Las discusiones gremiales sobre ética nos están llevando a la conclusión de que se pone en peligro la libertad de prensa, con cada regulación ética. El dilema sería: o libertad de prensa, o ética periodística. Parece una conclusión legítima pero hay algo que no me convence. ¿Es posible ser ético sin perder la libertad? R.- Si se entiende la libertad como el derecho de hacer lo que uno debe hacer, desaparece la dificultad. En efecto, la libertad no le extiende al periodista una carta blanca para escribir o informar lo que quiera, sino lo que debe escribir o informar. Y son los valores éticos los que orientan para la aplicación de esos deberes en el ejercicio de la profesión.
Cuando el periodista aplica todo el vigor para encontrar la verdad de un hecho, puede pensar que una vez encontrada esa verdad, es libre para darla a conocer; sin embargo no todas las verdades pueden ser publicadas, algunas son de indispensable conocimiento y deben ser difundidas, hay otras que si llegan a ser reveladas harán daño, por ejemplo los planes militares o policiales para enfrentar delincuentes, o para combatir la corrupción que, conocidos, pierden efectividad. Estas son verdades que pueden hacer daño y que no deben ser conocidas por el público. En estos casos concretos la reflexión ética llevará a la realidad del autocontrol o de la autorregulación que indican lo que debe callarse o publicarse.
Autorregular no es lo mismo que autocensurarse. Se autorregula el periodista que quiere que quiere prestar un mejor servicio informativo, no contaminado por los vicios que le impiden a la información ser un factor de beneficio social; se autocensura quien deja de prestar ese servicio, por algún interés o por miedo. Concluimos, por tanto, que la libertad necesita la guía de la autorregulación, y que desaparece cuando la autocensura impone silencios que hacen daño a la sociedad.
Documentación
El desafío principal que encaran los periodistas y los medios informativos, en el contexto de su responsabilidad social, se concentra en la superación de un abultado conjunto de vicios.
Pongamos en primer término el problema de los conflictos de intereses. Ya es cosa común que sepamos de colegas, e incluso de empresas periodísticas, que sacrifican fácilmente el postulado de la veracidad para no comprometer prebendas particulares y las de sus allegados. El compadrazgo y el clientelismo son los valores que pudieran desplazar con descaro pasmoso a la honestidad y al equilibrio.
Cada vez es más frecuente por otro lado el ejercicio simultáneo del periodismo diario y las asesorías de prensa para potenciales- o asíduas- fuentes informativas. Quienes así obran y las empresas alcahuetas marcan distancia del noble propósito de la independencia profesional apoyado en la incompatibilidad de la práctica periodística con los servicios paralelos de publicidad y relaciones públicas en cabeza del mismo individuo.
Se resiente de igual modo el precepto del respeto a la dignidad humana cuando medios y reporteros extienden un trato denigrante violento o indiferente a los derechos fundamentales de la persona que, eventualmente, protagonizan hechos criminales o situaciones infortunadas.
El frágil balance entre lo público y lo privado-ámbito de derechos protegidos por la ley o desajustado en las arbitrarias invasiones a la intimidad de los ciudadanos por parte de medios amarillistas y periodistas amantes del escándalo
A cualquier precio se obtiene una noticia, una “exclusiva” sin importar qué tan mal parado resulte el honor profesional de algunos periodistas y a la seriedad de ciertos medios. El periodismo, en oposición a la política, es un arte en el que el fin nunca justifica los medios. Por esto no se puede menos que abominar de recursos como el engaño, el empleo de información privilegiada, el soborno, el acoso a la fuente, el encubrimiento de la identidad del periodista y el uso de instrumentos para la captura ilegal de información.
El principio de la presunción de inocencia es la primera víctima de los excesos del llamado periodismo de denuncia. Periodistas que se autoimponen de las funciones de policías, alguaciles y carceleros, atropellan los beneficios procesales de los individuos sometidos a juicio, e incluso se arrogan la potestad de declarar culpabilidad y dictar sentencias.
La tentación amarillista es incontenible a la hora de cubrir tragedias accidentales, catástrofes naturaleza y simples espectáculos de la miseria social. Las personas involucradas se convierten en objetos sin derechos ni dolientes para una jauría creciente de periodistas y medios con ávida pasión por el morbo.
Jesús Urbina Serjant en “Periodistas y decisiones morales.” www.saladeprensa.com