Consultorio Ético de la Fundación Gabo
25 de Septiembre de 2016

Consultorio Ético de la Fundación Gabo

¿Es ético que personas que no han estudiado periodismo o que tienen otras profesiones, ejerzan el periodismo? Es un asunto legal con implicaciones éticas.

En efecto, cada país suele tener una reglamentación para el ejercicio del periodismo, como sucede con otras profesiones como la medicina, el derecho, la contaduría, la ingeniería, etc. En algunas partes existe la colegiación obligatoria que obliga a quienes ejercen la profesión a pertenecer a un Colegio de Periodistas en otros lugares se debe acreditar este ejercicio con un título universitario otros optan por expedir una tarjeta profesional y en algunos países son los medios de comunicación los que avalan la aspiración de quienes quieren ser periodistas y lo demuestran con la calidad de su ejercicio. Pero aparte de esas reglamentaciones y prácticas sí hay un conflicto ético cuando alguien, sin la preparación necesaria, asume las tareas de un periodista. Es una impostura semejante a la del que, sin estudios de medicina, pretende ejercer como médico, aunque con una diferencia radical: el médico impostor hace daño al grupo de personas a quienes engaña el periodista falso, en cambio, hace mal a toda la sociedad. La información periodística no tiene fronteras, tan ágil como la palabra potenciada por los medios de comunicación, llega a todas partes de modo que la noticia de mala calidad, o de mediocre factura, tiene audiencias que multiplican en número a los grupos que podría engañar el falso profesional de la medicina.

Debe anotarse, sin embargo, que ante el desempeño mediocre de profesionales salidos de las facultades de comunicación, los medios están recibiendo con satisfacción a profesionales de otras disciplinas que han hecho postgrado de periodismo. En este caso, el periodista rutinizado o de dudosas calidades éticas, plantea un conflicto ético más grave que el de los que no han hecho la carrera y hacen de periodistas. En efecto, el título universitario no lo es todo, ni siquiera en la mayor parte. Lo definitivo está en la actitud, ese impulso interior que se conoce como vocación y que convierte el trabajo periodístico en una pasión.

Documentación.

¿Qué es ser periodista? Un adagio británico resume semejante destino en el de salir a la calle, ver lo que pasa y contarlo a los demás. O sea que periodista es cualquier ciudadano que quiera hacer eso y no se necesitan ni títulos ni honores para llevarlo a cabo. Al fin y a la postre, como dicen los italianos, se es periodista porque "trabajar es peor".

Una de las condiciones primeras es la curiosidad. Los filósofos llamaban a esto capacidad de asombro, e implica una cierta ingenuidad de espíritu, un amor a lo nuevo, un estar dispuesto a dejarse sorprender cada mañana. En esa capacidad de asombro reside el fundamento del conocer y por eso la rutina es el peor enemigo de la sabiduría. Lo bueno de los periodistas, de los periodistas a secas, es que se interesan por todo, se enamoran de todo, se arrebatan por todo y para todo. Su oficio es destripar los hechos para sintetizarlos luego. ¿Haz meditado alguna vez en el aspecto que ofrece la primera página de un diario? Es un mosaico irregular en el que se mezclan las últimas noticias de la política con el partido del domingo y los crímenes pasionales. Detrás de cada uno de esos relatos hay un periodista que los escribe, pero también hay otro que los valora, que tiene la sensibilidad de sopesar objetos tan diferentes y buscar las motivaciones comunes que le llevan a depositar todos esos hechos en la primera página: aquellas que se refieren al interés del lector. O sea que un periodista necesita ejercitar el previo deseo de conocer, y en eso se asemeja a los filósofos, pero igualmente ha de sentir la necesidad de contar las cosas, y en eso se parece a los juglares. Su pasión no se satisface sólo en la sabiduría propia, sino también en la curiosidad ajena, que ha de interpretar y que no siempre coincide con sus intereses, sus ideales o sus propios criterios.

(...) Hay muchas clases de periodistas como las hay de putas -¿no las clasificó Cela en izas, rabizas y colipoterras-? Hay periodistas que escriben, otros que corrigen lo que ellos han escrito, periodistas que hablan por la radio, o quienes están detrás de una cámara de fotos o son operadores de televisión. Hay periodistas que se pasan las horas muertas tras una mesa de despacho, seleccionando cables de agencia, y los que no paran de visitar comisarías. Algunos roban documentos o regalan bombones a las secretarias de los funcionarios, y las seducen para que traicionen al jefe. Hay periodistas que se tiran en paracaídas sobre lugares en conflicto, otros que organizan cuestaciones humanitarias, y no faltan los dedicados a hacer sociología, estadística o prospectiva. No son pocos los que se encaraman a la tribuna de la política o al pulpito de su propia religión, periodistas diputados, periodistas ministros, periodistas predicadores, periodistas detectives, periodistas oficinistas, periodistas listos y tontos, ignorantes y cultos, honestos y corruptos, periodistas que prefieren crear la noticia a encontrarla, o los que apuestan por protagonizarla ellos, periodistas que quieren ser académicos y otros que gozan con ser putos, novelistas, actores, ricos, poderosos, bohemios.... ¿Qué es común a todos ellos? Te lo repito, hermano, la curiosidad, la maldita curiosidad por saber lo que hay detrás de las puertas, debajo de las alfombras, dentro de los cajones o en el interior de las camas.

Cebrian Juan Luis.
Cartas a un joven periodista. Ed. Aguilar, Buenos Aires, 2003, págs. 16, 17, 18.

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