Con otros amigos reporteros comentamos las miraditas, la forma de hablarse con sus amigos, de un conocido hombre del espectáculo, que hacen sospechar de él.
Esa exclusiva, publicada, podría afectar su vida profesional, por eso seguimos atentos, a la espera de algo insospechable. Eticamente, ¿es correcta nuestra actitud? Al considerar casos como este, en los textos de ética profesional se hacen estas consideraciones:
Si es importante, como noticia, la identificación de alguien como homosexual. En el caso de un profesor de escuela, o de un sacerdote, formador en un seminario, esa identificación se ha encontrado éticamente válida por el impacto que la calidad de homosexual tiene en su ejercicio profesional. Pero en casos como el expuesto en la pregunta, no es importante como noticia que el hombre del espectáculo sea o no homosexual. Es una consideración que pone en tela de juicio la idea de noticia que la asimila a dato curioso, extraño, o excitante y que es acogida en la prensa sensacionalista. La otra prensa va más allá.
La otra consideración tiene que ver con el derecho de las personas -aún las del espectáculo- a su privacidad. Y el manejo de la propia sexualidad es asunto personal y de una intimidad inviolable. El personaje público, desde luego, ve disminuido su derecho a la intimidad porque está sometido a la fiscalización pública, pero aún así, conserva el derecho a velar su vida privada, que es precisamente, el caso presentado en la pregunta.
Documentación.
Es obvio que la mayoría de los lectores aprecia su derecho a la privacidad. Y que los periodistas no lo han valorado con suficiente seriedad y así poder controlar los conflictos suscitados entre el respeto a la privacidad y la atención a la curiosidad pública.
Probablemente los periodistas no podrán evitar todas las intromisiones en asuntos privados, porque en ocasiones son inevitables, si se piensa en el beneficio público, pero en tales casos se deberán empeñar en mantenerlas bajo control. Con demasiada frecuencia se nota la ausencia de una reflexión capaz de equilibrar el interés público cumplido ante el menosprecio de la privacidad de alguien. Estos controles son particularmente necesarios si se va a contar la vida y milagros de los hijos y los familiares de personas públicas. Y hasta los más encopetados de entre nosotros, los Kennedy, los Rockefeller, los Reagan, merecen algún grado de intimidad, en especial en momentos de dolor o de conflicto familiar.
Inmiscuirse en el dolor de individuos o de familias que sufren tragedia es una tarea que la mayoría de periodistas evitaría de buena gana y gran parte de ellos lo hace con cuidado y con una dosis razonable de cortesía. Pero nunca faltan esos patanes que atormentan a las personas, infiltran cámaras a través de las ventanas y actúan como si los hubieran criado en un establo. Semejantes prácticas tan rudas acaso se justifiquen cuando se investigan situaciones de vida o muerte o de amenaza a la sociedad, pero no ante las consecuencias de una tragedia, junto a los dolientes de un infante de marina fallecido, o a la familia de un rehén.
Antes de abordar situaciones privadas, o antes de invadir la intimidad de alguna persona, los periodistas deberán plantearse aquellos interrogantes: ¿quién se perjudicará y a quién se beneficiara?
¿No hay alternativas mejores?
¿Podré mirarme de nuevo al espejo sin avergonzarme?
¿Puedo justificarlo ante otras personas o ante el público?
Si los procedimientos de recolección de información y las noticias resultantes no satisfacen esas preguntas, entonces deberían abandonarse o modificarse. Un periodismo de patanes no le sirve a nadie.
Eugen Goodwin.
En Por un Periodismo Independiente. Tercer Mundo. Bogotá. 1994.