Los grupos anti-vacunas son una minoría peligrosa, pero la proporción de los que dudan va en aumento. Es hora de que los periodistas evitemos reducir el problema a la polarización «provacunas» y «antivacunas».
Cada vez hay más personas que rechazan algunas vacunas, pero aceptan otras, que retrasan la vacunación de sus hijos porque dudan del calendario oficial, o que tienen más miedo a la vacuna que a la propia enfermedad. No es apenas una percepción. En 2015, el Grupo de Expertos en Asesoramiento Estratégico sobre Inmunización de la Organización Mundial de la Salud lanzó un documento solicitando a los países que midieran y afrontaran el problema llamado reticencia vacunal (vaccine hesitancy).
Conociendo la importancia crucial que tiene alcanzar altos índices de inmunización, ¿cómo debemos actuar los periodistas?, ¿qué responsabilidad tenemos?, ¿cómo podemos remediarlo?
En primer lugar, la culpa de esta situación no radica apenas de las noticias falsas, que sin duda hacen su parte. Tampoco es una cuestión social, relacionada a la baja educación: los que rechazan vacunas son en su mayoría gente de clase media o media-alta con estudios superiores. Se ha observado este fenómeno en padres muy atentos a la salud de sus hijos. El punto importante aquí es que ese gran mundo que no es 100% pro, ni 100% anti, es justamente nuestro público: personas mayormente bien informadas.
No estamos hablando del sector radical e irracional de los que rechazan la ciencia, sino de padres mal informados que evitan algunas vacunas como la de hepatitis B, porque creen que no se adecúa a la edad de sus hijos, o rechazan otras por proteger de enfermedades que perciben como leves o ya erradicadas. En sus redes sociales, critican las vacunas de forma puntual, argumentando en contra de una u otra. ¿Cómo llegar a estas personas? Todo indica que la respuesta obvia, que es ofrecer información correcta, es una actitud necesaria pero no suficiente.
Las técnicas para promover la aceptación de vacunas en este grupo de personas son hoy foco de investigaciones. Existe hasta una plataforma el Vaccine Sentimeter que analiza las tendencias de conversaciones sobre el tema vacunas en las redes sociales, que se alimenta de 100.000 fuentes incluyendo noticias on line, blogs y discusiones.
La decisión de vacunar es un comportamiento influido por la información, pero también por la confianza. Factores que influyen negativamente son la desconfianza en la eficacia y la seguridad de las vacunas, pero también en las autoridades de salud pública y en los profesionales. Y, sobre todo, en la independencia de éstos últimos en relación a la industria farmacéutica, desde las dudas razonable basadas en hechos reales y décadas de falta de transparencia de gobernantes y empresas, hasta teorías conspirativas de alta creatividad.
También pesa, según la OMS, la, baja percepción del riesgo de enfermedad inmunoprevenible y de la necesidad de vacunarse, y de que se trate de un acto individual que deben realizar personas que reclaman su derecho a elegir, pero con consecuencias colectivas.
Frente a todos estos factores, hay estudios que muestran que la información correcta no alcanza para que las personas cambien su punto de vista. Los mecanismos que llevan a la duda son a veces emocionales y contra-intuitivos. Estudios de memoria indican que la falsa información persiste en las mentes aún cuando se toma conocimiento de la correcta, y que reiterar un mito para desacreditarlo podría, por el contrario, aumentar su aceptación.
Entre las dificultades concretas que tenemos los periodistas para llegar con el mensaje a los que dudan está que la disminución de las enfermedades infecciosas (producto de las propias vacunas) hace que los riesgos de la vacunación sean más visibles que sus beneficios.
Las siete recomendaciones
Hoy se considera que debe evitarse la grieta entre las partes, a favor de crear puentes con la población insuficientemente vacunada.
1. Evitar ser despectivo, reconocer las preocupaciones, y el derecho a dudar y aprovecharlas para dar la información a medida.
2. No darles espacio a los mitos, porque se fortalecen en la mente del lector – oyente. Hacer foco en los hechos.
3. Más que refutar, se recomienda aportar información nueva que podría remplazar la antigua. Y hablar de las enfermedades más que de las vacunas.
4. Propiciar espacios de diálogo evitando el término «antivacunas» para un perfil con muchos matices.
5. Principalmente en el caso de médicos columnistas de salud, sería adecuado un enfoque personal: decir que vacunó o vacunaría a su propio hijo es comprobadamente efectivo.
6. Siendo un problema de confianza, puede ser útil la participación de líderes religiosos u otras personas influyentes.
7. Reforzar la idea que la decisión de no vacunar no es un derecho en el ejercicio de la autonomía, sino un deber social.
En los últimos tiempos, la confianza en la medicina institucional disminuyó y la relación médico- paciente se alteró de forma que hoy las personas, más que nunca, participan en sus propias decisiones de salud. En una época de notorio aumento en el número de vacunas para niños y adultos, el tema ocupa cada vez más espacios de discusión. Los periodistas no podemos continuar haciendo la cobertura, como si nada de esto existiera.