¿Por qué sorprenden casos de mentiras como las de Janet Cooke o las Jayson Blair? No debería sorprender dentro del contexto en que se mueve el periodista de hoy. Es un ambiente caracterizado por la preocupación por darles a los lectores cuanto ellos esperan para satisfacer su curiosidad o sus requerimientos de entretenimiento y diversión.
A esa pérdida del objetivo fundamental del periodismo se agrega un espíritu de competencia que no impulsa a la excelencia sino a generar méritos dentro de la redacción y a vencer en la batalla diaria por los mejores y más impactantes titulares. En consecuencia, la noticia ha perdido dignidad al convertirse en una mercancía cuya calidad se mide por la rapidez y oportunidad con que se ofrece y por la curiosidad que despierta al mismo tiempo el periodista ha dejado de ser el guía de la sociedad a través de la información indispensable para entender lo que pasa y para tomar decisiones y en vez de esa digna posición, asume el papel de simple transmisor de opiniones, documentos o discursos, o de "correvedile" de hechos sin trascendencia, pero capaces de alimentar el morbo de los consumidores de información ligera.
Sorprendieran las mentiras de esos periodistas porque, dada la importancia y trayectoria de los medios en los que se produjo el engaño, no parecía posible que sus mecanismos de control y autorregulación pudieran ser burlados con tanta facilidad. Los propios medios así lo sintieron y las severas medidas con que reaccionaron revelan que, a pesar de todo, las conductas de estos periodistas no se ajustan al perfil que aquellos medios quieren mantener. Como se sabe, la rectificación de cuatro páginas del New York Times constituyó para los lectores y para los propios periodistas una contundente notificación de que el compromiso con la verdad seguía siendo el objetivo primordial del periódico esta medida, seguida por la decisión de nombrar un defensor del lector, que hasta entonces el periódico no había creído necesario, dejó la certeza de que el episodio había sido aprovechado como una dolorosa pero estimulante oportunidad para afinar el perfil ético e la empresa.
Documentación.
Recuerdo la primera conferencia de jefes de Estado de áfrica. Se celebró en 1963 en Addis Abeba y para cubrirla llegaron periodistas de todo el mundo. (...) Todos nos conocíamos, sabíamos lo que hacía cada uno y éramos incluso amigos. Había auténticos maestros de la pluma y verdaderos expertos en distintas cuestiones y en determinados países y continentes. Hoy me parece que aquella fue la última gran reunión de los reporteros del mundo, y el cierre de una época en que el periodismo había sido tratado como una profesión para maestros, como una noble vocación a la que la persona se entregaba plenamente para toda la vida.
Desde aquel momento todo empezó a cambiar. Hoy la recopilación y el suministro de la información es una ocupación que practican miles y miles de personas. Se han multiplicado las escuelas de periodismo que gradúan año tras año a miles de nuevos profesionales. Pero hay una gran diferencia. Antes el periodismo era una misión, una carrera anhelada. Hoy son muchas las personas que trabajan en el periodismo pero que no lo hacen porque se identifiquen con la profesión y hayan ligado a ella su vida y sus ambiciones. La tratan como una ocupación más, que en cualquier momento puede abandonarse para dedicarse a otra.
(...) La información es una mercancía cuya venta y distribución puede reportar grandes beneficios. En el pasado, el valor de la información estaba asociado a procesos como la búsqueda de la verdad. Era también entendida como un arma que facilitaba la lucha política, la lucha por la influencia y por el poder. Hoy todo ha cambiado. El valor de la información se mide por el interés que puede despertar. Lo más importante es que la información pueda ser vendida.
Ryszard Kapuscinski.
Los Ojos de la Guerra. De Leguineche y Sánchez, recopiladores. Plaza y Janés, Barcelona, 2002. Páginas 315 y 316.