El domingo 3 de febrero de 2019, el profesor Ernesto Picco durmió hasta tarde. Recién al medio día encendió su teléfono. Le sorprendió en la cabecera de su feed de Instagram una foto suya en una especie de cartel de colores. Pensó: "¿Quién ha sido el maldito que hizo un meme con mi cara?". Al instante siguiente vio que era un anuncio de la FNPI.
Esa mañana, durante el Hay Festival en Cartagena de Indias, Colombia —a unos 6.000 kilómetros de Santiago del Estero, la ciudad del norte de Argentina donde reside— se había revelado que él, Ernesto Picco, era el quinto ganador de la Beca Michael Jacobs de crónica viajera. El reconocimiento se lo había otorgado un jurado conformado por Jon Lee Anderson, Daniel Samper Pizano y Sabrina Duque por un proyecto de libro en el que el académico argentino propuso una inmersión en la cotidianidad de las islas Malvinas, objeto de vieja disputa de soberanías entre Argentina e Inglaterra, que en 1982 alcanzó niveles bélicos.
Cuando leyó su nombre debajo de la palabra ganador, saltó de la alegría, corrió a gritar al patio, y luego volvió a su casa a ver todos los mensajes y llamadas perdidas que no se había dado cuenta de que tenía. “Me habían estado intentando ubicar hacía horas”, recuerda Picco. “Y ahí estaba yo ahora tratando desesperadamente de que me encontraran. Al rato hicimos contacto con la FNPI y empecé a ver que era real y a caer en la noticia”.
Desde luego, la sorpresa fue mayúscula para este profesor universitario y periodista de una de las provincias más pobres de Argentina. “Los periodistas de provincia a veces parecemos estar condenados al aldeanismo, a tener que contar historias pequeñas”, dice, consciente del impulso que le garantizará la Beca Michael Jacobs a la historia por la que fue premiado, y de cómo el reconocimiento demuestra que los periodistas de las periferias tienen herramientas para contar historias que pueden interesarles a lectores de cualquier parte del mundo.
En esta entrevista, Ernesto Picco nos cuenta más sobre su proyecto ganador y sobre su vida como académico y periodista freelance.
¿Qué te inspiró a postular a la Beca?
Conocía de cerca el trabajo de Federico Bianchini. En 2014 había asistido a un maravilloso taller de crónicas con él y otros colegas organizado por Revista Anfibia en Ostende, y luego quedamos en contacto. Fui siguiendo por las redes y sus textos lo que fue su experiencia en la Antártida, y entendí que los cronistas freelance podían tener una manera de llevar adelante un proyecto periodístico de gran envergadura, dedicándole tiempo y con el respaldo de calidad que implica la FNPI y la Beca Michael Jacobs. Desde entonces que tenía en mente la posibilidad de postular a la beca. Y este año lo hice por primera vez.
¿Por qué decidiste explorar las historias de las islas Malvinas?
En un país tan agrietado y conflictivo como Argentina, el reclamo de soberanía por Malvinas es uno de los pocos temas sobre los que en general hay consenso y unanimidad, sin importar tu partido político o tu ideología. Pero nuestras imágenes sobre las islas están paralizadas en 1982, en la guerra, y en lo que sufrieron los excombatientes. Sabemos poco y nada de cómo son hoy las islas que están en disputa, cómo es la vida cotidiana de los isleños, quiénes son, cómo piensan, cuáles son sus problemas, sus conflictos internos. Si puedes sacar de foco por un momento el tema de la guerra, aunque está ahí siempre presente, te encuentras que detrás hay un montón de historias que son apasionantes para descubrir.
¿Cómo se viven en las Malvinas las consecuencias de la guerra?
Antes de la guerra, Inglaterra estuvo a punto de entregar las islas al gobierno argentino. Económicamente estaban quebrados, los isleños tenían dificultades para adoptar la nacionalidad inglesa, y en gran medida ese pequeño archipiélago al sur era más un lastre que otra cosa. La guerra permitió dos cosas: la instalación de la base militar que continúa hasta hoy, con la que ahora Europa y la OTAN tienen un pie en un lugar geoestratégicamente clave; y un posterior impulso económico notable, con en el que los isleños recuperaron su autoestima y su sentido de pertenencia. Se duplicó la población, se multiplicaron exponencialmente los ingresos por la pesca y el turismo y, sobre todo el pueblo de Stanley —que aquí todavía se nombra como Puerto Argentino— se modernizó y creció de manera descomunal. La guerra fue tormentosa durante las semanas que duró, pero es el punto de inflexión que terminó beneficiando a los isleños y cambiando su vida para mejor.
Cuéntanos sobre la primera vez que fuiste a las Malvinas y sobre los lugares que esperas visitar en este segundo paso. ¿Por qué los escogiste?
Había tenido un intento fallido en 2010. Entonces no se podía viajar directo desde Argentina y había que ir por Chile. Cuando llegué ahí, perdí el avión que iba a las islas y no salía otro hasta mucho después. Tenía ya otros compromisos de trabajo que me impedían reprogramar y ahí quedó todo. Hice algunas entrevistas que tenía pautadas vía telefónica, y publiqué algunas cosas en el periódico de mi provincia, pero me quedé con la espina atravesada de no poder viajar.
Muchos años después de esa frustración empecé a pensar en retomar aquella idea, y en 2018 pude hacerlo. Empecé a mandar correos a la gente de prensa del gobierno, para sondear si podían acreditarme, envié los materiales que ya había publicado antes, y tuve la enorme colaboración de la Oficina de Comunicaciones de las islas. Cuando les presenté mi propuesta de trabajo me ayudaron a armar una grilla de entrevistas con funcionarios, empresarios, y otros periodistas. Y luego en mi recorrido pude hacer muchas más charlando con pescadores, inmigrantes, y otros trabajadores que viven allí.
Ahora pienso entrevistar más gente en el pueblo y también la gente que vive en el campo. Hay muchas familias que están aisladas en cabañas en medio de la nada. Profundizar el trabajo de archivo en el lugar. Y también conocer la Falklands House, que es la casa que el gobierno de las islas tiene en Londres. Espero poder entrevistar a los isleños que van allí a estudiar y formarse y luego vuelven a trabajar. Y también la base de la Falklands Island Company en Inglaterra, que es la empresa más importante de las islas y maneja a la distancia gran parte del movimiento económico.
¿Qué es y que no es la crónica viajera para ti?
Es un modo de contar lugares que son lejanos para el periodista y para los potenciales lectores, pero cercanos para los protagonistas de las historias. Es un modo de llevar de viaje al lector. De ayudarlo a recorrer y a conocer cosas que de otra manera no podría. Y que el contacto con lo lejano lo ayude quizás a ponerse en perspectiva y repensar su propio mundo. A fin de cuentas para eso sirve viajar. También creo que ahí hay que evitar las tentaciones del yo, el relato excesivo y egocéntrico de la experiencia propia. Creo que el cronista debe ser un medio, un catalizador para contar lo que hay para ver, pero no el centro de la historia.
¿Qué significa ser, como te describió un diario que circula en Frailes, “el nuevo heredero literario de Michael Jacobs”?
Es un título enorme. Aún no lo he digerido en esos términos. De lo que estoy seguro es de que, como fuera, ahora hay que trabajar mucho para honrarlo.
¿Qué va a representar la beca tanto para tu proyecto como para tu carrera?
Para el proyecto de contar las islas es la oportunidad de que se concrete en un libro, y con el plus incalculable que significa el respaldo de la FNPI. En mi carrera es un desafío que espero me sirva para romper algunas barreras, que no son solo mías. Yo he viajado bastante, pero vivo y trabajo en una de las provincias más pobres de Argentina, donde hacer periodismo es muy difícil. Los periodistas de provincia a veces parecemos estar condenados al aldeanismo, a tener que contar historias pequeñas, para públicos muy reducidos. En un país macrocefálico como Argentina, para que tus historias lleguen, hay que contarlas desde Buenos Aires. Poder concretar el proyecto es una manera de decir que los periodistas de las periferias tenemos herramientas para contar otras historias y llegar a más lectores con ellas.
Cuéntanos sobre tu experiencia académica. ¿Cómo conjugas tu labor en la universidad con el periodismo freelance?
Después de trabajar cuatro años sin domingos ni feriados en una redacción, abandoné el periodismo de día a día para dedicarme al estudio. Ya era docente universitario, y obtuve una beca para hacer un doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente soy profesor de la cátedra de Historia de los Medios en la Licenciatura en Periodismo en la Universidad Nacional de Santiago del Estero, donde además trabajo en la radio. Todo ese tiempo me dediqué en paralelo a escribir crónicas como freelance. He tenido el privilegio de publicar no sólo en Anfibia, sino también en Cosecha Roja, y en la legendaria Revista Crisis, y por supuesto en revistas regionales o locales que trabajan con mucho ahínco intentando hacer buen periodismo, como Subida de Línea en Santiago, o Tucumán Zeta en Tucumán. Todo esto me hace convivir con una crisis de identidad entre el periodismo y la academia. Pero al fin y al cabo lo que me gusta es poder contar historias y ayudar a comprender un poco más a las personas y sus entornos. Creo que con distintas herramientas y limitaciones, el periodismo, la historia, la sociología, y las ciencias sociales en general se preocupan por lo mismo. Y es una tarea apasionante poner esas miradas en diálogo.
Sobre la Beca Michael Jacobs de crónica viajera 2019
En 2014, tras el fallecimiento de Michael Jacobs, la FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y el Hay Festival Cartagena de Indias, como parte de una alianza de más de una década, tomaron la iniciativa de organizar, como homenaje al escritor inglés, la Beca Michael Jacobs de crónica viajera, reconocimiento que este año cuenta con el apoyo de The Michael Jacobs Foundation for Travel Writing.
En su quinta edición, con el propósito de incentivar la crónica viajera, la beca abrió su convocatoria en noviembre de 2018 para premiar con 7.500 dólares un proyecto de libro de viajes sobre Hispanoamérica o España, a publicarse en español o inglés. El reconocimiento fue para Ernesto Picco por su trabajo Un pequeño país aparte. Como parte de la beca, el ganador podrá disfrutar de una estadía de máximo seis meses en Frailes, Andalucía (España), lugar en el que Michael Jacobs escribió algunos de sus últimos libros, y hará parte del jurado de la Beca Michael Jacobs de crónica viajera en 2020.