Tan lejos, tan cerca

Tan lejos, tan cerca

¿Se requiere un trato diferente para alguien que ha cometido crímenes?
Iván Márquez al llegar a La Habana / León Darío Peláez/Revista Semana
Marta Ruiz

En este blog crearemos un espacio para reflexionar acerca de los retos y dilemas éticos que las conversaciones del gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC, representan para los periodistas que cubren este proceso. La idea es crear un punto de encuentro que nos sirva para lograr una cobertura útil y responsable de una coyuntura que resulta clave para el país.

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Hace pocos días se dio una controversia pública alrededor de las fotografías en las que se veía a una delegación de congresistas saludando con mucha afabilidad a los miembros de las Farc en La Habana. Las sonrisas, el apretón de manos, los abrazos, fueron duramente cuestionados por comentaristas de radio. La analista Laura Gil se preguntaba en Twitter: “¿Cómo se saluda a un criminal de lesa humanidad?” y reclamaba mayor sobriedad en el trato a los guerrilleros no solo de parte de los políticos, sino de los periodistas.

Eso me recordó que hace unos meses la periodista Salud Hernández-Mora fue duramente cuestionada cuando se publicó un correo electrónico en el que ella trata a un jefe paramilitar como: estimado comandante. Hernández se defendió, con razón, argumentando que su trato era respetuoso con una persona a la que quería entrevistar.

¿Se requiere un trato diferente para alguien que ha cometido crímenes? Yo diría que no. Que el periodista debe darle un trato igual a sus fuentes, un trato digno, humano y con la debida distancia, sin que ello implique coartar la capacidad crítica ni de cuestionamiento.

Ahora bien, posiblemente no sea lo mismo entrevistar al Mono Jojoy junto a los campos de concentración en los que tenía a centenares de militares y policías cautivos, y lanzando desafiantes arengas de guerra, que a Iván Márquez, investido de negociador político.

Qué tan cercanos o distantes somos en el trato con nuestras fuentes es un dilema permanente, que nos puede llevar a dos extremos: el de la indignación y el de la complacencia.

El de la indignación se presenta cuando el periodista, buscando ser vocero de la comunidad, convierte su trabajo en un juicio moral contra sus interlocutores. Más allá de preguntar y tratar de entender los argumentos y la lógica del entrevistado, se le enjuicia, para hacerle sentir el rechazo que la sociedad siente por sus actos. Ello puede ser válido desde la perspectiva de la opinión, pero con frecuencia nos cierra la posibilidad de entender los puntos de vista, en este caso, de los grupos armados.

La complacencia se presenta cuando el temor o la reverencia hacia el poder de ese guerrillero o paramilitar nos cohíbe de hacer las preguntas difíciles, las que sabemos que le van a incomodar y que posiblemente le desagraden.

Creo que ambos extremos son indeseables.

Las experiencias en el cubrimiento periodístico de los procesos de El Caguán, con las Farc; y Santa Fe Ralito, con las AUC; nos dejaron como experiencia que la reverencia, la cercanía excesiva, terminaron por quitarles a muchos colegas la libertad para hacer su trabajo de manera crítica y objetiva. Así como la distancia excesiva no permite ver los detalles de un proceso, una sobredosis de cercanía tampoco deja ver el panorama completo.

Pero ese caminar en el filo de la navaja entre la distancia y la cercanía aplica también para las fuentes oficiales. Pues ese estado de alerta que siempre tenemos al acercarnos a los “criminales de lesa humanidad” suele desaparecer ante fuentes que actúan en la legalidad, pero no necesariamente desinteresadas.

Atendiendo el llamado de Laura Gil, el trato a los miembros de las Farc debe ser sobrio, desapasionado, pero en todo caso, un trato tan humano como el que se le da a todas las fuentes con las que trabaja un periodista.

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