“Oh, gloria inmarcesible. Oh, júbilo inmortal. ¿Empezamos?”. Citando las primeras estrofas del himno nacional de Colombia, Martín Caparrós dio comienzo a la cuarta sesión del Taller de libros periodísticos. Y recordó una frase que le pareció siempre muy absurda del himno colombiano, “termópilas brotando”, que suele usar para hacerle bromas a tantas amigas y amigos que tiene en Colombia y que aquí sirvió para arrancar una sonrisa a todos los asistentes pero, más que nada, a los dos periodistas colombianos que llegaron a Madrid para trabajar sus proyectos: José Guarnizo y Daniel Pardo.
Y tuvo todo el sentido que el maestro del taller decidiera discutirlos juntos no sólo por la procedencia de sus autores sino porque ambos abordan temas para entender cuestiones claves de Colombia, que son muy diferentes y, de alguna manera, complementarias. Que tienen en común la ambición de arrojar luz sobre qué ha pasado en Colombia en los últimos veinte años y por qué los colombianos son como son (o creen o dicen que son).
Supongamos un accidente
José Guarnizo es un periodista curtido en el periodismo de investigación y después de haber trabajado para muchos periódicos y ser corresponsal de la revista Semana, ahora dirige Vorágine, un medio independiente que aborda reportajes sobre violaciones de derechos humanos y corrupción.
Su proyecto tiene que ver con trazar el perfil de una figura clave para la política colombiana, extremadamente cercana al poder y que perdió la vida en un accidente aéreo del que se sospecha que fue un crimen. “Más que dilucidar si fue un crimen o no, porque no sé si está a mi alcance descubrirlo, mi objetivo es usarlo para hacer un retrato de cómo se ha manejado la política colombiana con los paramilitares en los últimos años”, dijo Guarnizo y agregó que se trata de un tema muy delicado, que nadie se atrevió a tratarlo y que lleva investigando hace algunos años.
El objetivo del periodista es que sea un libro muy narrativo y evitar el lenguaje burocrático de juzgados y fiscalías. Aunque lo que no pudo evitar, evidentemente, fueron las trabas durante el trabajo de reportería: “Es un tema que no ha sido fácil reportear: mucha gente tiene miedo y no quiere hablar”.
Guarnizo se plantea mostrar, poner en escena las diferentes versiones del hecho, sin aseverar que se trató de un accidente o de un crimen. Para ayudarlo a resolver ese tema, dentro de un magma en el que la única certeza son las hipótesis, Martín Caparrós habló de su propia investigación sobre Soledad Rosas, que cuenta en el libro Amor y Anarquía: “Cuando Soledad Rosas apareció colgada en su prisión domiciliaria, se especulaba con que podría haber sido asesinada, que no era un suicidio. Yo creo que se mató, pero tampoco podía asegurarlo. Y no sabía qué hacer con eso. Entonces, conté toda esa escena en potencial”.
Y leyó un fragmento de la escena en cuestión en el que predomina un juego de estilo en torno a la repetición del verbo “supongamos”: “Supongamos que hacia las cinco de la mañana del sábado 11 de julio de 1998 María Soledad Rosas entró en su habitación con la certeza de que vivía sus últimos minutos. Supongamos que lo había decidido: que entró pensando que había terminado de entender que ése era su destino, que por fin había encontrado el coraje necesario para hacerlo. Supongamos que todavía le sonaban en los oídos las risas de sus amigos, esa música tonta pero festiva, algún chiste más o menos malo; supongamos que miró a su alrededor y vio aquel libro sobre la mesa de luz, cerrado; que lo abrió y leyó por última vez aquella página, buscando letra, justificaciones. Que dejó el libro abierto, como quien sigue hablando”.
Después de que Daniel Pardo dijera que leyó el proyecto como “un libro sobre la figura más importante de la política colombiana de los últimos veinte años” y que César Batiz se sorprendiera de la existencia de neonazis en Colombia, a Gustavo Borges Espinosa le vino a la mente algunos misteriosos accidentes de la revolución cubana. “A lo mejor puedes establecer una tendencia y compararlo con otros casos similares en América Latina, identificar si hay varios”, propuso el periodista de la agencia EFE y a Caparrós le pareció una idea adecuada: situar este hecho en el marco de una serie de accidentes aéreos que se han utilizado a lo largo de la historia para deshacerse de adversarios y enemigos políticos. Siempre en el supongamos, claro.
Y como el taller está llegando a su final y queda solo una sesión (y eso sí que no es algo potencial) antes de acabar la mañana se reflotaron algunos ejes que habían quedado pendientes. Por ejemplo, algo que podría llamarse, supongamos, la teoría de Caparrós sobre la no existencia de sinónimos o un elogio de las primeras palabras: “Una de las cosas que más arruinan un texto es eso que yo llamo las segundas palabras. No hay palabras más nobles que la primera. Por eso digo que no hay sinónimos: cada palabra significa algo más o menos distinto de todas las demás”.
Dio muchos ejemplos al respecto (“casa” y “hogar”, “dijo” y “subrayó”, por ejemplo) resaltando que siempre existen matices diferentes en todas. “Las segundas palabras solemnizan o vuelven kitsch a un texto. Hay que salirse de la ilusión de usar los sinónimos”, dijo el maestro del taller refiriéndose a que siempre se corre el riesgo de no decir lo que se pretende, porque ese supuesto sinónimo que ponemos siempre significa otra cosa, carga con un matiz que, sin querer, nos lleva a decir algo diferente a lo que queríamos. “Mi idea de la belleza en este momento es crear esta ilusión de que cada palabra es indispensable, producir un texto donde cada una parezca irremplazable”, concluyó para cerrar la mitad de la jornada del jueves.
Supongamos tantas maneras de ser colombiano
“Yo llevo diez años haciendo eso que Martín llama doble taller”, dijo Daniel Pardo al iniciar su intervención, en referencia a todo el material que ha venido acumulando durante su trabajo como corresponsal para la BBC en Argentina, Venezuela y Colombia. Con su proyecto de libro busca indagar cómo son los colombianos a partir de una estructura de diez capítulos, cada uno encabezado por un adjetivo. Un dispositivo narrativo que atraviesa cuestiones vinculadas con política, sociedad, religión, cultura, ocio.
Es decir, una radiografía transversal de Colombia a partir de algunas preguntas: ¿cómo es la personalidad de los colombianos?, ¿por qué hay tantos asesinatos el día de la madre? o ¿por qué bailan tan bien y madrugan tanto? Los diez adjetivos que Pardo usa para trazar la estructura de su libro se basan en datos y estadísticas que, en teoría, muestran particularidades de Colombia en relación a otros países, y entrevistas a personajes que representan los perfiles pensados por el autor (territoriales, madrugadores, desconfiados y festivos, por ejemplo).
Para Martín Caparrós “es súper interesante la idea de pensar en cómo es un país”, pero considera un error enfocarlo en términos comparativos. “Hay muchas cosas de tu proyecto que se ponen de manera excepcional pero que pasan también en muchos lados”, dijo el escritor argentino y propuso usar esas categorías como una suerte de guión o de premisa para seguir reporteando: “Ir a ver qué hacen, si realmente sucede así. Ver si cada categoría efectivamente se reproduce en la realidad o si hay que replantearlas. Ahí hay un canal que te puede servir para ir redondeando el asunto”. También pensó en que se puede intentar cambiar los adjetivos por objetos que sean paradigmáticos de esos adjetivos.
De manera inevitable y en una jornada tan colombiana, el debate del grupo siguió con comentarios, anécdotas, sugerencias de reporterismo sobre la diversidad entre las diferentes regiones, el clasismo y la denominación de ‘estratos’ que ha generado todo un sistema de castas que Daniel Pardo ya trabajó para un reportaje en la BBC y la cantidad de cosas que pasan todo el tiempo y de manera tan vertiginosa en Colombia.
“Los corresponsales extranjeros, cuando llegan a Colombia a la semana quieren escribir un gran reportaje, al mes un libro y al año no quieren escribir nada”, dijo Daniel Pardo. Y Martín Caparrós agregó: “Colombia es un caldito concentrado de Latinoamérica. No se inventan muchas cosas, pero algunas cosas que son de las más importantes sobre Latinoamérica se acaban de cristalizar ahí. El realismo mágico y el reggaetón, por ejemplo: no se inventaron ahí pero se concentraron y se ventilaron desde ahí”.
Para finalizar, un apunte del maestro sobre cómo ir a buscar las formas en la escritura. Para esto, Caparrós recordó el germen de lo que empezó a suceder de manera simultánea en Sudamérica con Gabriel García Márquez o Rodolfo Walsh y en Estados Unidos con Tom Wolfe, Truman Capote o Norman Mailer y que se llamó (y se sigue llamando) de tantas maneras diversas: nuevo periodismo, crónica literaria, periodismo narrativo.
“Ellos rescataron como forma otros géneros literarios para contar la realidad, como la novela social y negra americana de los años 30. Muchos años después repetimos no el procedimiento sino el resultado del procedimiento. Y llevo una punta de años diciendo que es hora de empezar a pensar en qué otras formas literarias podemos usar para contar la realidad. El mundo rebosa de formas y vale la pena buscarlas. Y me parece que últimamente se ve poco”, dijo Caparrós y leyó un fragmento escrito en métrica poética de una crónica de El Interior, una forma que tomó de una obra de Juan Gelman y que le sirvió para trazar los perfiles de los personajes entrevistados para el libro.
También utilizó haikus para describir paisajes, flujos de conciencia para hablar de la psicología de los personajes y otras estructuras de diferentes géneros literarios. Y animó a los asistentes a intentar hacer lo mismo, cada cual con sus propias lecturas y aficiones literarias. Es decir, a leer como escritores, prestando atención al ornamento de un texto, a la forma de las frases, a la elección de las palabras. A todo eso que sirve para incorporar a nuestras propias formas y repetir el procedimiento de quienes llevan tantos años intentando contar la realidad de manera diferente.
Sobre Martín Caparrós
Maestro y miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Periodista, novelista y ensayista (Buenos Aires, 1957). Utiliza herramientas de la historia, de la literatura y de la reportería para escribir sus textos. Ha practicado periodismo cultural, político, policial, deportivo, gastronómico y taurino en prensa, radio y televisión. Comenzó en 1973 en el diario Noticias de Argentina. Vivió en París, donde se licenció en Historia, y más tarde en Madrid donde colaboró con el diario El País y distintos medios franceses. De regreso a su país dirigió los mensuarios El Porteño, Babel, Página/30 y Cuisine & Vins. Ha publicado más de treinta libros traducidos a más de treinta idiomas. Sus tomos de crónicas se estudian en las universidades del continente. Como novelista ganó el premio Planeta Latinoamérica 2004 por Valfierno, el premio Herralde 2011 por Los Living. Su libro El Hambre ha tenido repercusión mundial y le ha valido diversos premios; últimamente recibió el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes (España) y el Premio María Moors Cabot, de la Universidad de Columbia (Estados Unidos).
Ahora vive en Madrid y publica sus trabajos en El País. Es maestro de la Fundación Gabo desde 2001 y miembro de su Consejo Rector desde 2013.
Sobre el taller
El taller de libros periodísticos busca reunir a ocho periodistas y escritores iberoamericanos que estén trabajando en la escritura de un libro para discutir sus proyectos durante una semana bajo la guía de Martín Caparrós.
El libro es el refugio del mejor periodismo narrativo de nuestros países. Ante la reticencia de muchos medios a publicar artículos largos o su desinterés por determinados temas, los periodistas más comprometidos eligen esa forma de trabajo paciente, esforzada e intensa que consiste en sacarle tiempo al tiempo para escribir su libro: el espacio donde pueden hacer lo que quieren sin restricciones, sin órdenes, sin más límites que su capacidad.