Consultorio Ético de la Fundación Gabo
25 de Septiembre de 2016

Consultorio Ético de la Fundación Gabo

¿Existe ética en las instituciones privadas? ¿Se exige allí la ética? A esa ética se le da el nombre de ética cívica o ciudadana y está dictada por la necesidad de la convivencia, entre otras razones. Para que los seres humanos � dentro de un edificio de apartamentos, o dentro de un barrio, o en una empresa, universidad, fábrica o colegio- puedan convivir, necesitan regirse por unas normas éticas de respeto. No es una decisión que pueda discutirse para adoptar o no una ética, es una necesidad de vida humana.

Además, todas las personas quieren ser felices y crean instituciones para eso: para acceder a la felicidad para lograrlo es indispensable, por lo menos, un mínimo de ética, o sea de respeto a los requerimientos de la naturaleza humana.

Se puede agregar una tercera razón y es que, como parte de ese propósito de felicidad, está el legítimo deseo de superación personal y profesional, que las instituciones incorporan como parte de sus objetivos. Esa superación, ese afán por desempeñarse, profesional o laboralmente como el mejor, encuentra en la ética las claves necesarias. La ética, en efecto, estimula y mantiene ese afán de superación y le señala objetivos.

En conclusión, todo ser humano y, por tanto, toda institución, encuentra en la ética una ayuda para la realización de mejores seres humanos.

Documentación.

La ética cívica es la ética de las personas consideradas como ciudadanas. No pretende abarcar a la totalidad de la persona ni satisfacer su afán de felicidad. Sólo intenta modestamente satisfacer sus aspiraciones en tanto que ciudadanas, en tanto que miembros de una polis, de una civitas, de un grupo social que no está unido por lazos de fe, ni de familia, ni tampoco es ni siquiera estatal, sino que es un tipo de lazo social que coordina los restantes. Bien decía Feuerbach que la felicidad es un ideal del hombre, no del ciudadano.

Las personas diseñan proyectos de felicidad y también distintos grupos de sociedad civil bosquejan ideales de vida plena. Pero si quieren proceder adecuadamente con esos ideales no pueden jamás imponerlos, sino sólo ofrecerlos, invitar a ellos. El gran error de las confesiones religiosas y laicistas ha consistido a menudo en intentar imponer su proyecto de felicidad, olvidando que imponer felicidad es imposible. La felicidad no se impone, no se exige ni prescribe, a la felicidad se invita. Y es cada persona la que ha de decidir libremente si quiere aceptar la invitación.

Pero las personas son también ciudadanas que, aunque se propongan proyectos diversos de felicidad, comparten sin embargo, unos mínimos éticos de justicia que configuran el trasfondo de la cultura cívica. En definitiva, ante la pregunta por la conciencia moral de las sociedades cabe responder que se encuentra impregnada por unos valores de libertad, igualdad, solidaridad y respeto, sin los que resultaría inconcebible la convivencia. Son valores como estos los que van conformando una tradición desde la que es posible tolerar las discrepancias.

Adela Cortina.
Hasta un Pueblo de Demonios. Taurus, Madrid, 1998. Página 115.

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