Consultorio Ético de la Fundación Gabo
29 de Septiembre de 2016

Consultorio Ético de la Fundación Gabo

¿Qué significa la frase: "el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente"? Entre las muchas formas de concebir el poder destaco dos: la que considera el poder como la capacidad de unir voluntades y de orientarlas hacia la consecución de un objetivo común y la que ve el poder como una fuerza que se impone sobre los demás y les dicta su voluntad. La expresión de Lord Acton sobre la naturaleza corruptora del poder tiene como trasfondo la segunda definición. Siempre resultará abusivo el manejo de la fuerza para imponerse sobre los demás: de allí se seguirán todos los actos de violación de los derechos de las demás personas pero como una maldición agregada al abuso sobre los demás, aparecen los atentados contra lo público y contra los bienes particulares, estimulados por la ilusoria sensación de quienes disfrutan del poder, de estar por encima de toda norma, ley o
El valor ético de la independencia, aplicado al quehacer periodístico, sitúa al periodista en el extremo opuesto al poder, como antipoder, no sólo por la amenaza potencial que representa para la sociedad la dinámica corruptora del poder, sino por su carácter contaminante para quien, por oficio, está al servicio del bien común. De ahí el consejo contenido en los códigos de ética periodística para que el periodismo no se ejerza como un poder sino como un servicio.

Documentación.

La forma más antigua de mitificación del poder es la pretensión divina o cuasidivina del gobernante. La hierocracia, el culto divino al Emperador, la pretensión de que una dinastía determinada descienda de los dioses o haya sido expresamente designada por ellos para reinar, son sus variantes primitivas. La forma moderna de tal género de mitificación es la teoría del origen divino del poder, cuando se concibe como radicado en la institución monárquica: Dios habría querido positivamente la monarquía y, por consiguiente, los reyes lo serían, providencialmente, de derecho divino.
La tradición, es decir la inmemorialidad, como fuente de poder es otra forma de mitificación, no lejana de la anterior. Si aquella se presenta con una pretensión sobrenatural, ésta es natural en el sentido más fuerte de la palabra: inconmovible como una ley del cosmos, como lo que siempre ha sido así.
La sacralización del poder en las formas anteriores es, por decirlo así, de estilo católico. Análogamente a como la gracia divina desciende a los hombres a través de la institución eclesiástica y de los canales sacramentales, también el poder temporal y la correspondiente gracia de estado de su titular, el Rey, fluiría a través de la dinastía. Pero frente a esta concepción cabe otra no eclesial, sino profética, no católica, sino protestante. Es la llamada por Max Weber concepción carismática, que por su carácter más democrático, puesto que el elegido sale del pueblo, en vez de proceder de una casta, está más cerca de la dinástica de la sensibilidad actual.
Puede ocurrir que el poder por el poder se convierta en fin. Entonces estamos ante el desnudo impulso de dominación, ante la pura voluntad de poder o afirmación de sí mismo sobre los otros. Esta sustantivación del poder no lo vuelve necesariamente ciego, al contrario, puede hacerle cobrar un cierto voluntarismo que se sirve de la inteligencia para su acrecentamiento. Por eso ha podido hablar Guardini del carácter demónico en sentido griego, es decir ambíguo y moralmente ambivalente, del poder De lo demónico a lo demoníaco no hay, semánticamente mucho trecho. Por esto con frecuencia, a lo largo de la historia, se ha considerado al poder como un mal, como una tentación, cuando menos y, a veces, como un pecado. Pecado necesario y que, por lo mismo, debe ser reducido a un mínimum, mediante l

José Luís Aranguren
En Etica y Política. Ediciones Orbis. Barcelona, 1985Pág. 184-185

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