Quiero ver desde la ética ese periodismo que le da prioridad total a lo trágico y negativo. El petardo que explota, como sucedió esta semana, el accidente de tránsito, el atraco, la violación. Esto se ha condenado de mil maneras, pero ¿cuál es el criterio ético sobre esto?
Respuesta:
En las redacciones de los medios luchan por imponerse dos lógicas: la del negociante y la del profesional periodista.
Al negociante le interesa vender y al profesional introducir en la sociedad dinámicas de cambio a través de la información
El negociante vende ejemplares de su publicación, o genera puntos de sintonía que convierte en publicidad, mientras el periodista construye credibilidad e influencia.
En esta pugna el negociante se vale de la noticia vendedora y el periodista de la noticia que, al educar, influye.
Se trata, por tanto, de trabajar para el servicio de los receptores como máxima prioridad, que subordina cualquier otro objetivo de negocio, de interés político o personal.
La prevalencia de lo sensacional indica que el medio de comunicación trabaja para sí, alejado de los criterios de servicio para toda la sociedad
Esta es la razón de fondo que explica la práctica extendida de atraer audiencias con el recurso a informaciones excitantes y negativas. El apremio económico ve en ellas una solución, mientras la noticia de calidad que es la que busca cambiar algo todos los días, va a la inteligencia con una apariencia y un contenido más gris y menos excitante.
El periodista con mayor sensibilidad de servicio público, escogerá, sin dudarlo, la información y el tratamiento que garanticen una mayor comprensión de lo que sucede; el objetivo de excitar más corre por cuenta de los negociantes.
Documentación
Uno de nuestros males como sociedad es que nos hemos acostumbrado a las noticias embriagantes. A las noticias excitantes, prendemos el televisor cada noche, no esperando que se nos diga lo que está funcionando bien, qué esfuerzos se hacen, sino que atrocidades espectaculares, qué amenazas escalofriantes se ciernen sobre nuestras cabezas. El mal, por supuesto, está en la sociedad toda, ´pero también hay una suerte de colaboración entre quienes esperan las noticias, quienes las protagonizan y quienes las transmiten. Cierta vez el director de un gran periódico nacional dijo que le parecería muy tedioso vivir en uno de esos países donde hay un muerto cada seis meses.
Estas afirmaciones en alguien que vende millones de periódicos pueden resultar impúdicas. Aunque pueden estar bien en un novelista. Recuerdo que Chesterton dijo alguna vez que una novela, para ser buena, necesitaba un muerto. “Una novela donde no haya un muerto, añadió, me parece falta de vida”. Pero hay una diferencia muy importante entre arte y realidad y más vale no confundirlos. Goethe se preguntaba por qué será que lo que nos repugna en la vida nos fascina en el arte. Y yo creo haber encontrado la respuesta leyendo unos argumentos de san Agustín sobre el lenguaje:” es que lo mejor que tiene la palabra “perro”, decía san Agustín- es que no muerde. Y lo mejor que tiene la palabra basura es que no huele mal”. En el arte los hechos están despojados de se peligrosidad brutal porque están inscritos en un orden estético y un ritmo revelador que nos ayudan a la comprensión y nos fortalecen frente a ellos. El periodismo no se propone ser una obras de arte en ese sentido, y si bien no puede impedir que ocurran los hechos lamentables de una guerra que tiene su o rigen en muchas malignidades y muchas injusticias, también es responsable, en parte, del orden mental que impera en la sociedad, del sistema de valores que la rige y del tipo de importancia que se concede a las obras de la barbarie y a las obras de la civilización.
Creo que la profesión, que los grandes medios, que la pedagogía profesional están en mora de plantearse las responsabilidades que sí están en condiciones de asumir. Si se puede o no crear pautas para que al menos los esfuerzos de entendimiento, de civilización, de convivencia, de creación, tengan tanto papel protagónico como los trabajos de la muerte, de la intolerancia y de la arrogancia criminal. Si vamos a seguir cosniderando importante sobre todo lo que lesiona, vulnera y destruye, o si también le concederemos importancia lo que crea y piensa, a lo que conviene y descubre, a lo que sosiega e inventa.
William Ospina en Otros desafíos para el periodismo. Medios para la paz, boletín 185, 29-07-2000.