Es esta una sociedad cristiana, ¿por qué tanto odio al prójimo?
Respuesta:
La respuesta más simple es que en la medida en que una sociedad admite el odio y convive con él, esa sociedad deja de ser cristiana.
Dicho de otra manera: nunca una sociedad odia por ser cristiana.
Han falseado el cristianismo todos los que de una manera u otra han legitimado el odio, sea a un partido político: los liberales, los comunistas, los conservadores, ahora los uribistas, o los santistas. Nunca las convicciones o las adhesiones políticas legitiman el odio.
Tampoco las religiosas y mucho menos la afición a un equipo de fútbol, o la condición social o la raza o el rango social o económico. En últimas: nada ni nadie puede ser objeto de odio. Ni los malos: se condena el mal pero no al malo.
Desde el punto de vista ético, el otro, cualquiera que él sea, es el punto de partida para el ejercicio de la ética, sea que esta se entienda como obediencia a unas normas contenidas en códigos, o que se le tenga como obediencia al impulso humano hacia la excelencia.
Ni las normas, ni ese impulso legitiman el odio; tampoco los principios cristianos.
Volvemos, por tanto, a la afirmación inicial: nadie odia por su condición de cristiano ni en nombre de ética alguna.
El odio, como regreso a lo peor de la condición humana, puede ser impulsado por presiones económicas, políticas, de poder o por obediencia a lo irracional del hombre. Este regreso es el que promueven como mecanismo electoral las campañas políticas que manipulan, en su favor, lo irracional. Lo mismo puede darse, y ha ocurrido en la historia, en movimientos religiosos, en gobiernos o en nacionalismos. Todos han descubierto el ecumenismo y la eficacia del odio.
Documentación
Tanto los evangélicos como los católicos integristas condenan el ecumenismo tradicional y, sin embargo, promueven un ecumenismo del conflicto que los une en el sueño nostálgico de un Estado de rasgos teocráticos.
La perspectiva más peligrosa de este extraño ecumenismo puede adscribirse a su visión xenófoba e islamófoba, que invoca muros y deportaciones purificadoras. La palabra «ecumenismo» se traduce así en una paradoja, en un «ecumenismo del odio». La intolerancia es marca celestial de purismo, el reduccionismo es metodología exegética y el ultraliteralismo es su clave hermenéutica.
Es clara la enorme diferencia que hay entre estos conceptos y el ecumenismo alentado por el papa Francisco con varios referentes cristianos y de otras confesiones religiosas, que se mueve en la línea de la inclusión, de la paz, del encuentro y de los puentes. Este fenómeno de ecumenismos opuestos, con percepciones contrapuestas de la fe y visiones del mundo en que las religiones desarrollan papeles inconciliables es, tal vez, el aspecto más desconocido y al mismo tiempo más dramático de la difusión del fundamentalismo integrista. A este nivel se comprende el significado histórico del compromiso del Papa contra los «muros» y contra toda forma de «guerra de religión».
Antonio Spadaro: La Civilta Cattolica: El ecumenismo del odio.