Taller de crónica: Las historias del Festival Iberoamericano de Teatro con Julio Villanueva Chang
12 de Octubre de 2016

Taller de crónica: Las historias del Festival Iberoamericano de Teatro con Julio Villanueva Chang

El objetivo de este taller fue analizar y poner en práctica herramientas necesarias para la construcción de una historia digna de contarse.
Flavio Vargas GC

Ser cronista es enfrentarse al enigma del lector                                                                                                                       

Taller de crónica en el festival de Teatro de Bogotá

Bogotá, marzo de 2009

Organizadores: Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, Colombia es Pasión y Festival

Iberoamericano de Teatro de Bogotá

Relatoría: Flavio Vargas GC

Corrección de estilo: Carlos Serrano

Maestro: Julio Villanueva Chang (Perú)

Es director fundador de la revista Etiqueta Negra. Obtuvo el Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en crónicas. Es autor del libro de perfiles Elogios Criminales (Random House Mondadori) y del libro de crónicas Mariposas y murciélagos (UPC), una antología de sus historias en el diario El Comercio.

Su perfil Through the Eyes of a Blind Mayor fue parte de la revista The Virginia Quarterly

Sus textos han aparecido en El País, La Nación, Reforma, Letras Libres, Gatopardo, Soho, Vogue en español, Esquire Latinoamérica, The Virginia Quarterly Review y The Believer. Hoy es columnista de la revista Poder.

Review que, con la asesoría editorial de Etiqueta Negra, ganó un National Magazine Award en Estados Unidos. Ha sido expositor en las conferencias de periodismo narrativo de la Nieman Foundation at Harvard, conferencista en la Universidad de Yale, profesor del máster de periodismo de la Universidad de Barcelona‐Columbia University y del master de edición de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha dictado numerosos talleres a editores y reporteros de diarios y revistas en América Latina.

Introducción

El XII Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá fue el pretexto para que 16 periodistas latinoamericanos hicieran una crónica, debatida y reflexionada, con la guía de Julio Villanueva Chang (Perú). El objetivo era analizar y poner en práctica herramientas necesarias para la construcción de una historia digna de contarse.

Ciudad Teatro, el centro de operaciones del Festival, en Bogotá, fue el lugar en el que la sala del taller se convirtió en una sala de redacción que invitaba a la tertulia. Hubo una discusión amplia de temas para cubrir con la asesoría del director de teatro y bloguero Marc Caellas (España), se hizo énfasis en buscarle otra mirada a un acontecimiento cultural, en buscar un buen tema que además pudiera reportearse, discutirse y escribirse en cinco días.

Dentro de los propósitos del taller está la publicación de cada participante en su medio de una crónica alrededor del Festival de Teatro, para lo cual habrá un ejercicio de reportería en búsqueda de la historia y luego se analizará cada caso identificando la idea, la mirada y la estructura de la crónica.

Chang fue señalando criterios de autoedición que encontraba en el concepto de idea, en la necesidad de que el cronista pensara en el lector, en la reportería, en la escritura, en la simbología de la historia, y que iba ilustrando en los 17 textos que se leyeron al principio del taller, que fue una tarea útil y exigente.

En cada lectura se iban revelando claves para la escritura. Mientras leían el prólogo de El rey del mundo, el perfil de Casius Clay que escribió David Remnick, Chang demostraba que el texto “está lleno de frases que dicen algo más de lo que dicen”.

Hubo reflexiones sobre el proceso de traducir el conocimiento del cronista al texto, por ejemplo que nadie sabe bien qué piensa hasta que no comienza a escribir. O que el pasado siempre nos juega trampas porque el cerebro está hecho para olvidar, y el periodista debe saberlo porque trabaja con el recuerdo.

También se resaltó el papel del lector y su relación con el cronista, que debe partir de ciertos principios, como que el autor debe escribir como para un marciano recién llegado a la Tierra, porque el lector no sabe lo mismo que sabe el cronista.

La simbología de la crónica también fue un punto permanente de reflexión, porque la gente percibe la historia a través de lo que está escrito, pero eso no quiere decir que el texto se reduzca sólo a las palabras. Las palabras apenas son el nivel más básico de narración, más allá están las construcciones que se hacen con ellas y que estimulan la mente del lector.

Esta relatoría profundiza sobre la mayoría de los puntos sobre los que se debatieron y reflexionaron, rescatando en lo posible la voz del maestro, sus frases  y enseñanzas, que hacen referencia a las historias que los talleristas leyeron como referencia y las que ellos mismos escribieron para el último día del taller.

Cuidados al escribir

Al hacer una crónica hay un problema con el que el periodista debe lidiar y que se manifiesta de dos formas, una en la reportería y otra en la escritura.

En la reportería el autor puede enamorarse de una situación, de un lugar o de un personaje; que  tienen encanto pero que lo alejan de la historia. En la escritura puede enamorarse de una frase y dejar de fijarse en la realidad, convirtiendo el texto en una pieza de buena escritura pero alejada del periodismo.

Una recomendación es hacer el ejercicio de eliminar del vocabulario de cronistas las expresiones como mucho, muchos, pocos o muy pocos. En la mayoría de los casos son una invitación a la imprecisión.

La lectura y el enigma del lector

Aprender a leer mejor, aprender a leerse a sí mismo y a leer a los demás es imprescindible para el cronista, para fortalecer su escritura. Hay que darle más tiempo a leer para aprender a escribir, y eso, como cualquier amor, se consigue en horas que no son del trabajo. Muchas personas se preocupan por escribir bien y dan por hecho que ya saben leer.

El compromiso del lector promedio es entender la información llana en un texto, por ejemplo, cuando lee un perfil es porque quiere saber qué ha pasado con el personaje, como quien quiere saber de un vecino. En cambio el compromiso de un cronista es el de leer mejor, ser un lector de sentido, lo que en el ejemplo del perfil se traduciría en que tiene la ambición de comprender qué simboliza el personaje o cómo el personaje representa la situación de una comunidad o de una sociedad.

Para el autor de un texto hay un reto al que se enfrenta y es que escribe para la gente común, que está expuesta a diversos medios de distracción, que hace muchas cosas mientras lee. Por ello es difícil saber hasta dónde va a llegar el lector en el texto, tal vez se quede en el primer párrafo, tal vez lea el texto entero pero es posible que no recuerde nada de lo que ahí dice, que no le guste o que lo interprete de una manera diferente. El lector, hasta el más aventajado, se va olvidando de lo que ha leído recientemente y es proclive a extraviarse y no seguir la historia, además, hay que partir de la idea de que “si casi nadie lee las crónicas bien escritas, menos leerán las que están mal escritas”.

El lector es un enigma y por ello, el único lector que es confiable es el autor mismo, en especial si hay ausencia de un editor. Especialmente porque la lectura es un acto individual de privacidad y por eso es mejor darse cuenta de los errores en privado y no en público.

La recomendación para leerse a sí mismo es buscar una serie de elementos en los textos propios:

Voz propia: se reconoce porque crea la ilusión de que el texto solamente pudo escribirse de la forma en que está escrito, con una forma de puntuar, de usar ciertas palabras y el modo de ordenarlas.

La mirada: se reconoce en las paradojas, lo absurdo, las contradicciones y los detalles reveladores de la historia, que en principio parecen inconexas, pero que se articulan con un significado.

El tiempo de la historia y la estrategia narrativa: identificable por la mezcla de información, darle una función a los párrafos: unos para describir, otros para ambientar y otros para convencer. Sobre esa mezcla es donde van avanzando los

momentos de la historia y sobre los que se articula su sucesión.

La escena y el resumen: se reconocen porque es una llave de ambientación y datos que generan emoción en el lector o producen conocimiento.

La idea y el punto de vista: se identifica porque es clara la posición del periodista frente a lo que va a contar, se trata de la transparencia en las elecciones que ha hecho sobre los elementos de la historia.

El cronista al leerse a sí mismo corre el riesgo de caer en la autocomplacencia o de extraviarse en la propia lectura. El antídoto para ello es comparar el texto propio con el de otros, buscando cada uno de los elementos y porque al leer nos damos cuenta de que las dificultades que encontramos al escribir ya otros la han resuelto, de ahí podemos aprender. 

Las caras del cronista

El papel del cronista se basa en un compromiso con el lector, y ese compromiso incluye un pacto en el que el lector considera que el autor es la persona que más sabe sobre la historia que está leyendo y que todo lo que dice ahí es cierto. En esta época la exigencia es mayor, porque cuando el lector encuentra un error o está en desacuerdo con algo tiene muchas facilidades para interpelar lo que, de alguna manera, puede llegar a afectar la credibilidad del periodista. En este panorama, el cronista debe ser consciente de que tiene que poner su inteligencia y su voz en la información, porque va a ser juzgado por su texto.

“El cronista es un administrador de la angustia y de la ambición propias”, trata de imprimir un sello personal en un producto que debe hacer contra el tiempo. El problema es dejarse ganar de la angustia, porque reduce el espacio para usar la imaginación. La situación es más difícil para quienes trabajan en un diario, porque la coyuntura constriñe el tiempo, no da tantos espacios para buscar nuevas formas de contar las historias e invita a descartar aquellas que estén por fuera de esa coyuntura.

La imaginación para el cronista es necesaria, no para inventar información, sino para encontrar alternativas para narrar, porque la crónica permite experimentar. Así como el lector cambia, el cronista debe cambiar y atreverse a hacer lo que no ha hecho antes. Es por ello que quien se encuentre en esa situación debe hacer un esfuerzo mayor y sintonizarse con la búsqueda que hace el cronista sobre lo que fue novedoso en su momento para descubrir lo que está ahí enterrado, es decir, el cronista es un arqueólogo de la novedad, escarba en lo que fue novedoso en su momento.

El oficio del cronista, del periodista, no sólo se limita a la escritura. Gran parte de su trabajo se hace con la entrevista y con la observación, es decir, ser testigo, apuntar en la memoria y en la grabadora. En la reportería el cronista busca paradojas, absurdos y contradicciones, su mente se va amoldando para eso. Busca cosas aparentemente inconexas y las relaciona, dándoles un significado. “Identifica cuándo una situación es un accidente y cuándo es un patrón de conducta”.

En un texto es importante que se note que el periodista estuvo ahí dónde pasaron las cosas o, al menos, que estuvo en contacto con los testigos y con los personajes de la historia. Un cronista escribe para que la gente recuerde algo que es importante, útil y humano. Se trata de un propósito que refleja su ética y responsabilidad frente al lector, y sólo se logra si cree en lo que está contando. 

La crónica, la historia y el lector

“La historia es como un poliedro y la ambición de la crónica es contar la mayor parte de las caras de ese poliedro” y hacer entender cada una y la relación que tienen. Este es un género al que le interesa el lector y por eso mismo pretende que el tema no sólo se entienda, sino que importe. Para hacerlo recurre a las verdades que son pequeñas y cotidianas, que “por cotidianas, nadie las cuenta y como no se cuentan resultan extraordinarias y universales”.

Para que la historia termine importando al lector, la crónica trabaja con un concepto de noticia en la que es tan importante el descubrimiento de algo que sucede como los acontecimientos que los explican. Traduce fenómenos que no sabemos por qué ocurren en información real y comprensible, atando cabos entre un hecho y otro, le da sentido al caos que es la vida diaria; en otras palabras, la labor explicativa es más necesaria y propia del periodista que del literato.

La crónica tiene la posibilidad de ser compleja, cuenta la historia, ofrece un conocimiento nuevo que idealmente debe ser universal, busca iluminar los elementos que la componen (personajes, situaciones, lugares) y a la vez hace notar su sombra. De esta forma se hace un periodismo que invita al lector a sentir una emoción por lo que sucede en la historia.

La soledad del cronista, las dificultades del editor

El cronista de hoy, en Latinoamérica prácticamente trabaja solo. Tenemos una historia de dificultades en nuestros medios que han convertido al editor en un obrero del día a día que cierra ediciones, con el que se habla de la logística para hacer el trabajo, de fechas y de la extensión en caracteres. 

El editor ideal es aquel que tiene la claridad de que la historia está en la cabeza y en la libreta del reportero y por ello conversa con él sobre el trabajo de campo, que interpreta lo que el cronista quiere decir, la lógica que le quiere dar al texto, y le aporta para traducirlo en la escritura y buscarlo en la reportería. Es decir, el editor escucha al cronista para que cuente aquello que quiere narrarr pero que todavía no se revela en el texto.

El editor también es el comprador de las historias sobre las que el periodista quiere trabajar. Las historias exitosas generalmente se explican en poco tiempo, con pocas líneas y dejan ver qué detrás hay una idea clara. Si el cronista se demora mucho tiempo en explicarla el editor verá que hay dos problemas: o la historia no es buena y está enredada, o el periodista no sabe cómo explicarla; en ambos casos esos problemas se traducirán en el texto.

La idea, como principio

La crónica implica tomar decisiones, “el autor debe saber qué quiere mostrar y qué quiere ocultar”. Para hacerlo es mejor tener mucha más información de la que se va a usar, para poder elegir, pensar para qué sirve esa información y cuál es el objetivo de usarla o  no.

El criterio de selección lo da una idea que se plantea al principio de todo el proceso, antes de la reportería, y que responde a la pregunta ¿qué quiero que el lector sepa cuando lea la crónica? Es decir, de qué le va a hablar el autor a su lector. “El 50% del éxito de una crónica es la elección del tema y la claridad sobre qué se quiere contar de él”.

La idea se complementa al responder: ¿Cuál es la historia? ¿De qué se trata? ¿Qué es lo interesante? Con esas respuestas se va llegando a los detalles que sirven para conectar los elementos que el periodista ha identificado a primera vista. Al final esa idea, que es un concepto, va a atravesar toda la crónica logrando que la historia sean en realidad dos: una la literal y, la otra, lo que ella simboliza de la sociedad, de una cultura o de un problema.

Un truco, no imprescindible pero útil, es convertir esa idea en un titular para la crónica, porque “el titular se convierte en un faro que ilumina lo que sirve y oculta lo que no sirve”, guía al cronista desde la reportería hasta la escritura, y aclara el panorama para identificar los paradigmas y situaciones que le traducirán esa idea al lector a través de la historia.

En resumen, “la idea” es la clave para que la historia sea universal y trascienda la referencia a lo anecdótico. Por ejemplo, en la Odisea de Homero “la idea”, lo que se cuenta,  es el esfuerzo de un hombre que quiere regresar a casa, aunque dentro de la historia haya referencias a diversas anécdotas o situaciones, que son apenas parte de un sentido general. 

Convertir el dato en conocimiento

“La crónica que convierte el dato en conocimiento, es la crónica que necesitamos hoy”, la que tiene la intención no sólo de informar, sino de dejarle algo al lector. Se trata de que la crónica establezca una correspondencia entre el lector de sentido y el cronista.

Los datos como enumeraciones, cifras, nombres, lugares, fechas, medidas o cantidades son  piezas de información difíciles de recordar para el lector, son una invitación a extraviarse. “Los nombres y los números están hechos para olvidar”. Es por ello que vale la pena dosificar este tipo de información, administrarla y asociar cada dato con una caracterización o una imagen. Un ejemplo de cómo caracterizar una numeración es la que hace Gay Talese en Frank Sinatra está resfriado, asociando imágenes a los elementos de la enumeración: 

Era música para hacer el amor, y sin duda se ha hecho, por toda Norteamérica, mucho el amor a su compás: por la noche, en los automóviles, mientras se descargan las baterías; en las playas, en los atardeceres suaves de verano; en casitas a orillas del lago; en parques apartados y en elegantes áticos o en cuartos amueblados; en yates, en taxis, en cabañas; en todos los lugares donde se podían oír las canciones de Sinatra”.[1]

En el caso de los nombres vale marcarlos con diferentes recursos, haciéndoles un perfil aunque sea de una línea o línea y media, señalando un rasgo físico, mencionando el cargo o una característica de su oficio. Se trata de darles un valor de personas, no de numeración. “Los nombres tienen un extraño fulgor, tienen un sentido en la memoria y lo que hace el cronista hace es luchar para que el lector recuerde al personaje”.

Las cifras son difíciles de visualizar en el texto, si se juntan muchas pueden confundir al lector. Por eso es esencial administrarlas visualmente en el texto y a favor de la historia, y una vez ubicadas, es útil traducirlas con una metáfora a dimensiones o situaciones que resulten familiares para el lector. Un ejemplo se ve en la crónica El hombre al que nadie recuerda, en la que Doménica Canchano, al explicar la dimensión de la migración en Ecuador: 

“Uno de cada cuatro es tres millones de personas y esa cantidad puede generar un vacío enorme en un país pequeño: como si de pronto, la cuarta parte del país se quedara sin gente”.[2]

Con estas herramientas el autor podrá matizar y lograr una mayor comprensión de lo que cuenta, además de seducir al lector para que recuerde los elementos de la historia. 

Habrá casos en los que la crónica busca demostrar o sustentar un punto de vista o fortalecer una perspectiva sobre alguna de las situaciones o de los personajes. Esto requiere que, de cierta forma, haya un esfuerzo de convencer al lector y eso se logra por acumulación de información, es decir, de ir revelando cómo ese punto de vista o perspectiva se presenta varias veces en la historia, como martillando siempre en el mismo punto.

En la crónica, como se ve, hay muchos recursos con los cuales se puede convertir el dato en conocimiento, es decir de hacer que lo que se cuente permanezca en la mente del lector.

Comenzar una historia

Las primeras herramientas a las que el cronista puede acudir para cautivar al lector son el titular y el sumario, porque ambos son la entrada a la lectura, deben explicar de qué se trata la historia. En otras palabras, “son los medios para convencer a una persona de leer algo que no tiene por qué leer”. 

El título tiene una importancia especial porque es la promesa principal de la crónica, la que se debe ir cumpliendo a lo largo del texto. Un título es más efectivo si causa intriga y si se remite únicamente a lo que cuenta la historia, “un título que sirve para varias historias, aunque suene bien, es un mal título”. 

Es importante prestar atención a los detalles y tener en cuenta que no todo se puede gastar al principio. No se puede ser kilométrico en el detalle en el primer párrafo y luego ser parco en los demás. Es necesario que haya coherencia entre el estilo narrativo del texto.

Una recomendación, a modo de ejercicio, es evitar comenzar por el lugar, por la fecha o con un entrecomillado. Comenzar sin mencionar el lugar o la fecha no es excusa para que el cronista no ubique al lector en tiempo y en espacio. No es suficiente poner el nombre de un lugar para ubicar al lector en el espacio, “no podemos caer en el error de confundir el nombre con la escenografía”, los espacios tienen características y el cronista debe aprovecharlas así como debe ser concreto para guiar al lector hasta donde suceden las cosas. Lo mismo sucede con la ubicación en el tiempo, no es suficiente con notificar la fecha.

Una opción es comenzar la crónica con un descubrimiento o con una escena, preferiblemente con una frase inicial que sea intrigante como el título, que pique la curiosidad del lector que lo obligue a buscar la respuesta a una incógnita. De todas formas, y en muchos casos, la sola curiosidad no es suficiente, y por ello hay que justificarle al lector por qué debe leer lo que ahí está escrito. En adelante debe haber un resultado del ejercicio de selección, en que la historia vaya contando lo que el cronista ha encontrado que sea impactante, atrapante que sustente la promesa que se ha hecho desde el título. 

Tan importante como abrir, lo es cerrar. Las sorpresas se ponen en la mitad o al principio del párrafo y, en la mitad lo aburrido pero rítmico, lo que funciona para la estructura general de la crónica como para la de los párrafos. Por ejemplo, una buena forma de cerrar un párrafo es plantear de nuevo el sentido de lugar, de tiempo, hacerle recordar al lector una característica del espacio, de lo que “ya vio” en la crónica; incluso, si es el final de una numeración, resaltar el ítem extraño, siempre y cuando exista.

Ritmo: escena, resumen, ensayo y citas

Hay que partir de la idea de que “la realidad siempre escribe mejor que nosotros”. Además en la realidad está todo y escribirlo todo o reportearlo todo es imposible, por eso la selección y el montaje son tareas cruciales en la escritura de una crónica. Eso quiere decir que es esencial para el periodista elegir qué contar y cómo lo va a contar, tener poder literario de selección. Debe saber que todo aquello que escoge son los eslabones que relatan la historia y, a la vez, representan todo lo que no se puede contar. “Para eso hace falta ser testigo y buen reportero”. 

El montaje debe tener en cuenta que cada párrafo tiene una función dentro del texto y cada línea va revelando un matiz de la idea con la que se concibe la crónica. Aunque los párrafos pueden usarse para todo, describir, sintetizar, crear suspenso, sentenciar, etcétera, en general, la crónica gira alrededor de la escena, el resumen y el ensayo. Vale la pena aclarar que la escena, el resumen y el ensayo pueden extenderse por más de un párrafo.

“La escena significa escribir para todos los sentidos”, se trata de recrear una atmósfera con coordenadas de espacio y de tiempo que ubiquen a la historia y a los personajes, pero sobre todo, que simbolicen la idea que atraviesa a la historia. 

La escena está compuesta por la atmósfera y un conflicto, es decir, es una mezcla que va más allá de la mera notificación de lo que hay o de lo que pasa. Mezclar ambas cosas es también un recurso que ayuda a transmitir el drama de las situaciones que se cuentan.

Por ejemplo, en la crónica Las últimas horas de Diana publicada en la revista Gatopardo, Gordon Thomas muestran una escena que refleja el asedio, habla del conflicto que ella vive y de la contradicción entre el placer de unas vacaciones y el agobio por la persecución de los paparazzi y por la cercanía de los escoltas: 

La princesa Diana estaba de pie en la popa del yate de lujo Jonikal, en su traje de baño marrón de una pieza. Esperaba poder nadar libre de los ojos curiosos de los fotógrafos y de los agentes secretos que seguían cada uno de sus movimientos alrededor del Mediterráneo”.[3]

El resumen entrega información nueva, contextualiza, recoge lo que se ha dicho para atar los cabos, refuerza un aspecto de la crónica o le da al lector ciertos datos que le servirán para entender lo que sigue en el texto. Normalmente la narración resumida condensa y concentra la información sobre un punto. En el mismo texto de Gordon Thomas se aprecia un ejemplo que contextualiza la situación y es la continuación del párrafo anterior:

Creía que los espías se hallaban ahí para enterarse de su siguiente movimiento dentro de la campaña que adelantaba para abolir las minas antipersonales y destapar más de los explosivos videos que habían hecho en secreto. Ella le había dicho a Dodi Al‐Fayed que podían sacudir la casa de Windsor”.[4]

El ensayo es la licencia que tiene el cronista de intervenir, resumir, plantear un punto de vista, hacer una digresión o interpretar una situación para reflexionar sobre un tema relacionado con la idea que plantea. Un ejemplo se encuentra en la crónica de Sergio Vilela La mujer que llegó al día siguiente, publicada en la revista Etiqueta Negra (Perú) y que hace una reflexión sobre el corredor más anciano de la maratón de Nueva York:

Al estar frente a él, es inevitable pensar que se está al lado de un gurú, y que este hombre es un iluminado capaz de revelar la verdad secreta del maratón de Nueva York. Pero la verdad es que he visto demasiada televisión, y que Singal ha volado hasta Estados Unidos sólo para correr cuarenta y dos kilómetros. Parece que fuera a decir que quien jamás haya corrido un maratón nunca entenderá por qué los atletas lloran como niños al cruzar la meta. Pero dice otra verdad en hindú: «Correr me hace sentir que estoy vivo»”.[5]

El montaje es una herramienta fundamental para el ritmo del texto, el orden de los párrafos y la forma de ir entregando información es lo que cautiva al lector y le da una lógica al texto. “Cuando una crónica es buena, secuestra al lector en su lógica y lo lleva hasta la última página”.

Los talleristas tenían inquietudes con los entrecomillados y las citas, que son otra categoría diferente a la escena, el resumen o el ensayo. ¿Cuándo utilizarlas? Aunque depende de cada caso, en general vale la pena entrecomillar cuando hay una cita del personaje que sirve para crear una expectativa narrativa, sorprender al lector (con una paradoja o con una contradicción, por ejemplo) o para descubrir un detalle revelador. Las citas ayudan a animar, dramatizar o a conocer el relato. El autor, de todas formas, debe evaluar si la intervención queda mejor en la voz del periodista o en la voz del personaje. 

Por ejemplo en el libro La guerra contra el cliché, un libro en el que Martin Amis recopila varios artículos y los comenta, hay un texto escrito por Hugo Young sobre Margaret Thatcher, la dama de hierro y en el que hay un buen trabajo de citas:

“Un periódico publicó un artículo sobre la nueva voz <<sexy>> que la señora Thatcher había estrenado en un programa de radio. (De hecho, claro, estaba resfriada en aquel momento.) <<Margaret>>, le dijo uno de sus ministros, <<leí en el periódico que tu voz se ha vuelto sexy.>> Ella respondió <<¿Qué te hace pensar que no era sexy antes?>>[6]

Cada vez que hay una cita, el periodista también se enfrenta a la utilización de los verbos como  dijo, agregó, manifestó, entre otros. Son un grupo de verbos reducidos y aparentemente inevitables. La forma de enfrentar este problema es releer lo que se escribe y darse cuenta de si el verbo atributivo sobra, si el texto es claro sobre quién habla no hace falta poner el verbo. Hay formas de incluirlo, por ejemplo poniéndolo en la mitad de una cita y luego continuarla. “Para aprender sobre citas, un autor para leer es Ernest Hemingway que tiene diálogos magistrales”.

Un apunte sobre puntos, comas y caracteres

“La puntuación tiene unos efectos inconscientes en la lectura”, por eso es importante tener en cuenta que eso hace parte del estilo y del uso del lenguaje, el cronista debe tener claro que del buen uso del lenguaje también depende de que el lector quede seducido por el texto e influye en que recuerde algo cuando termine de leer. El cronista no sólo escribe con las letras, sino con los espacios en blanco, con el guión mayor que se usa frecuentemente para crear el efecto de una sorpresa o el punto y coma para jerarquizar o articular dos ideas complejas. 

Periodismo y teatro

Durante los días del taller, Julio Villanueva Chang hizo un recorrido sobre el proceso de escribir una crónica.  Los fragmentos unidos en este texto recogen algunos pasajes de ese recorrido, y cuya idea general se puede condensar en una recomendación: ponerse en el lugar del lector, que es más difícil ahora que hace quince o veinte años. 

Cada vez que se hablaba del título, del montaje, del ritmo, de la simbología o de la historia, había una mención al lector. Mientras Chang caminaba por el salón de ladrillos rojos, iba advirtiéndole a los talleristas sobre el lector, sobre los tipos de lectores, sobre los enigmas que son. En resumen, el lector es el coco del cronista. Y lo peor, hay varios tipos de lectores.

Esas reflexiones tienen su versión análoga en el teatro y a la que se hizo referencia durante el taller. Al final del primer día y principio del segundo, los talleristas fueron lanzando las ideas sobre qué temas querían hacer la crónica y sobre cada tema opinaban Chang y Marc Caellas, el experto en teatro. En la conversación iban surgiendo más temas, más ideas. Chang proponía aquellas cosas que no había leído sobre teatro o sobre arte y que deberían estar en una crónica. Caellas manifestaba sus preocupaciones como director teatral y lo que le gustaría ver en los medios sobre teatro.

Un tema que salió no hablaba de los actores, del guión ni de los organizadores; se trataba de la audiencia y cómo el cambio en la audiencia ha cambiado la forma de hacer teatro, Caellas, por ejemplo, se refería a cómo se hacen obras de teatro en la calle en las que se cita al público y mientras los actores usan andenes, tiendas y casas como escenografía, el público los sigue e incluso, interactúan con ellos.

¿Por qué llegar a hacer obras de teatro en la calle? La gente no paga, al que no le gusta se va o se queja, el reto para los actores es mayor porque nada los separa del público, no hay tarima, todos están al mismo nivel, pero eso crea una relación más fuerte entre la obra y la audiencia. Las obras han salido de la sala porque la audiencia es cada vez más dispersa, con computadores portátiles, cámaras o celulares por contestar; aparte, muchas de las sensaciones que causaba el teatro, las causan ahora el cine o los videojuegos que absorben más a las personas. El teatro en la calle le da un toque extra de credibilidad, de sensación de que el asistente es testigo de lo que pasa.

La analogía con el periodismo tiene que ver con que la audiencia, conformada por los lectores, también es más dispersa, es menor. Hay casos similares, cada vez el lector va siendo menos lector y más un usuario de internet donde no tiene que pagar, si no le gusta lo que lee cierra la página o se queja en los foros, incluso publica información o desmiente al periodista con información, se pone al mismo nivel.

En ese contexto, la crónica tiene más flexibilidad que el teatro de sala por el pacto de verdad que hay entre el cronista y el lector; es decir, por el pacto aquel en el que lector cree que todo lo que dice el cronista en la historia es cierto y que el cronista escribe la historia habiendo agotado todos sus recursos para asegurarse de que lo que cuenta es verdad. Este pacto crea un vínculo de credibilidad que es la puerta para emocionar al lector, para que se meta en el texto y sea un testigo de la historia que está leyendo. La crónica todavía tiene la posibilidad de llevar al lector a la calle, a donde pasan las cosas. 

A pesar de esto, la crónica como la describe Chang, no es un rompecabezas, sino una serie de herramientas que tienen nombres (titular, párrafo, cierre, cita, etcétera) y que el cronista usa para cumplir con el pacto del periodista narrador, en el que cuenta cosas que de verdad pasan y que el lector lee para enterarse. 

En esta época en que el lector es un enigma con voz, que tiene más medios de distracción, en que la lectura es más difícil, la apuesta del cronista es utilizar esas herramientas para mantenerlo atento en la historia, como templándole la cuerda a un equilibrista, evitando que se caiga. Este taller, aunque gramático, semántico, editorial y estilístico, fue sobre todo un esfuerzo para saber cómo seducir al lector, y saber que no sólo es lector aquel que lee al final, sino el cronista mismo y, con suerte, un editor.


[1] TALESE, Gay. “Frank Sinatra está resfriado”. Revista Letras Libres, agosto 2007. Pp. 52 – 70. México.

[2] CANCHANO, Domenica. “El hombre al que nadie recuerda”. Revista Etiqueta Negra, febrero 2009. Pp‐ 64 ‐ 69. Perú

[3] THOMAS, Gordon. “Las últimas horas de Diana”. Revista Gatopardo, agosto 2003. Pp. 143 – 147. Colombia.

[4] Idem.

[5] VILELA, Sergio. “La mujer que llegó al días siguiente [a la meta del maratón de Nueva York]”. Revista Etiqueta Negra, septiembre 2006. Pp. 51 ‐ 58

[6] YOUNG Hugo en AMIS Martin. “La guerra contra el cliché”. Anagrama. Barcelona, 1995. Pp. 39 ‐ 45

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