“La costa Caribe de Colombia, donde yo nací, es con el Brasil la región de América Latina donde se siente más la influencia de África. En ese sentido, el viaje que hice por Angola en 1978 es una de las experiencias más fascinantes que he tenido. Yo creo que partió mi vida por la mitad. Yo esperaba encontrarme en un mundo extraño, totalmente extraño, y desde el momento en que puse los pies allí, desde el momento en el que olí el aire, me encontré de pronto con el mundo de mi infancia. Sí, me encontré toda mi infancia, costumbres, y cosas que yo había olvidado. Volví a tener, inclusive, las pesadillas que tenía en la niñez”.
Gabriel García Márquez. Aparte del libro “El olor de la guayaba”, conversaciones de Gabriel García Márquez con Plinio Apuleyo Mendoza.
Recopilación de algunos de los momentos más relevantes de la 4ta edición de la Beca Gabo en Twitter.
A pesar del volumen elevado del sonido del vecino, que andaba tronando Olímpica con el Char gritando a toda máquina, el sol picante del mediodía palenquero había condenado al sueño largo a un perro color trocha, a un gato café con leche y a un cerdo negro en torno al botánico. Sentado ahí en su Rimax a la sombra de un árbol solitario, en medio de los animales y en aquella calle polvorienta frente a su ranchito rosa, lila y azul cielo, el viejo parecía justo como lo que era. Como un Doolitle del subdesarrollo. Como un Merlín del caribe colombiano.
Firmado por Musicología El Flecha, discotienda principal del movimiento enclavada en el popular mercado de Bazurto, uno de los lanzamientos más recordados de El Sabor fue uno del Grupo Kuwait, al mando de los cantantes Melchor y Braudilio. Lanzado en 1996, el disco trae un tema icónico llamado “Los Power Rangers”. Atendiendo a las formas del género naciente, este cuenta con una precaria producción que a nivel rítmico comienza a sugerir ese dembow caribeño característico, presente en ese entonces en la plena panameña y el dancehall jamaiquino, con golpes percutivos del pianito SK-5. Líricamente y, como es ley, bien desafinado, su autor Braudilio aborda un tema cotidiano para darle un twist humorístico, en este caso, la historia de los famosos superhéroes, “porque era lo que en ese momento estaba pegao’”. El resultado: la interpretación barriobajera de una fantasía televisiva, toda una tradición en la champeta de primera generación que también le cantó a Los X Men, a Los Caballeros del Zodiaco, a Sailor Moon y hasta a Las Tortugas Ninja, provocando en la verbena un baile infantil y juguetón.
La primera vez que fui a San Basilio de Palenque, hace alrededor de tres años, conocí un tambor muy grande, tan grande que doblaba en tamaño al tambor alegre. Alguien me dijo que sonaba tan fuerte que su sonido alcanzaba a llegar hasta otros pueblos. “Este es el tambor pechiche”, dijeron. Pechiche en la costa quiere decir mimado, consentido, el pechiche de la casa. “En la casa siempre hubo pechiche… yo no sé quien lo hizo” dice Tomás. Ese era el pechiche que yo había visto, en toda la puerta de la casa de Graciela Salgado, quien para ese entonces ya había muerto. En ese momento preferí contemplarlo, pero desde hace un tiempo tuve la curiosidad por indagar sobre ese tótem de metro y medio hecho de madera y cuero de chivo.
“Eso es nativo, eso es como una tradición que tenemos allá y la mayoría, casi todo el mundo, sabe hacer trenzas”. Le pregunté sobre esa historia de las mujeres que trenzaron mapas en las cabezas, y dijeron que era así, que era verdad, que eso le contaban sus madres en San Basilio de Palenque, ese otro lugar que visitaría. Traté de que abundaran, pero no fue posible. Estaban concentradas en su trabajo.
Pedro Pablo Julio Miranda se disfraza de mujer para llorar a sus muertos. Cuando la tragedia llega a San Basilio de Palenque, no se viste del tradicional negro. No. Agarra sus trapos rojos, verdes, amarillos y naranjados alucinantes, collares estrambóticos y se maquilla como si fuese para un fandango fantástico. Va al sepelio y llora, pero también sabe bailarle y cantarle al ataúd… por eso tanto colorín.
En las mañanas, Moraima da clases a pequeños de cuarto grado, en la primaria de la Institución Educativa San Basilio de Palenque, pero siempre que hay muerto en el pueblo debe arreglárselas para ir al velorio y rezar tres veces al día. Su misión: alimentar el alma del difunto y garantizar su paso al más allá. Nada fácil –dice ella-.