Las noticias falsas y un problema de 400 años: necesitamos resolver la crisis de la postverdad

Las noticias falsas y un problema de 400 años: necesitamos resolver la crisis de la postverdad

Las cámaras de resonancia de Internet sacian nuestro apetito de mentiras cómodas y falsedades que nos reafirman, y se han convertido en uno de los grandes desafíos para el siglo 21.
Fotografía: Bykst // Pixabay
Luciano Floridi

La Era de Internet llegó con grandes promesas: un nuevo periodo de esperanza y oportunidades, conexión y empatía, expresión y democracia. Sin embargo, el medio digital ha envejecido mal porque le permitimos crecer de forma caótica y sin cuidado, dejando de prestar atención al deterioro y contaminación de nuestra infoesfera.

Nos hemos volcado a buscar lo que queríamos – entretenimiento, productos baratos, noticias gratuitas y chismes – en lugar de procurar un más profundo entendimiento, diálogo o educación que nos habrían servido mejor.

El apetito por el populismo no es un problema nuevo. En las feroces batallas de los periódicos en la Nueva York de la década de 1890, emerge un estilo sensacionalista de periodismo con los diarios New York World de Joseph Pulitzer yNew York Journal de William Randolph Hearst, que fue apodado “periodismo amarillo” por aquellos preocupados por mantener los estándares, adherirse a la precisión y mantener un debate público informado. Ahora tenemos el mismo problema con la información falsa en línea.

Ídolos de la caverna

Los seres humanos siempre hemos sido prejuiciosos e intolerantes con los puntos de vista diferentes al nuestro. EnNovum Organum, su obra maestra filosófica publicada en 1620, Francis Bacon analiza cuatro tipos de ídolos o falsas nociones que “están ahora en posesión de la comprensión humana, y han echado profundas raíces en ella”.

Uno de ellos, los “ídolos de la caverna”, se refiere a nuestros sesgos conceptuales y susceptibilidades a las influencias externas. “Todo el mundo… tiene una cueva o guarida propia, que refracta y decolora la luz natural, ya sea debido a su propia y peculiar naturaleza; o a su educación y conversación con los demás; o por la lectura de libros, y la autoridad de quienes estime y admire; o debido a las diferentes impresiones, en consecuencia, que ya tienen lugar en una mente preocupada y predispuesta o se establecieron en una mente indiferente”. Es por lo menos un problema de 400 años de edad.

Del mismo modo, el apetito por el cotilleo superficial, las mentiras agradables y las falsedades tranquilizadoras siempre ha sido significativo. La diferencia está en que Internet permite que este apetito sea alimentado por un suministro inagotable de basura semántica, transformando así las cuevas de Bacon en las actuales cámaras de resonancia. De ese modo, siempre hemos estado en la “post-verdad”.

Este tipo de problemas éticos digitales representa un desafío que define el siglo 21. Incluye brechas a la privacidad, la seguridad, los derechos de propiedad intelectual y los derechos humanos fundamentales; así como la posibilidad de explotación, discriminación, desigualdad, manipulación, propaganda, populismo, racismo, violencia e incitación al odio.

¿Cómo podemos empezar a sopesar el costo humano de estos problemas? Consideremos las responsabilidades políticas de los sitios web de los periódicos en los que se distorsionó el debate en torno a la decisión del Brexit en Reino Unido; o las noticias falsas difundidas por los sitios web del “alt-right”, un movimiento de personas con puntos de vista de extrema derecha, en la campaña llevada a cabo por el presidente electo Donald Trump.

El problema de Silicon Valley

Hasta el momento, la estrategia de las empresas de tecnología ha sido la de afrontar el impacto ético de sus productos de forma retrospectiva. Algunos están finalmente dispuestos a tomar medidas más significativa contra la información falsa en línea: Facebook, por ejemplo, está trabajando en métodos más fuertes de detección y verificación de noticias falsas, y en formas de proporcionar etiquetas de advertencia sobre el contenido falso. Sin embargo lo hacen un poco tarde, cuando las elecciones presidenciales en Estados Unidos ya pasaron.

Pero esto no es suficientemente bueno. El mantra de Silicon Valley “falla a menudo, falla rápido” es una mala estrategia cuando se trata de los impactos éticos y culturales de este tipo de empresas. Es equivalente a “demasiado poco, demasiado tarde”, y tiene costos de importancia mundial muy altos a largo plazo.

El tener una ética proactiva al parecer retrasa la toma de decisiones, socava las prácticas administrativas y daña las estrategias de innovación digital. En resumen, es muy caro. El servicio de entrega de Amazon en el mismo día, por ejemplo, tiende sistemáticamente a excluir los barrios predominantemente negros en las 27 áreas metropolitanas en las que está disponible, según descubrió Bloomberg. Esto hubiera sido evitable con un análisis del impacto ético, el cual podría haber considerado el impacto discriminatorio de estas sencillas decisiones que fueron dejadas en manos de algoritmos.

La difusión casi instantánea de la información digital significa que algunos de los costos de la desinformación pueden ser difíciles de revertir, sobre todo cuando la confianza se ve socavada. La industria de la tecnología puede y debe hacer todo lo que esté de su parte para asegurar un mejor internet, que cumpla su potencial para apoyar el bienestar de los individuos y el bien social.

Razones para el optimismo

Necesitamos una infoesfera ética para salvar al mundo y a nosotros de nosotros mismos. Pero la restauración de la infoesfera requiere un esfuerzo gigantesco y ecológico. Hay que reconstruir la confianza a través de la credibilidad, la transparencia y la rendición de cuentas. Esto requiere un alto grado de paciencia, coordinación y determinación.

También hay algunas razones para ser optimistas. En abril de 2016, el gobierno británico estuvo de acuerdo con la recomendación del Comité de Ciencia y Tecnología del parlamento para que el gobierno estableciera un Consejo de Ética de los Datos. Dicho foro consultivo, abierto e independiente traería todas las partes interesadas a participar en el diálogo, la toma de decisiones y la aplicación de soluciones a los problemas éticos comunes provocados por la revolución de la información.

En septiembre de 2016, Amazon, DeepMind, Facebook, IBM, Microsoft y Google (a la que asesoré sobre el derecho a ser olvidado) establecieron un nuevo cuerpo ético llamado la Alianza sobre Inteligencia Artificial Para Beneficiar a las Personas y la Sociedad. La Royal Society, la Academia Británica y el Instituto Alan Turing están trabajando en los marcos regulatorios para la gestión de los datos personales, y en mayo de 2018 el Reglamento General de Protección de Datos entrará en vigor en Europa, fortaleciendo los derechos de los individuos y su información personal. Todas estas iniciativas muestran un creciente interés en cómo las plataformas en línea pueden ser consideradas más responsables por el contenido que proporcionan, tal como lo hacen los periódicos.

Tenemos que dar forma y guiar el futuro digital, y dejar que arreglar los problemas medida que avanzamos. Es el momento de trabajar en un proyecto innovador para un mejor modelo de infoesfera.

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* Luciano Floridi es profesor de filosofía y ética de la información en la Universidad de Oxford y hace parte del Instituto Alan Turing. Es miembro del Grupo Asesor de Ética de la Unión Europea; del Grupo de Trabajo de la Academia Británica y la Royal Society para la Gobernanza de Datos; y de la junta consultiva de Google para el “derecho al olvido”. También es presidente de la Junta Consultiva del Marco Europeo de Información Médica. Ha publicado con la Oxford University Press los libros: La Cuarta Revolución – Cómo la Infosfera Está Transformando la Realidad Humana (2014), La Ética de la Información (2013), y la Filosofía de la Información (2011).

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Este artículo fue traducido por Hernán Restrepo, gestor de contenidos de la Red Ética Segura , del original publicado en el diario The Guardian el 29 de noviembre de 2016. 

Publicado en español con permiso expreso otorgado por el autor y el periódico a la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) para su programa de Ética Periodística y Sostenibilidad de los Medios, en alianza con Sura y Bancolombia.

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