¿Es posible que una periodista medianamente informada y capacitada pueda escribir un libro a sus 30 años, si tiene pasión por la escritura? No hay una edad límite para comenzar a escribir, ayuda la pasión por la escritura, pero sí son definitivas la capacitación y la información, que deben ser de alto nivel cuando se trata de publicar un libro que sea de utilidad o de recreo para los lectores.
Otro sería el criterio cuando el propósito es el de publicar obras comerciales que buscan llegar al lector por la vía de las técnicas del mercadeo y la publicidad. Estos se publican, se venden y se olvidan sin dejar huella aquellos perduran como compañía, con un magisterio permanente y se conservan como expresiones y logros del espíritu. No se trata, pues, de escribir por la vanidad o por el negocio de publicar, sino de escribir para compartir un conocimiento o una experiencia de valor y útil para el lector.
Aquí aparece la dimensión ética del acto de escribir y publicar. Esta es una actividad que alcanza su máximo nivel ético cuando la inspira una voluntad de comunicar para servir, que se vale de los mejores recursos técnicos y de los conocimientos más completos y profundos.
El compromiso del periodista con la verdad implica el deber de hacer comunicable la información que produce. Además del uso correcto del idioma, se hace necesario el manejo creativo de las técnicas de redacción, la selección oportuna de los géneros, como forma de servicio eficaz al lector.
Documentación.
En tiempos remotos hubo una mujer vieja, ciega y sabia.
Un cierto día recibe la visita de unos jóvenes que parecen dispuestos a negar su clarividencia y a demostrar, como ellos creen, que es una impostora. Su plan es simple: entran a la casa y preguntan la cuestión precisa cuya respuesta deriva de la diferencia entre ellos y la mujer: la ceguera. Se plantan ante ella y uno de ellos dice: "Vieja, tengo en mis manos un pájaro, dime si vive o está muerto".
Ella no contesta, y la pregunta se repite: "¿Está vivo o muerto el pájaro que tengo entre las manos?"Todavía ella no contesta. Es ciega y no puede ver a sus visitantes, mucho menos lo que tienen entre sus manos. No conoce su color, sexo o patria. Solo sabe sus motivos.
Es tan largo el silencio que a los jóvenes les cuesta dificultad contener la risa.
Al fin ella habla y su voz es suave pero firme: "no sé, dice, no sé si el pájaro está muerto o vivo. Pero lo que sé es que está en sus manos. Está en sus manos".
Su respuesta puede significar, está muerto, ustedes lo encontraron ya muerto o ustedes lo mataron. Si aún está vivo, ustedes lo pueden matar. Si ha de permanecer vivo, es decisión de ustedes. En cualquier caso, es responsabilidad de ustedes.
(...) Siempre me ha atraído la especulación sobre lo que podría significar, aparte de su cuerpo frágil, ese pájaro en la mano, pero especialmente ahora al pensar en el trabajo que hago y que me ha traído a esta presencia (La entrega del premio Nobel) Así he decidido leer el pájaro como lenguaje y a la mujer como escritora habitual. Está preocupada por la manera como el lenguaje en el que sueña, que le fue dado al nacer, es manipulado se desazona al ver que se la priva del lenguaje para ponerlo al servicio de intereses bastardos. Como es escritora, piensa en el lenguaje, en parte como un sistema, en parte como una cosa viva sobre la cual uno tiene control. Pero más que todo, piensa en él como instrumento como un acto que tiene consecuencias. Así, la pregunta que le formularon los jóvenes: "¿está vivo o está muerto? No es irreal, porque piensa que el lenguaje es susceptible de morir, de ser borrado, que de veras está en peligro, pero que puede ser salvado solamente por el esfuerzo de la voluntad. Ella cree que si el pájaro en las manos de sus visitantes está muerto, los custodios son responsables del cadáver. Para ella un lenguaje muerto es no solo aquel que ya no se habla o se escribe, sino también ese lenguaje inerte que se contenta con admirar su propia parálisis: como el lenguaje estatal, censor a la vez que censurado un lenguaje despótico en sus deberes policiales, no tiene otro deseo o propósito que mantener su propio narcisismo narcótico, su propia exclusividad y dominación.
Toni Morrison.
Discurso en Estocolmo al recibir el Premio Nobel de literatura en 1993.