Dirigentes políticos y exfuncionarios son contratados por los medios como periodistas y actúan no como periodistas, sino como lo que son. ¿Es acaso el periodismo una puerta que se abre y se cierra según la suerte que ellos tengan en la política? ¿Le hace bien esto al periodismo?
Convertirlo en una estación de paso, o en un refugio de fracasados no le hace bien al periodismo por el contrario, le da al periodista la apariencia de un oportunista que se aprovecha de la buena fe del público. Esta imagen hace del periodismo una institución poco fiable porque hace sentir a los lectores que son objeto de la manipulación del interés de turno: unas veces los políticos, otras veces los gobiernos, casi siempre los anunciantes.
El periodismo es otra cosa: supone una relación de independencia respecto del poder y de los intereses individuales se define por su dedicación total a lo público, implica la entrega de toda la capacidad personal a la tarea informativa, mirada como el servicio específico del periodista a la sociedad.
Esta concepción del trabajo periodístico está diametralmente opuesta a la del uso de la profesión como trampolín para saltar a puestos oficiales, o como red de protección par los que caen después de sus piruetas en la política o en el gobierno.
La información como servicio público demanda de quien la busca, la procesa y la difunde, una total independencia y, desde luego, formación profesional en los aspectos éticos y técnicos del oficio. Los directores de medios que lo entienden así, saben que para ofrecer a los lectores un buen producto, necesitan seleccionar cuidadosamente a los periodistas de su sala de redacción. Los que consideran que periodista puede ser cualquiera, o que aceptan como acreditación profesional la garantía de que el periódico generará poder, , hacen un mal periódico y, en todo caso, engañan la buena fe con que el público busca información en la prensa.
Documentación.
El protagonismo del periodista en la vida pública, su conversión en vedette, es equivalente a la ambición de las vedettes a pasar por periodistas. Para unos y otros la información es pura mercancía, un producto comercial apto para la especulación económica. Quien se acerque a este oficio con este ánimo hará bien en apuntarse a alguna escuela de teatro, o hacerse broker y quedará plenamente satisfecho.No es esta la profesión idónea para hacerse rico o para satisfacer otra ambición que no sea la extraña locura de tocar al mundo en carne viva. No me refiero tan sólo a los siempre míticos corresponsales de guerra sino a otros periodistas desconocidos, capaces de acercarnos a los misterios del mundo que tenemos más próximo y más lejano. Unos y otros entregan su vida para que sepamos lo que ocurre.
[�] Nunca se insistirá bastante en que el periodista auténtico es un ser humilde, poco amigo de figurar, un héroe oscuro de la vida cotidiana capaz de no desfallecer en explicar la realidad, aun a costa de importantes sacrificios y renuncias personales.Las redacciones de los diarios están llenas de estos personajes cuyo nombre, cuyo rostro, jamás entrarán en el star system. Alguien ironizó diciendo que pr sus venas circulan la nicotina y la cafeína mezcladas con la historia. Este suele ser el retrato del verdadero periodista, que nadie conoce en su particular aventura cotidiana.
Margarita Riviere.
Periodista. Grijalbo, Barcelona. 1994. Páginas 38 y 39.