¿Cómo seleccionar las fuentes para ofrecer la mejor información?
13 de Septiembre de 2017

¿Cómo seleccionar las fuentes para ofrecer la mejor información?

Foto: Pixabay.com/ Geralt. Compartida bajo licencia Creative Commons.

¿Los comentarios de Popeye (un asociado a Pablo Escobar, hoy en libertad) sobre la coyuntura nacional, merecen el eco que les dan los medios? Pero si no se publican, ¿el periodista obra mal? Igual sucede con comentarios de personajes conocidos que no afectan al público.

Respuesta: 

La selección de las fuentes debe estar guiada por la voluntad de ofrecerles a los receptores la mejor información, por esta razón las recomendaciones técnicas exigen que la fuente sea idónea, es decir, que su conocimiento del tema aporte elementos de juicio válidos para tener un conocimiento completo de los hechos.

La fuente, además, debe ser creíble, esto es, tan independiente y desligada de intereses, que su información pueda ser aceptada sin dudas por las audiencias.

Como se ve, el servicio que se cumple con la audiencia es el primer objetivo para la selección de las fuentes y de las demás tareas relacionadas con la noticia.

Interfieren ese objetivo las intencionalidades no compatibles con él. Si lo que se busca, por ejemplo, es aprovechar la curiosidad pública sobre la fuente, es claro que el servicio al público está viciado porque no se busca su información sino atender a su curiosidad. Tal es el objetivo distorsionado de los que al informar solo se proponen entretener para cautivar audiencias, pero no para prestar el servicio de informar. Esta es la razón por la que en los medios serios la información económica está a cargo de periodistas especializados en esa disciplina y conocedores del tema; lo mismo sucede con la información política, o la deportiva, o la cultural, o de salud. En cualquier caso, la fuente es una ayuda para el periodista por su contribución al conocimiento de la verdad.

Documentación

Hay una humildad que consiste en andar en la verdad y nadie la ha formulado mejor que santa Teresa: "andemos en verdad delante de Dios y de las gentes…Dios es suma verdad y la humildad es andar en verdad”. El periodista tendrá aquella amorosa humildad de dejar que las cosas digan su propia palabra, que su pluma sirva de trampolín para que ellas salten enteras y verdaderas ante los ojos del lector, sin ninguna añadidura o recorte que altere o limite su espesor. Todo lo real, por mínimo que sea, tiene una secreta grandeza que Dios le confiere. Hay un resplandor de las cosas por sí mismas que no necesita sino ser recogido en su integridad. Si es verdad que la realidad hay que alumbrarla para que tenga palabra, esta tiene que ser una humilde servidora, no encubridora, no transformadora de aquella. El encubrimiento de la realidad lleva consigo dos efectos mortales: para el periodista le sustrae el ámbito benéfico de la verdad, y para los lectores termina enajenándolos a la realidad y con ello a su propia verdad.

Con esto quiero decir que el problema no es solo saber escribir sino sobre todo, conocer los contenidos de un ámbito del ser de la situación, de la vida humana.

Hay dos profesiones imposibles e irrealizables: la de periodista y la de pedagogo tal como hoy están programadas en nuestro país. Solo sabe enseñar quien conoce un orden de realidades y ama a las personas. Solo sabe escribir quien conoce un universo específico y quiere introducir a las personas en él. La técnica y el método son secundarios y saltan por necesidad en el alma de quien sabe y ama. ¡Qué trivialización absoluta la de quien sabe cómo enseñar y no tiene nada qué transmitir ¡Qué pobreza absoluta la del periodista que entrevista una persona ignorando todo el mundo, que para esta es su mundo, su pasión y su cultivo! Se me dirá que en un periódico de provincia con tres redactores tiene que cubrir todos los campos. Quizás tenga que ser así. Pero entonces, ¿sabrán preguntar a quien sabe?, ¿tendrán capacidad de escuchar, calma para leer e ilusión para informarse a sí mismos, antes  de intentar informar a los demás?

Olegario González de Cardenal en Éticas de la información. Tecnos, Madrid, 1995. P. 340-341

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