Soy uno de los muchos periodistas que ven en Gabriel García Márquez un modelo; pero cuando leo sus crónicas (Vg Crónica de un secuestro) me pregunto: ¿todo es verdad? Porque tantos son los detalles que uno cree estar leyendo una novela y no la sobria descripción de la realidad. ¿Cuál es el ideal ética? Las mismas preguntas revelan que en el fondo del tema hay una discusión más fundamentalista que real. Hay que recordar que la realidad no es tan rígida como una fórmula matemática; lo real desborda todas las rigideces de lo que tiene que ser así.
Cuando uno lee la biografía de Gerald Martin sobre Gabo encuentra a lo largo del libro un cuestionamiento sobre la veracidad de Gabo, negada por su padre de modo brutal; puesta duda en episodios que el autor va ensartando e insertando en el relato de modo que uno llega a la conclusión de que en toda esta polémica se da por hecho:
Que un periodista puede y debe decir la verdad y solo la verdad de los hechos. Afirmación retórica que no corresponde a la realidad más común: que las verdades del periodista son provisionales y solo fragmentarias. Que las verdades del periodista tienen que ser como mariposas disecadas: ahí están rígidas e inmodificables, pero la experiencia dice que se trata de algo tan fluyente y cambiante como las aguas de un río. A la luz de esto, ¿tiene tanta importancia el detalle secundario que no altera la esencia de un hecho pero que sí lo hace atractivo y comprensible? El trabajo del periodista no es el de reflejar la realidad como un espejo que no altera nada, salvo que sea espejo deformante de circo. El periodista no es espejo, es un ser humano que en beneficio de sus lectores y en razón de su naturaleza, altera la realidad para intensificarla mediante la inclusión de este hecho y no de otros; mediante el enfoque del hecho a partir del dato que le sirve de punto de partida, o primer párrafo; o a través de elementos secundarios: clima, luces, olores, colores, sonidos que no alteran esencialmente el hecho.
Creen los polemistas que la objetividad es posible. Una afirmación imposible de sostener. Por eso Victoria Camps (El Malestar de la Vida Pública) sostiene que al periodista no ha de preocuparle ser objetivo sino ser honesto.
Los que estudian la obra de Gabriel aparecen confusos cuando se trata de definir el papel de la realidad y de la fantasía en sus obras. ¿Era un fabulador o era el devoto de la realidad que decía ser? El problema había ocupado a los periodistas escritores del Nuevo Periodismo en los Estados Unidos que, finalmente, habían acuñado el término de novela de no ficción para clasificar obras como A sangre fría o La canción del verdugo, en donde la fuerza de la realidad era tal que los lectores acababan dictaminando que tanto vigor solo cabía en la ficción.
Ni los lectores de esos libros, ni los de Gabriel podían imaginar que la fantasía pudiera estar al servicio de la realidad, ni que la realidad pudiera transmutarse en una fábula. Lo usual y ordinario es que la ficción altera la realidad y que las fábulas, con autonomía propia, desfiguran la realidad de modo que el fabulador que, contra las reglas establecidas pretendiera que la fábula es real, sería apedreado como mentiroso.
En Gabriel es notoria la pasión por la exactitud. Lo recuerdan sus fuentes. Para Noticia de un secuestro, tras las entrevistas, hubo otros encuentros personales o telefónicos para comprobar o precisar un nombre, un dato, un hecho; además, les llegó copia del original de la obra antes de la impresión, con el pedido personal del reportero para que le ayudaran a encontrar inexactitudes en el texto. Anota Bastenier, el periodista de El País de Madrid, que los escritos de Gabriel se entreveran hasta formar un tejido señero de la literatura periodística, las cosas que pasan y la ficción. Deslumbrado el español pregunta: ¿no son acaso lo mismo? ¿Dónde se subleva la realidad contra la fantasía?
No hay sublevación, porque la fantasía ha sido puesta al servicio de la realidad, para mostrar sus dimensiones ocultas. El realista, como el científico, se equivoca cuando pretende que su conocimiento abarca toda la realidad. Su extrema fe en los instrumentos del conocimiento le hace creer que más allá de su visión de la realidad nada más existe. Fabulistas como Gabriel, que se apoyan en lo real con lealtad a toda prueba, son capaces de mirar lo real con otros ojos. Y de encontrar lo que existe más allá de lo real. Es cuestión de mirada.
De esto tuvo una prueba el marinero Velasco cuando se propuso obtener dinero basado en una presunta autoría de Relato de un náufrago. El defensor de los derechos de Gabriel, el abogado Alfonso Gómez Méndez, pidió en el juicio una prueba simple y le propuso al marinero redactar un pequeño párrafo con la descripción del momento en que una ola llega y muere en la playa, una realidad mil veces vista. El intento del hombre fracasó cuando su redacción burda se comparó con el texto del libro y se comprobó que no era un problema de redacción sino de mirada, el que hacía la abismal diferencia: el escritor veía más allá de lo que registraban los ojos del marinero.
Las diferencias de mirada no son solo de enfoque, de ángulo o de luminosidad. Hay miradas que no ven, la del fabulador es una mirada que ve lo que otros no logran ver.
Documentación
García Márquez entendió el periodismo en clave cervantina. Los datos que el mundo pone frente a Don Quijote son arbitrarios, abigarrados caóticos; se trata de noticias. Desde su perspectiva la época ha enloquecido; desde la perspectiva de la época él ha enloquecido. Gracias a este desfase, todo se comprende dos veces, con la mirada alucinada del Quijote, y con la sensatez del entorno. El resultado es la literatura moderna. A los 53 años Alonso Quijano concluye su lectura de lector absoluto, transformando la realidad en libro. A los 19 años García Márquez inicia su aventura narrando la realidad como fábula.
En un buen reportaje los detalles son inobjetables y la trama tiene la desmesura de lo que sólo es lógico porque así sucedió y puede ser probado. Con esta estrategia García Márquez escribió dos obras maestras de la novela breve: El coronel no tiene quién le escriba y Crónica de una muerte anunciada. El narrador actúa como reportero de investigación de sus propias creaciones. Los datos son tan exactos que no dudamos del resto.
En sus clases, en la Fundación Nuevo Periodismo, Gabo recordaba que “la ética debe acompañar al periodismo como el zumbido al moscardón”. Para el novelista la apariencia de realidad es el zumbido del moscardón.
El cronista de la fabulación ofrecía informes únicos: el gasto militar del planeta podría usarse para perfumar de sándalo las cataratas del Niágara.
Descubrir el agua tibia no tiene chiste; reinventar el hielo fue un golpe de genio, la noticia que sólo podía dar el mayor reportero de la imaginación latinoamericana.
Juan Villoro en El inventor del hielo, El Espectador, 20-04-14, p. 19.
Consultorio Ético de la Fundación Gabo
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