A propósito de Charlie Hebdo, ¿cuáles son los límites éticos de la libertad de expresión?

A propósito de Charlie Hebdo, ¿cuáles son los límites éticos de la libertad de expresión?

Entre los pensamientos más recordados de Benito Juárez está el que señala el límite de las libertades y derechos, que terminan donde comienza el derecho ajeno.
Fotografía: Simón Grossi en Flickr / Usada bajo licencia Creative Commons
Red Ética FNPI

¿Se puede ofender o blasfemar en nombre de ese derecho?…

Consulta de Andrés Gómez
Periodista independiente
Cali, Colombia

R.- Entre los pensamientos más recordados de Benito Juárez está el que señala el límite de las libertades y derechos, que terminan donde comienza el derecho ajeno.

Es un límite que no señala ley alguna porque lo traza la conciencia de cada uno, guiada por su sensibilidad y apertura hacia el otro.

Es explicable el rechazo a la posibilidad de que  se les fijen límites a libertades como la de expresión e información, cuando se da por aceptado que ser libre es hacer lo que uno quiera; una idea distinta de la otra: ser libre es hacer lo que uno debe hacer sin que nadie se lo impida. En la primera, el capricho personal adquiere carta blanca; en la segunda el sujeto del derecho se guía por su relación con el otro.

La libertad de expresión que elimina todos los obstáculos para decir o escribir lo que uno quiera resulta tan absurda como la que pretendía tener un taxista que reaccionó cuando su pasajero le pidió apagar el cigarrillo que acababa de encender: “estoy en mi taxi y aquí hago lo que me dé la gana y lo echo a usted si me da la gana”. Los periodistas que reprodujeron y rechazaron la escena, pueden estar defendiendo su libertad sin límites sin caer en la cuenta de su cercanía al taxista en cuestión. Tanto el taxista como el periodista son servidores públicos; el taxi es de servicio público, lo mismo que la información y el medio de comunicación que, aunque propiedades personales, están al servicio del público, lo que impide que puedan ponerse al servicio particular del taxista o del periodista.

Esos derechos del otro, que señalan los límites de la libertad, imponen el respeto por el otro que implica deberes tan elementales como no hacerle daño, tratarlo como a persona, no ofenderlo.

Se comprende así en el caso del taxista, pero no aparece tan obvio en el caso del periodista que maneja un bien social, que es la información, y presta un servicio social.

La información del periodista es para el receptor, por tanto tiene en cuenta las necesidades del receptor y, desde luego, sus derechos. Tiene derecho a que le digan la verdad, a que se respete su intimidad, a no ser ofendido.

Esto no obsta para que se controviertan sus ideas, se sometan a crítica sus creencias, con razonamientos, con humos, con fantasías, recursos estos que descartan la burla y la ofensa.Es una afirmación elemental pero indispensable: no existe ni el derecho, ni la libertad para ofender, ni para hacer daño a las personas.

Documentación

En los seis años que llevo escribiendo jamás me han censurado una coma. Por ello  y porque como anarquista soy un defensor a ultranza de las libertades, me ha generado un profundo dolor lo ocurrido en Charlie Hebdo.

Me es muy difícil aceptar que la libertad y más la libertad de expresión, tenga límites. Pero los tienen, o  por lo menos los tienen para mi.  Mis libertades terminan cuando su ejercicio afecta negativamente las del prójimo. No me atrevería a sugerir censura alguna, de ningún tipo, a la libertad de expresión. Pero yo, personalmente, sé que mi propia libertad  sí tiene límites y que no puedo decir ni escribir lo que me venga en gana. Como anarquista sé que mi libertad ha de ser ejercida responsablemente y que mi derecho llega hasta donde empieza el de los otros.

La masacre contra Charlie Hebdo es injustificable, pero tampoco valida lo realizado en estos años por esa revista. Porque así como nada,  absolutamente nada, justifica la masacre, nada justifica el burlarse y mancillar aquello que es sagrado para mil y para miles de personas en el mundo. Así como es sagrada la vida, también lo es respetar las creencias del otro, por muy absurdas que a uno puedan parecerle.

En el  centro de todo, en el ojo de la tormenta, una idea flota pero ya no la comprendemos, ya no sabemos lo que significa y nos asusta, nos fastidia pues la creíamos superada. Pero esa palabra que ya nadie usa es base del respeto y la convivencia en estos tiempos de ruido, de confusión. En esta torre de Babel de la edad de las comunicaciones la palabra clave, creo yo, es compasión. La compasión no es otra cosa que la capacidad de sentir empatía por los otros, de tratar de ponerse en la piel ajena. Y ¿por qué ha de hacerse? Por las infinitas veces en que hemos deseado que otros  hiciesen lo mismo por nosotros. Porque la compasión es la madre del respeto por la experiencia de la vida ajena, porque es la forma cómo podemos medirnos y autorregularnos frente a los demás.

Pero quizás la pregunta más importante no es ¿cuáles son los límites de la libertad de expresión?, sino ¿quién ha de impone dichos límites y de qué dependen? Creo que dependen de nosotros mismos, los columnistas, caricaturistas, locutores, actores, periodistas, editores y en general aquellos que usamos este gran poder de los medios y a quienes nadie controla. La verdad es que no siempre lo hacemos con responsabilidad, pues aún cometiendo errores, somos incapaces de dar ejemplo y reconsiderar, parar y, de ser necesario rectificar.

Julián López de Mesa: Los límites de la libertad. Columna en El Espectador del 15-01-15

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