Los Nogales es un barrio barranquillero que durante las décadas de los setenta y ochenta fue sinónimo de lujo, pero que hoy está venido a menos. Las casas, mayoritariamente de una y dos plantas, ya no parecen importantes, salvo ésta, donde dos centinelas forzudos aguardan en el patio, como haciendo una ronda al templo. El centinela subordinado le dice al superior que estoy buscando al señor Jairo. El superior informa desde el marco de la puerta y el señor Jairo da la orden para que pase. El patio de entrada está cargado de plantas radiantes y sobre la fachada principal hay cuatro máscaras de micos trompudos y más adornos carnavalescos de papel maché y guirnaldas. Además de los centinelas, una estatua de sesenta centímetros de Babalú Ayé custodia el ingreso a este santuario bizarro. Babalú Ayé es la deidad Orisha de la viruela, la lepra, las enfermedades venéreas y, en general, de las afecciones de la piel.
Junto a la puerta de entrada, en el piso, hay dos máscaras africanas que parecen cabezas reducidas, y con ellas un sonajero y un par de trastes con restos de ceniza. Sobre una repisa del corredor principal hay cuatro budas de porcelana y las figuras de dos ancianos chinos con los bigotes como brochas nuevas. La sala está invadida por una manada de dieciocho elefantes de adorno esparcidos en mesas y repisas. Los elefantes tienen todas las bravuras y todos los entalles. Las paredes no son altas y en cada una hay un cuadro grande que casi la colma. Los colores en los cuadros son parcos y las formas son abstractas. Las firmas no se pagan caro.
En un rincón de la sala esta él, parado de lado, proyectando una silueta como de nueve meses. Lleva una túnica blanca de algodón larga hasta los tobillos, tiene el semblante de un elefante somnoliento o el de un buda recién despertado. Parece un Sai Baba enguayabado.
-¿Traes cámara, vas a tomar fotos?
-Buenas tardes. Sí, si se puede.
-Voy a cambiarme de ropa.
Regresa el hombre con un pantalón blanco y un blusón morado de satín. Se ha esponjado la melena.
-¿Por qué hay tantos elefantes? ¿Qué significan?
-La fuerza, el poder.
***
Una noche de 1984, Jairo Polo animó a doce amigos a llevar a las calles el carnaval que hasta entonces, para evitar ser reprimida por la policía y confrontada por el resto de la sociedad, la comunidad gay de Barranquilla se acostumbró a celebrar en dos discotecas clandestinas. Polo llevaba entonces la corona de rey del carnaval de la discoteca Baco. Tenía su pequeño poder. Se disfrazaron con polleras y salieron a bailar en la zona de El Prado, entonces un barrio distinguido del norte de la ciudad. Contrariamente a lo usual, la gente que los vio les regaló aplausos. Fue el destape. Jairo Polo empezó así a construir un carnaval entero para su comunidad.
Jairo Polo trastrabilla las palabras, construye las oraciones con caos, habla con ese tono –cómo se diría- amanerado, haciendo que su español costeño suene acuoso.
-No nos tocó facilito, tuvimos que golpear muchas puertas, meterle mucho dinero. La Policía no nos respetaba, en los desfiles teníamos que correr más que desfilar, porque no nos protegían. Pero no podíamos dejar en lo privado el derroche de fantasía y de disfraces espectaculares que siempre hemos tenido. Nosotros teníamos cosas bellísimas que presentarle al carnaval de Barranquilla.
-¿Barranquilla los recibió bien?
-Yo nunca me he sentido discriminado. El que se deja, se siente así. Barranquilla no es homofóbica, porque si lo fuera, no hubiéramos logrado lo que hemos logrado hasta ahora.
-¿La ciudad es abierta siempre o solamente durante el carnaval?
-No podemos decir que el mundo es perfecto, pero si tú te sientes perfecto, te ves perfecto, todo el mundo te va a ver perfecto.
Todo el mundo gay de Barranquilla ve perfecto a Jairo Polo. A su favor están 28 años dedicados a la fantasía y la entereza para haberla detonado frente a todos. Para que se sostuviera en el tiempo construyó su reino: la Corporación Autónoma del Carnaval Gay de Barranquilla y el Atlántico, llamada comúnmente La Corporación. El cuartel general es su casa, un museo kitsch donde hay gente que le sirve al señor Jairo como a un gurú.
-Richard, pásame el presupuesto del desfile de este año –le grita Polo al centinela superior.
Expedito, Richard, que hace de mayordomo, chofer, asistente y edecán, trae un documento engrapado. Se lo pasa a su patrón, él lo mira brevemente y se lo devuelve. Henry, el otro centinela, mira la televisión en la cocina, pero mantiene un ojo sobre su jefe por si hay que trabajar.
-Richard, dile al señor cuál es el presupuesto del carnaval –dice Jairo Polo.
-292 millones de pesos (160 mil euros) –dice Richard, y parece que al final de la frase va a decir patrón.
Parte de ese presupuesto lo financia directamente Jairo Polo, y el resto se completa con aportes de amigos suyos y con un porcentaje del monto que anualmente asigna la alcaldía de Barranquilla para que sea dividido, según un proceso de calificación, entre varias comparsas de la ciudad. Para 2013, de los 680 millones de pesos disponibles para seis grupos, el carnaval de la Corporación Gay se hizo con 120 millones.
-Nos hemos ganado eso –dice Jairo Polo-. Nos hemos ganado ese respeto.
-¿A qué se dedica usted, cómo financia su parte del carnaval?
-Yo me dedico a dos cosas: soy diseñador de interiores y tengo una religión desde hace 50 años. Soy babalao.
La polución estética de su departamento no da para pensar que se mantiene a la vanguardia en lo primero, pero los blusones que viste, las figuras a la entrada de su casa y ese halo imperial que emana de su cuerpo explican lo segundo. Colombianos y otros latinoamericanos residentes en Europa y Centroamérica solicitan con frecuencia los servicios del babalao Jairo Polo: le piden que los bendiga, que los sane, que les anticipe el mañana. Encontrándole espacio a la agenda anual que le obliga el carnaval, Jairo Polo viaja con su esposo, Fabián Gómez, y tras las correspondientes sesiones de santería, sirviendo como oráculo de secretos según la religión afrocubana Yoruba, regresan con al menos dos cosas: dinero para el siguiente carnaval y un nuevo elefante de porcelana.
La casa de Jairo Polo registra alto tráfico. Richard y Henry cruzan de un lado a otro haciendo mandados, los teléfonos suenan seguido y la voz de Fabián Gómez sale cada tanto desde un dormitorio, cuando Jairo Polo le pregunta algo con tono de autoridad. En un momento, la voz sale del cuarto. Fabián Gómez viste una camiseta del Real Madrid de hace algunas temporadas y una bermuda con estampado de fauna tropical. Luce una barriga empinada y tiene los rulos abultados. Parece el Maradona enfiestado.
Se conocieron hace 26 años, cuando Jairo Polo fue a una tienda para comprarse una bermuda porque quería ir a la playa. Le atendió Fabián Gómez. Intercambiaron miradas y también números de teléfono. A los pocos días, Gómez llamó a Polo para invitarlo a salir, le propuso ir a una discoteca de ambiente.
-Yo en esa época tenía un Mustang convertible –dice Polo-, y la noche que salimos estaba lloviendo. Los limpiaparabrisas del carro se dañaron, Fabián se bajó, se quitó la camisa y me limpió el parabrisas, ese detalle me mató.
Al año de vivir juntos, Gómez se arrodilló y, tomándole de la mano, le pidió a Polo que fuera su pareja para siempre. Juntos criaron a dos hijos. El chico hoy tiene 33 años y es administrador de empresas y pastor evangélico. La niña tiene 26 y se ha calzado las coronas de reina de los certámenes más importantes de la región. Jairo Polo dice que hay dos cosas de las que prefiere no hablar con quien no sea de su círculo íntimo: sus hijos y su faceta de babalao. El 31 de mayo de 2008, Polo y Gómez celebraron su unión de hecho. Ese día, Polo se las arregló para no dejarse ver por su pareja hasta el momento de la ceremonia. El babalao internacional decía que lo contrario podía traerles mala suerte.
***
En la casa de Jairo Polo están Freddy de la Cruz y Kendra Salas. Él viste apretado con pantalón y camisa negra y lleva un sombrero vueltiao con plumas de colores. Es el Rey Cívico del Carnaval Gay de Barranquilla 2013. Ella lleva un vestido ceñido con minifalda, negro y con los hombros en lentejuela plateada, la misma que recubre sus zapatos de tacón y plataforma. Tiene 18 años, es delgada, es travesti, es la Reina Cívica del Carnaval Gay. Mientras Polo relata la historia de su carnaval, ambos se mantienen sentados –manos asentadas sobre los muslos- con la corrección de un maniquí. Su compostura se relaja apenas cuando a la sala entran –radiantes- Francesa Mendoza y Federico Barraza. Ella usa un vestido ligero con estampado florido, lentes de contacto verdes e implantes abultados en el pecho. Francesca es transgénero, es la Reina Central del Carnaval Gay. Barraza viste guayabera y pantalón holgado blancos en juego, y lleva también un sombrero vueltiao con un vivo penacho. Es el Rey Central del Carnaval Gay. Ambos saludan a Polo con pleitesía. Sin hacerlo, la reverencia hace imaginar que le besan la mano. Cuando Barraza saluda a Polo, se aprietan el antebrazo.
El Carnaval Gay incluye seis eventos. Algunos de ellos se han celebrado desde inicios de enero, durante la época de precarnaval, y su gran desfile, llamado Guacherna Gay, se celebra siempre el sábado anterior al del desfile principal del Carnaval de Barranquilla, conocido como La batalla de las flores. A diferencia de éste, la Guacherna Gay, que este año será el 2 de febrero, transcurre durante la noche, en correspondencia al contexto en el que nació aquella vez en 1984.
Hacia mediados de enero, los reyes y las reinas –figuras principales de la fiesta- se han dedicado a atender a medios de prensa y a afinar los detalles para sus apariciones en público. Ser parte del reinado es un trabajo a tiempo completo.
-Cuando somos elegidos como reyes sabemos la responsabilidad que tenemos –dice el rey cívico Freddy de la Cruz-. Yo soy administrador de empresas y tengo mi trabajo, pero he aprendido a administrar mi tiempo para cumplir mis funciones. Gracias a La Corporación, al señor Jairo, al señor Fabián, me siento una persona más madura, más responsable.
-Cuando nos metemos a esto –dice la reina cívica Kendra Salas- tenemos una responsabilidad muy grande con La Corporación, con el señor Jairo Polo, con el señor Fabián Gómez. A veces tenemos que dejar cosas a un lado para luego retomarlas, pero tenemos que llevar el compromiso hasta el final.
-Yo soy comerciante por tradición familiar y tengo mi negocio propio –dice la reina central Francesca Mendoza-, y cuando el señor Jairo Polo me designó este título, dejé todo en manos de mi madre. Ahora le meto cuerpo, alma y corazón al carnaval.
-Yo también tengo mi propio negocio –dice el rey central Federico Barraza-, y tengo un grupo de apoyo a mi reinado que me está acompañando en este reto que, gracias al señor Jairo, al señor Fabián, lo estamos superando. Como dijo Freddy, esto es constante, el momento en que La Corporación nos necesite, nosotros estamos ahí.
Esta tarde, los cuatro están aquí, en el corazón de La Corporación, sirviendo de médiums para la ventriloquia de su jefe.
-¿Cómo se les eligió? –les pregunto.
-Espérate, eso me lo tienes que preguntar a mí –se apresura Polo desde su sillón.
-Adelante.
-Nosotros escogemos a los reyes porque han participado incansablemente en el Carnaval Gay. Deben tener principios, buenas costumbres, y ser dignos de representar a toda una comunidad.
-O sea que no hay un concurso, es una designación directa.
-Los designamos yo y el señor Fabián Gómez.
-Además de detentar el título, ¿tienen ellos alguna función que cumplir?
-Ellos tienen muchas funciones, como en todo reino. Primero, deben tenerse respeto a sí mismos. Segundo, tienen que ir a todos los eventos a los que les inviten. Tercero, tienen que ser puntuales con lo que la Corporación les impone, porque desde el día en que ellos hacen parte de mi vida, de esta casa, del carnaval, saben que tienen que hacer las cosas como yo estoy acostumbrado a hacerlas, para que todo nos salga con altura.
-El Carnaval Gay parece tan concentrado en usted que cuesta pensar en lo que pasaría cuando usted ya no esté.
-Yo no pienso en la muerte. Dios me dijo: “diviértete, que un día te voy a llamar”, y el día que me llame, yo le designaré a mi marido para que siga con el carnaval. Él quiere a los que yo quiero, y puede ser un buen líder, porque en todo reino debe haber un rey.
-¿Usted se considera un rey?
-Yo siempre he sido un rey.
-Pero, ¿es un rey o una reina?
-Mi cuerpo es de hombre, pero mi corazón es de mujer.
-¿Entonces?
-Soy los dos, una reina y un rey.
***
40 grados centígrados. A las dos de la tarde, el sol lastima en Barranquilla. En la intersección de la carrera 40 y la calle 42, en la zona más convulsa del centro, alrededor de 30 comparsas se alistan para iniciar un corto desfile que llegará a la plaza San Nicolás, donde la alcaldesa y la reina del carnaval les entregarán decretos de participación y comandarán la izada de la bandera. Será otro de los tantos eventos de precarnaval, otra excusa para arrancar temprano. El carnaval será este año aún más ferviente, pues se celebrará el bicentenario de la independencia de Colombia y la declaratoria de Barranquilla como Capital Americana de la Cultura. Dicen que no habrá tregua.
Dispuestas en una fila están, entre otras, la comparsa de la Reina del Carnaval; la de los Reyes del Carnaval de los Niños; la del Rey del Carnaval de la 44 y, hacia el final, la del Carnaval Gay, con unos 40 bailarines, apenas una pequeña muestra. La Corporación tiene cinco comparsas de planta de 30 miembros cada una (monocucos, marimondas, micos, venecianos y payasos). Ser de planta quiere decir que son un activo fijo del reino, que cada año reciben de parte de Jairo Polo un nuevo disfraz –porque mantener viva la fiesta significa renovar y mejorar los atuendos- y que se mueven al ritmo de su voluntad. Como lo harán esta tarde.
Jairo Polo y Fabián Gómez están a la cabeza del grupo. Polo lleva un traje negro de satín, chaleco largo plateado, sombrero de ala ancha con un penacho de plumas largas y unos mocasines livianos de plata fantasía. Los mocasines de Gómez son tono caramelo, el pantalón y la blusa son blancos, y dorados el chaleco y un gorrito redondo ajustado en su cama de rulos. Tiene el talante de Muamar Gadafi en su apogeo. Alrededor de ambos están los cuatro reyes gays, engalanados en blanco, rojo y negro, con más satines, más encajes, más lentejuelas. Resguardando los costados, vistiendo de paisano, están Richard, Henry y Francisco, el tercer hombre del equipo de asistencia de La Corporación.
-Estas son las negritas puloy, estos los monocucos, estos son los venecianos. Aquí están las marimondas, aquí están los micos, hasta los micos son gay –me dice Jairo Polo presentándome una mezcla de personajes tradicionales del carnaval y de seres surgidos de su fantasía.
Cinco monos magros con máscaras iguales a las que resguardan la fachada de su casa están al inicio de la comitiva. Se rascan las costillas, bailan haciendo el saltito del Chapulín Colorado. Al final del bloque están los venecianos. Sus estupendos disfraces replican a los del carnaval italiano y son únicos en toda Barranquilla, por eso son para el jefe joyas especiales. Jairo Polo da la orden y sobre el repique de cumbia que suelta el grupo de millos arrancan los venecianos su baile seductor, downtempo, un baile que expele misterio. Bajo sus vestidos flojos de satín celeste no se percibe el acelerado despliegue del cuerpo -propio de la ocasión-. Sus pasos son breves; sus gestos, delicados.
-¿Qué significa Jairo Polo para ti? –le pregunto a David, uno de los venecianos que baila en la primera fila.
-Significa libertad y, ante todo, autoridad –dice por detrás de una máscara blanca cubierta de un enigma Eyes wide shut.
-¿Participarías en este desfile sin usar una máscara?
-La verdad, no; porque, a pesar de todo, existe discriminación.
Salvo la pareja líder y los travestis, los transexuales y los transgénero, que han asumido abiertamente su rol en la cotidianidad, la mayoría de participantes en el Carnaval Gay llevan máscaras; en parte para no ser reconocidos y en parte porque, según dicen aquí, sin máscara no hay carnaval.
Todas las comparsas de planta de la Corporación tienen un director. Llegar a serlo representa un privilegio en ese círculo.
-Yo tenía varios años bailando en los venecianos –dice Jorge, un joven gay menudito que se pasea lleno de orgullo entre su comparsa-, y este año me nombraron coreógrafo y director.
-¿Quién te nombró?
-El señor Jairo Polo, él es el líder de todo esto.
Repentinamente, el ambiente se altera al interior de la comitiva gay. Una retahíla de gritos enfrenta a Jairo Polo y Fabián Gómez con dos hombres de la organización del desfile. No se entiende nada, menos cuando Richard y Henry también se suman al vocerío. Resguardando posiciones, ambos quedan listos por si tienen que defender a los jefes. Francisco, el tercer hombre, ronda las espaldas.
-¡El Carnaval de Barranquilla se mueve por el Carnaval Gay! –grita Fabián Gómez-. ¡Nosotros somos invitados especiales!
-¿Quieres que nos vayamos? ¿Quieres que nos vayamos? –exhala Jairo Polo-. ¡Los derechos de nosotros se respetan!
-Yo no le estoy gritando, no le estoy faltando al respeto –responde un organizador.
Todo es un mal entendido. Un imprevisto cambio de ubicación en el orden para desfilar es tomado como un desplante. Jairo Polo vocifera, pero mantiene sus manos reposadas sobre su barriga y aquello parece el reclamo de un patriarca. La bronca se salda con un acuerdo: los reyes gay irán en el centro del desfile y el resto del bloque hacia atrás, donde estaba al principio. A punto de empezar, Jairo Polo y Richard, aún cargados de adrenalina, reprenden a un par de micos gays que están fuera de sus líneas.
Arrancan.
Los micos se rascan las costillas. Marimondas, monocucos y negritas puloy desatan sus caderas. Los venecianos ponen la cuota de extravagancia y glamour. El resto de comparsas hace lo suyo con suficiencia, pero con cierta corrección de manual. La comitiva gay derrocha una seducción rebelde.
-Nosotros tenemos tradición, pero la esencia y uno de los aportes del carnaval gay es la fantasía, todo lo que tiene que ver con plumas, lentejuelas, brillos: el colorido –dice Fabián Gómez, mientras va marcando unos pasitos cortos, ahora sobre un jaleo de puya.
El bloque gay atraviesa una zona de la carrera 40 abarrotada de gente de estrato bajo que la festeja: las mujeres exaltadas, los hombres sosteniendo una sonrisa titubeante. Sobre ambas aceras, la zona también está abarrotada de kioskos de madera que sirven de talleres callejeros para aparatos eléctricos. A lo largo de dos cuadras, carcasas de ventiladores, cuerpos secos de taladros, bases enmohecidas de licuadoras forman una enmarañada escenografía industrial. Los edificios encima de ellos y las casas alrededor son ruinosos. Los colores de las paredes todavía explotan, descascarados.
-Son espectaculares, es la primer vez que aprecio esta belleza –dice una mujer mirando al bloque gay.
-Está bonito, pa’ qué –dice un señor, como si se confesara.
Jairo Polo y Fabián Gómez avanzan con su bailecito corto. Por momentos se estrechan entre sí con un brazo y con el otro saludan al pueblo, como binomio en campaña. Richard y Henry se aseguran de que el reino mantenga el ritmo, de que marque el paso. Hágale, hágale, les dicen a los micos, que continúan saltando, mientras los reyes mantienen el temple de su zarandeo tropical. El sol se ha puesto aún más salvaje. Cada tanto, Polo regresa a ver el desempeño de sus muchachos, y sonríe grande.
-Lo que quiero es que las cosas salgan perfectas, que ellos se vean bien, que Barranquilla diga: “¡wow, qué belleza el Carnaval Gay!”.
***
Suenan altos decibeles esta tarde de sábado en Los Nogales. Los muchachos de La Corporación están dejando a punto los equipos de amplificación. La cochera está abierta, no hay autos, y sobre el piso están alineados, en dos filas, seis parlantes que retumban cumbia, porro y mapalé. Richard maniobra las perillas de una consola y Francisco anda por ahí, acomodando cables.
-¿Los vecinos no se quejan por el ruido?
-No, esta es la única casa que alegra el barrio –dice Richard.
El ambiente es el de un almuerzo familiar queriendo volverse rumba vespertina. Se han quedado los que deben estar. Dos mujeres se hablan de muy cerca sentadas en una banca, y en una esquina solo para él, el patrón se balancea despacito en una silla mecedora. Viste una túnica celeste desaliñada, parece la abuela que se ocupó del almuerzo y no se ha quitado el delantal.
Al verme llegar, Fabián Gómez entiende la razón de mi presencia y después de saludarme entra a la casa. Él y Jairo Polo me habían ofrecido mostrarme el lugar donde guardan los disfraces usados en carnavales pasados. He llegado sin avisar porque todos los intentos telefónicos han sido infructuosos. Me reciben bien, me invitan a compartir la sobremesa.
Sigue sonando la música folclórica y, en realidad, en el patio no ocurre mucho. Las mujeres se acarician tímidamente y cuando el retumbe para, salta el trino de dos canarios enjaulados y el arrullo de un adorno de tubos colgantes que cuando chocan entre sí silban con tono metálico. La música regresa, pero con otro ritmo. Entra un reguetón apretado y todos alrededor cabeceamos. De pronto, el patrón, que no ha parado de mecerse y ha mantenido una sonrisa a media asta, se levanta de su trono y, parándose frente a las mujeres, dándome la espalda y agachando el torso, arranca un perreo con cintura de colegiala. Se quiebra todo, manos a la cintura, pra-pra-pra. Hasta abajo. Jairo Polo se sacude la melena y carcajea en complicidad con sus amigas. Su majestad ha querido mostrarme que sabe menear su corporación.
Fabián Gómez aparece. Viste un pantalón de satín con estampado de la bandera de Estados Unidos y un blusón azul de mangas largas. Está listo para ir a la bodega. Se pone al volante en un sedán Chevrolet. Polo va de copiloto. El camino toma menos de cinco minutos. Tras unos cuantos bocinazos, sale un hombre para abrir los candados. La casa que hace de bodega es de una planta y parece aún en obra, como las del entorno. El barrio es más modesto que Los Nogales, pero su nombre es más ostentoso, apto para sus vecinos esporádicos. Se llama Las estrellas.
La sala es amplia, hay tres habitaciones grandes y una especie de cuarto de máquinas, pero sin máquinas, sino con andamios y colgadores donde reposan trajes de carnavales pasados, y también algunos de los que se usarán este año: los monocucos 2013 llevarán satines estampados con la bandera gay. En las habitaciones y la sala continúa el muestrario. Acomodados desordenadamente en aparadores o arrumados sobre las camas -entre ellas una redonda con la base de cemento y el entalle de dos cisnes blancos- está esparcido el derroche de otras fiestas. Los trajes que están ahí sirven para las comparsas que se organizan por su cuenta y se juntan al carnaval gay. Se inscriben con Jairo Polo y él les entrega disfraces. Al final, el que quiere se los lleva, el que no, los devuelve. Como fuere, para el año siguiente siempre habrá nuevos modelos esperando. Entre las comparsas de planta y las que se suman de cuenta propia, dice Jairo Polo que se juntan al menos tres mil personas. Ese es su carnaval.
La bodega no está abarrotada, pero hay lo suficiente para entender la envergadura de esta pasión. Fuera de los colgadores, los espectaculares trajes de arco iris o de sol o de más astros incorpóreos miden dos metros y tienen precios de alta costura.
-Aquí hay trajes que cuestan hasta diez millones de pesos (cinco mil seiscientos dólares) –dice Jairo Polo.
Fabián Gómez continúa mostrándome las prendas, pero Polo se ha subido al auto y está tocando la bocina.
-Vamos rápido, tenemos que arreglarnos para irnos al bando.
La tarde cae bajo una leve bruma anaranjada. Jairo Polo no quiere llegar tarde a la Lectura del bando -el evento que inaugura oficialmente el Carnaval de Barranquilla-, pero tampoco está impaciente. A pesar de su apariencia recia, tiene un aire distendido que siempre lo acompaña.
-Yo sé que nunca has entrevistado a alguien tan abierto y con tanto amor como yo. Es que hay muchos gays que son ficticios, que no son llenos de amor. Yo estoy lleno de amor porque me ama dios, me amaron mis padres, mis cuatro hermanas me han amado desde el día en que nací; y ahora mi hija me dio tres hermosos nietos: Moisés David, Mara y Jairo Fabián. Mira, al uno le puso el nombre de sus dos abuelos. Fíjate, nosotros hemos hecho una vida tan normal como la de un hombre y una mujer.
-Por cierto, ¿qué edad tienen ustedes?
-Nosotros somos como el sol, no tenemos edad, pero alumbramos tanto y le damos al universo mucha belleza.