¿Es correcto utilizar grabaciones de audio hechas en forma clandestina para aportar pruebas en la información de un caso judicial que se adelanta con gran escándalo periodístico? Los medios para obtener información deben ser transparentes y legales, según aparece en los códigos de ética y en algunos manuales de estilo.
Contra esa indicación se alega - como podría ocurrir en este caso- que la grabación clandestina (de audio o de video) es la única forma de obtener la verdad que esconden corruptos y delincuentes. Afirmación que no es cierta del todo porque siempre hay maneras legales de llegar a la verdad, aunque con mayor lentitud y, sobre todo, con más trabajo.
También se alega que delincuentes y corruptos deben ser perseguidos en bien de la sociedad, y puesto que violaron los derechos de sus víctimas y las leyes de la sociedad, no merecen la protección sino el castigo legal. Este argumento, muy frecuente, da por aceptado que el periodista puede utilizar las mismas armas del delincuente, en una tácita ratificación del ojo por ojo y diente por diente. Además, si se trata de combatir la corrupción y de apoyar a la justicia, los medios en uso deben ser legales y las pruebas irrebatibles. Cualquier debilidad en cuanto a medios y argumentos, vuelve la denuncia a favor del acusado porque este puede proclamarse víctima de la prensa y acogerse a las leyes que protegen los derechos de todo ciudadano.
Ante la posibilidad de que esto suceda el periodista debe preferir andar más despacio, recorrer caminos investigativos más largos y difíciles, para no poner en peligro la verdad que se le debe a la sociedad.
Documentación.
Se puede afirmar que un engaño abierto permitirá un mayor acercamiento a los hechos. Colocará al reportero más cerca de la verdad que los métodos ordinarios. También se puede afirmar que tal observación directa en realidad es para el mejor interés del sujeto objetivo de la investigación. De tal manera sólo constituye un corto paso a la inferencia de que mientras mayor sea el daño que una historia provoca a un sujeto, mayor será el deber del periodista de observar la verdad directamente, incluso si esto implica un engaño abierto. De acuerdo con este razonamiento, es para el mayor bien de todos que los periodistas recurran al engaño para tener un acceso más directo a los hechos. Esa cadena de razonamientos tiene características orwellianas que se comprobarán mejor con el uso de una cadena de justificación. Por definición la valoración de la verdad y de la veracidad debe significar que se está dispuesto a pagar un precio por ellas. Dicho precio puede significar la pérdida o retraso en la publicación de una historia que, a veces, puede ser muy valiosa. Para el periodista investigador comprometido, el precio se puede pagar con una ecuanimidad que se deriva del conocimiento de que la paciencia, la imaginación, la determinación y la habilidad en el oficio generalmente revelarán los hechos que en verdad deben hacerse públicos, sin tener que recurrir a medios engañosos.
Edmond Lambeth.
Periodismo comprometido. Limusa, Noriega Editores. México, 1992. Páginas 142-143.