¿Qué es la ética periodística? ¿Por qué es importante? ¿En qué tipo de noticias se tiene en cuenta la ética en mayor proporción?
La ética de los periodistas es el conjunto de valores que definen la naturaleza de su profesión. A partir de esos valores, como metas de acción, los periodistas se proponen normas de conducta que, aplicadas a la práctica diaria dan por resultado un periodismo ético, es decir, obediente a la naturaleza de la profesión.
Estos valores le dan dignidad y calidad al ejercicio profesional, por tanto se tienen en cuenta en toda clase de informaciones. Resultan de especial urgencia en las informaciones que involucran los máximos intereses de la sociedad, que es el caso de las noticias sobre paz o guerra, o sobre asuntos políticos, por cuanto exigen una mayor responsabilidad y una máxima fidelidad al compromiso con la verdad.
Documentación.
Quien ingresa en una profesión puede tener motivos muy diversos para hacerlo: desde costearse una supervivencia digna hasta enriquecerse, desde cobrar una identidad social a conseguir un cierto o gran prestigio. Pero, sea cual fuere su motivación personal, lo cierto es que al ingresar en la profesión debe asumir también la meta que le da sentido. No pueden un médico o una enfermera justificar su negligencia, ni un abogado sus trampas, alegando que, a fin de cuentas, entraron en ese mundillo por ganar dinero y no por promover la salud o hacer posible una connivencia más justa. Los motivos, conviene recordarlo, sólo se convierten en razones cuando concuerdan con las metas de la profesión. Y no puede una comisión universitaria dar la plaza a quien tiene menos méritos que otros, alegando que es el de la casa, ni puede quien valora proyectos o peticiones de becas dar las notas más bajas a quienes no son de los suyos. Los motivos individuales no son razones, no se convierten en argumentos, si no tienen por base las exigencias de la meta profesional.
Cuando los motivos desplazan a las razones, cuando la arbitrariedad impera sobre los argumentos legítimos, se corrompe una profesión y deja de ofrecer los bienes que solo ella puede ofrecer y que son indispensables para promover una vida humana digna. Con lo cual pierde su auténtico sentido y su legitimidad social.
Por eso importa revitalizar las profesiones recordando cuáles son sus fines legítimos y qué hábitos es preciso desarrollar para alcanzarlos. A esos hábitos los llamamos virtudes, y los griegos les ponían el nombre de aretai, esto es excelencias. Excelente era para el mundo griego el que destacaba con respecto a sus compañeros en el ejercicio de una actividad. Excelente sería aquí el que compite consigno mismo para ofrecer un buen producto profesional el que no se conforma con la mediocridad de quien, únicamente, aspira a eludir acusaciones legales de negligencia.
Frente al ethos burocrático, de quien se atiene al mínimo legal, pide el ethos profesional, la excelencia, porque su compromiso fundamental no es el que liga a la burocracia, sino a las personas concretas, a las personas de carne y hueso, cuyo beneficio da sentido a cualquier actividad e institución social. Es tiempo, pues, de no despreciar la vida corriente, sino de introducir en ella la aspiración a la excelencia no de despreciar la excelencia, apostando por la mediocridad, sino de universalizar la aristocracia.
Adela Cortina.
En Hasta un Pueblo de Demonios.Taurus, Buenos Aires. 1998.