¿Cuál puede ser una definición de periodista, atendiendo criterios éticos? R.- Las definiciones que se leerán enseguida, convencen acerca de la compleja identidad de los periodistas. Sin embargo se podrán encontrar unos elementos comunes que conducen a la identificación de los elementos éticos que distinguen al periodista.
“Es el que dice lo que ve, usando palabras francas”, dice Renato Leduc.
“Es el que dice lo que acontece, no lo que quisiera o imagina que acontece”, escribe Camilo José Cela.
“Sus bases: el apego a la verdad, responsabilidad de conciencia, servicio a la colectividad, responsabilidad social” dice Horacio Guajardo;
“Los periodistas son vistos como servidores públicos, son los mediadores en el foro democrático”, dice Laurent Joffrin.
“Es alguien que tiene el poder y las armas para cambiar algo todos los días” , es la visión de Gabriel García Márquez;
“Es el que sabe ver las cosas con claridad y describirlas con sencillez”, según Arthur Brisbane;
“Es un intérprete, un testigo”, dice Bernard Voyenne;
“ Es el maestro de los gobernantes” escribe José Pages Llergo;
“No solo conoce al público, él es el público, siente en sí mismo lo que siente el público”, dijo Walter Cronkite;
“Es quien tiene igual pasión por aprender, conocer y saber, que por compartir su conocimiento,” se le lee a Gregorio Selser;
“ Debe ser un apasionado de la realidad”, dijo Jacobo Timerman;
“Es independiente y sabio; conocedor de los demás y de sí mismo, a la vez instruido e inspirado”, dejó escrito José Martí.
Una lectura de estas doce definiciones demuestra que el periodismo se construye sobre valores éticos. También dejan ver que no es fácil definir un profesional que puede desempeñar el más bello oficio del mundo, o convertirlo en una forma ruin de ganarse la vida.
Documentación
Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de la mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.
En el periódico cabían entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años, siendo el peor estudiante de derecho, empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.
El periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir solo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.
Gabriel García Márquez en la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de prensa, SIP, en Los Angeles el 07-10 de 1996.