaciones. "Nunca más podrá, él o cualquier otro investigador, realizar el tipo de análisis que hizo unos días antes", publicó The Washington Post hace una semana. "Son datos de interés público", se quejó Albright al descubrir que Facebook había tapado la penúltima rendija por la que se podían asomar los investigadores a la realidad de lo que sucede dentro de la poderosa compañía.

Javier Salas, El País, Madrid. P. 25-10-17.

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