Yo era estudiante cuando hubo un escándalo en mi país porque un periódico publicó la lista de unos periodistas que recibían coima del Tribunal Nacional de Elecciones. El tema se discutió en clase y quedó la idea de que se había faltado a la solidaridad entre colegas porque, decían, "perro no come perro." Ante un caso parecido vuelvo a pensar en esto: ¿debe prevalecer la lealtad para con los colegas? Usted alude a un caso que documentó en su momento la revista Pulso, en su número 14, de abril-junio de 1993. En un taller que John Vertue dirigió en Guatemala preguntó a los periodistas qué harían si, como jefes de redacción, hubieran recibido esa lista.
De entre 20 periodistas participantes en el taller, cinco escogieron esta opción: Publicar un artículo dando los nombres de los periodistas y anunciando la política del diario de despedir a cualquier reportero que acepte esos pagos.
Estos cinco periodistas demostraron la mayor sensibilidad ética ante el caso porque
Antepusieron el interés del lector a cualquier otro interés. El lector tenía derecho a conocer las prácticas del Tribunal Nacional de Elecciones y a saber cuáles son los periodistas que venden su independencia.
Privilegiaron el derecho del lector a recibir una información no contaminada, sobre cualquier otro derecho.
Comprendieron que la credibilidad del gremio es un bien de los periodistas y de la sociedad que debe defenderse contra estas prácticas.
Entendieron que en este caso no se trataba de solidaridad. Un silencio en situaciones como esta equivale a una complicidad.
Vilma Gloria Rosales fue la jefa de redacción que autorizó la publicación de la lista, y en la revista Pulso expuso sus razones.
Documentación.
Cuando un periodista se me acercó para decirme que tenía pruebas de un acto de corrupción de periodistas, en ningún momento se me cruzó por la mente hacer una consideración especial por tratarse de colegas. La única diferencia fue que, por referirse la noticia a periodistas, antes de darle curso decidí informar al director del diario, más que todo por las consecuencias que podrían derivarse de la publicación.
Por otro lado me sorprendió el arresto y temple del periodista que me llevó la información. Se me presentó como un hecho consumado: por su propia iniciativa había realizado trámites legales para enviar un precedente en el organismo electoral por cuanto esta entidad lo había incluido en la lista de los "gratificados," según una nueva práctica consistente en meter en las listas del deshonor a periodistas honestos para tratar de mostrar que todos los que cubren una fuente aceptan dádivas.
El seguimiento de la noticia fue igual que en otros sucesos aunque en esta ocasión hubo que recurrir a otra clase de protagonistas: los jefes de redacción de los medios involucrados. ¿Qué tenían ellos que decir sobre la conducta de sus subordinados?
"¿Me lo está preguntado, para publicar?" preguntó sorprendido un jefe de redacción cuando se le pidió su comentario sobre el hecho de que dos de sus periodistas estaban a sueldo del tribunal electoral.
Algunos de los editores intentaron evadir la responsabilidad de ser protagonistas del hecho. Hubo medios que guardaron un completo silencio. En un buen porcentaje de miembros del gremio operó el concepto de "falsa solidaridad:" "no hay que echarnos lodo nosotros mismos," comentaron algunos.Lo más importante es que por primera vez se ventiló públicamente lo referente a la ética profesional de los periodistas, un asunto que hasta entonces constituía un tabú.
Los dueños de los medios y ejecutivos comprenderán algún día que permitir y promover esta clase de prácticas no solo atenta contra la democracia, sino contra la propia reputación de la empresa periodística. El profesionalismo de los periodistas aumenta la competencia entre los medios. Pero con periodistas "corruptos" ningún medio está en capacidad de competir.
Vilma Gloria Rosales
En
Pulso, n. 14, página 13. Abril-junio 1993.