¿Cuál es el peligro de ver a un periódico como negocio y darle prioridad a la venta sobre la calidad? ¿Debo concluir que el periodismo ideal no vende?
A lo largo de su historia el periodismo ha definido su identidad hasta llegar a un estado de conciencia que le impide ver el periódico o el noticiero solo como negocios. La reacción de rechazo frente al periódico que se preocupa más por el nivel de ventas que por su calidad, es un claro indicador. En sus orígenes el periodismo era un instrumento defensivo contra calumnias y ofensas después se lo utilizó como arma defensiva de los poderosos. Los reyes lo pusieron a su servicio y lo declararon monopolio real.
En una etapa, posterior a la revolución francesa, el periodismo fue un instrumento partidista. Su lealtad era hacia un partido.
Tuvo un valor de ruptura con el pasado y de apertura de una nueva época, la declaración que en 1896 hicieron los suscriptores del New York Times cuando el nuevo propietario y director del diario escribió que su objetivo sería "informar con parcialidad y sin favoritismos ni temores pese a los partidos, sectas, o intereses implicados." Así comenzó a descubrirse la idea de que la mejor de las estrategias económicas y la más digna posición de un periódico era darle al lector la máxima prioridad.
A finales del siglo XX las cosas cambiaron y la fusión de empresas de comunicación, la integración de medios a grandes complejos empresariales, generaron otras actitudes: la prioridad fue para la gran empresa.
Los complejos empresariales que han absorbido medios de comunicación, les imponen una lógica comercial y prácticas como la de condicionar el salario del periodista a los niveles de beneficio de la empresa. Los dueños de medios, convertidos en empresarios, dejaron la información en un lugar secundario y le dieron a la gestión económica un primer lugar, de modo que el periodista le da a su empresa la máxima prioridad.
El lector deja de ser lo más importante para el periódico y se convierte en una cifra de circulación o de sintonía que se vende a los anunciantes.
Y dentro del manejo del personal entra a operar la gestión por objetivos, con atractivas recompensas, que acentúan en el ánimo del periodista la prioridad de la empresa sobre su lealtad al lector.
Cuando a pesar de estos obstáculos el periodista mantiene como primera lealtad al lector, se diferencia del trabajador de cualquiera otra empresa porque en vez de trabajar para vender un producto �la información- su objetivo es crear relación con el lector a través de un servicio: la información.
Documentación.
Ninguna discusión sobre ética en E.U. puede avanzar muy lejos sin una adecuada comprensión de cómo las consideraciones comerciales de los medios afectan al periodismo en el presente. A diferencia de la mayoría de los negocios, los medios obtienen la mayor parte de sus ingresos no directamente de los consumidores o del público, sino indirectamente por medio de la publicidad.
[...] Otis Chandler, presidente del comité ejecutivo del Times Mirror de Los Angeles cree que "los periódicos de éxito no tienen que permitir que los negocios invadan la arena editorial".
Otro que cree que un periódico tiene que triunfar como negocio si quiere ofrecer periodismo de calidad es Donald Graham, editor del Washington Post. El concluye: "las ganancias no son incompatibles con el buen periodismo".
Dice James C. Thomson, exdirector de la fundación Nieman, las organizaciones de noticias tiene que operar, tanto para hacer dinero, o al menos no perderlo, como para hacer el bien, o exponer la iniquidad y así mejorar la sociedad. Debido a esta tensión ente avaricia e idealismo, Thomson cree que cada organización tiene "dos culturas, o al menos dos perspectivas que a menudo están reñidas: por una parte reporteros y editores, quienes tradicionalmente ven sus funciones como reveladores y divulgadores de la verdad, o se aproximan a eso, y de otra los propietarios, los editores, o sea la dirigencia que busca mantenerse en el negocio y obtener ganancias limpias.
Eugene Goodwin.
Por un periodismo independiente. Tercer Mundo. Bogotá, 1994. Página 41.