Ante el caso de alguien que necesita una prótesis y que después de más de seis meses sigue esperándola, he conocido que la familia dirigió una carta a la presidencia y al ministerio respectivo. Quiero ayudarles publicando esa carta, pero me piden esperar. ¿Qué hacer: publicar, con el riesgo de provocar reacciones negativas en contra del paciente o no publicar y contribuir así para que la situación de larga espera siga igual? Algunos códigos de ética periodística destacan con razón que no hay comunicación sin efecto por tanto, concluyen, deben tenerse en cuenta los efectos posibles de la noticia antes de su publicación. No bastan la exactitud, ni lo apropiado del género, ni la oportunidad de la noticia es necesario, además, que no cause daño.
Otra consideración importante es la de su intencionalidad. Cuando se detecta la intención que guía al periodista o al medio para difundir una información, se revelan su validez o su invalidez ética. Hay, desde luego, razones que aconsejan dar la noticia cuanto antes y con despliegue por su evidente utilidad social entonces la intencionalidad legitima, pero si la única intencionalidad es la de aumentar la circulación, ganarle a la competencia u obtener provecho para el periodista o el periódico, es claro que la noticia pierde su razón de ser que es la del servicio que se presta con ella a lectores y protagonistas.
Este examen de la intencionalidad con que se procesa una noticia, puede poner al descubierto intencionalidades inconscientes, esas que gobiernan la acción periodística sin que el propio periodista las descubra: rencores, afectos, intereses, pueden ser la razón de actuar que influye en el momento de trabajar con la noticia sin que el periodista lo advierta. También se descubren, desde luego, las intencionalidades inmediatas y conscientes que son las que generalmente tiene en cuenta el periodista al actuar.
Por supuesto, el periodista no está obligado a difundir todas las noticias, sino aquellas que serán de clara utilidad para los lectores. Es lo que tendría que esclarecer el periodista en este caso, o sea, los efectos previsibles para esta noticia, que deben ser buenos y útiles para los sujetos de la información y para los lectores.
Documentación.
Si la prensa es una escuela de ejemplo social, no hay que encarecer la importancia que tiene la administración moral de todas y cada una de las lecciones que se desprenden de las noticias.
La noticia, aparentemente más insignificante, el breve, el comentario más trivial pueden ejercer, y ejercen, una influencia ejemplar sobre no se sabe qué sector del lectorado, con la consiguiente trascendencia en la opinión, las costumbres y la cultura de los ciudadanos.
De una parte, esa realidad social, que le conduce a ser conservador en la administración de la noticia y de la otra su obsesión por la libertad, que le impulsa a vivir en constante lucha por sus fueros, plantean al periodista, cuando de la publicación de una se trata, en la más dramática de las encrucijadas.
Se encuentra entonces en la situación del artillero que, sabedor del alcance de su arma y de la calidad de la carga en el cañón, vacila durante un movimiento envolvente por temor a que el disparo confiado a su responsabilidad vaya a traspasar las filas enemigas y a rebotar sobre los compañeros próximos, causando más mal que bien. Su deber integral, ¿quién lo duda?, es hacer fuego pase lo que pase su deber moral, empero, le ordena presumir qué pasará si hace fuego, dentro de las circunstancias en que está colocado. De la misma manera, el periodista educado en el culto a la libertad, está en la obligación profesional de dar a la publicidad, cuanta noticia comprobada llegue a sus manos, pero también en la obligación moral de prever las consecuencias sociales de su publicación.
Balancear ambos elementos antagónicos, sin que sufran, ni la libertad de información ni la de la conciencia, es la tarea planteada por el problema de la supresión de noticias.
Octavio de la Suarè e.
Moralética del periodismo, Cultural, s.a. La Habana, 1946. Página 265.