El pasado sábado publiqué en el sitio web de Los Medios Públicos del Ecuador una nota sobre Venezuela, de la agencia AFP (tenemos un acuerdo para usar su material). Me escribió alguien de la Secretaría de Comunicación para reclamarme por el enfoque de la nota y la decisión de publicarla y no le contesté. Esa persona se comunicó con el gerente del canal a través de un tercero (quien le facilitó las cosas y presumo es de aquí mismo) y el gerente terminó llamándome la atención ayer y me pidió que no la saque. Mañana jueves tengo una reunión con él y quiero defender la decisión de haber publicado la nota, que va acompañada de una foto de una persona (a quien no se ve la cara) con una bolsa de comida de las que entrega el gobierno de Maduro.
Respuesta: El deber ser del periodista es claro: servir a la sociedad representada en el receptor, a través de la información.
Así el periodista aporta la materia prima de las decisiones, que son el sustento y estímulo de la libertad.
Cualquiera alteración de ese objetivo produce, entre otros, estos efectos:
- La degradación de la profesión y del profesional;
- Negarle a la sociedad un derecho que se le debe: una información independiente.
En su trabajo diario el periodista debe desplegar unas capacidades técnicas para obtener y comunicar esa información; pero, además, una voluntad firme y obstinada para que esa información llegue al receptor a pesar de las posibles interferencias e intereses en contrario de los agentes del poder.
Como esos intereses se hacen omnipresentes y permanentes, esto quiere decir que el del periodista es un trabajo y una lucha de todos los días que no solo obliga a la calidad técnica sino, y sobre todo, a superar esos obstáculos para llegar al receptor con la información necesaria para el ejercicio de su libertad.
Aparentemente desalentador, este panorama del ejercicio profesional configura el reto que plantea el hecho de ser periodista, que nunca es fácil porque lo enfrenta con los poderes: el económico, de su medio; los intereses políticos o de prestigio de gerentes, directores, accionistas y patrocinadores de su medio y, como si fuera poco, el afán de los gobiernos y de las instituciones por ejercer control sobre la información que debe ser libre. Es una dispendiosa tarea pero es la que le da dignidad a esta profesión.
Documentación
Para describir al periodista ético como a un humanista que dice la verdad, que busca la justicia y protege la libertad como un administrador fiel a su oficio, puede provocar incredulidad. Para las mentes modernas tal descripción de una ocupación puede parecer arrogante y poco práctica Ningún periodista viviente y ninguno de los grandes que ya se han ido pudieron haber ajustado todas sus decisiones a los principios de la profesión, pero la razón no se encuentra en los principios sino en el hecho de nuestra humanidad. Esta observación elemental puede ayudar a distinguir entre la clara necesidad del periodismo de principios éticos y la distribución poco idedal de virtudes humanas: sabiduría, coraje, equilibrio, justicia, necesarias para llevarlos a cabo.
Esta calificación no debe necesariamente ocultar las razones de aliento. Un equipo de investigadores que el desarrollo moral y el sistema de creencias de los periodistas a fines de los años 70 concluyeron su estudio con un juicio de valor:
La mayor proporción de nuestros periodistas parece haber considerado seriamente sus compromisos profesionales. Mientras más hayan permanecido en el trabajo, más probabilidades tienen de tener una mente abierta y de ser responsables por convicción. La mayoría no es sino cascarrabias, cínicos y de mente estrecha, que la retórica popular nos dice que encontraremos en forma predominante.
Investigadores como William Perry jr han descubierto un fundamento empírico para un esquema de desarrollo intelectual y ético que parece tanto realista como esperanzador para contrarrestar los padecimientos morales de nuestro siglo.
Es la creencia de que cada persona debe construir su propio telar.
Edmond Lambeth en Periodismo Comprometido. Editorial Limusa Noriega, editores, México 1992. P. 50.