Un columnista acaba de pedir severos controles del gobierno para internet, por la gran cantidad de pornografía que allí se encuentra. Pero ¿dónde queda la libertad de expresión? El caso propuesto plantea temas importantes:
¿Qué controles puede imponerle un gobierno a internet? Si son de carácter técnico, ya está visto que son ineficaces y que, aún en el caso de hallarse y aplicarse los mejores, no tendrían la eficacia necesaria para evitar ser burlados.
Si son de carácter legal, por ejemplo la obligación de obtener una licencia, tal disposición corre el peligro de perder eficacia o por las repetidas violaciones impunes, o por el cambio de condiciones de una tecnología en desarrollo. A este control está ligado el de contenidos que plantea dificultades conceptuales.
¿Qué es la pornografía? Suele definirse como lo que es ofensivo para los sentidos o para las sensibilidades pero a partir de esa descripción la pregunta que se hacen los que investigan este tema es si la pornografía es de por sí un daño. La respuesta es que lo pornográfico depende de la mente de quien lo percibe, por tanto no es daño, porque lo dañino hace mal aún si no se lo percibe. Esto nos lleva a un tercer tema.
¿Cuál es el papel del gobierno en todo esto? Está visto que enfrentar a internet con medios técnicos de control es una guerra perdida de antemano y que los controles legales son de alcance limitado. Sin embargo a los gobiernos les corresponde la defensa del bien común, aún en estas materias. Es el punto en el que surge la obligación de crear las condiciones de defensa de los valores que amenazaría la pornografía por internet o sea un proyecto educativo que permita, lo mismo que en el caso de la televisión y de los demás medios de comunicación, una formación de receptores activos y críticos tarea ambiciosa y exigente que no rinde frutos a corto plazo pero que sí garantiza una respuesta integral de promoción e incremento de valores indispensables para la sociedad.
Documentación.
La decisión contra el control de internet parece tan concluyente como estos argumentos:
Primero está la cuestión de la practicabilidad. No se trata simplemente de la disponibilidad de medios tecnológicos. Dada la naturaleza de internet hay obstáculos técnicos para su control, pero podrían ser superados. Sin embargo, una vez en el contexto de las posibilidades políticas, las relaciones internacionales y el despliegue de los recursos del gobierno, la viabilidad de controlar la red se desvanece enormemente. Esto nos debería alarmar solamente si existen razones para preocuparse por los contenidos que internet produce y disemina. Los más obviamente dañinos, las recetas para fabricar bombas y cosas por el estilo, son algo espantoso, pero se dan en otros medios y no hay razón para pensar que internet sea tan peculiar que no se le puedan aplicar los controles actuales. El caso de l
¿Cómo podremos contentarnos con un resultado tan negativo? Una manera de tranquilizarnos es recordar que solo existe base para una inquietud moral, que no es lo que las gentes pueden hacerle a los demás, sino en qué tipo de gentes se están convirtiendo. El miedo que provoca internet no se basa tanto en la perspectiva del libertinaje sino de la inutilidad. ¿Es este el tipo de gente y el tipo de sociedad que queremos llegar a ser? Y surge en este punto una gama adicional de preguntas: ¿ha de ser considerado internet una extensión y, probablemente, una corrupción de la sociedad tal como la conocemos, o presenta la posibilidad de nuevas formas de sociedad y comunidad?
Gordon Graham.
Internet. Frónesis, Cátedra Universitat de Valencia. Madrid, 2001. P. 128-129.