Cartagena de Indias, julio de 2002
Relator: Ariel Castillo
Editor para internet: Óscar Escamilla
Su taller no fue una clase magistral de universidad en la que el orador, parado desde aun atril, no alcanza a distinguir las caras más allá de la primera fila, sino el encuentro frente a frente de un periodista, que ha caminado medio mundo en busca de historias, con un pequeño grupo de reporteros de América Latina.
Durante una semana escuchamos a este cronista estrella de la revista The New Yorker, quien siempre estuvo dispuesto a compartir con nosotros su experiencia y su saber sin más trucos y sin más consejos que la propia reflexión sobre su trabajo.
Un hombre palabras y gestos
No habían pasado muchas horas desde que Jon Lee Anderson se bajó del último avión que lo trajo desde el otro lado del continente a Cartagena de Indias, en el Caribe colombiano. Cuando entró al salón Álvaro Cepeda Samudio, en la sede de la Fundación Nuevo Periodismo, llevaba en la mano un café caliente que le empañaba a cada rato los lentes de aros dorados. Se presentó sin preámbulos, apelando a historias de su experiencia como periodista especializado en perfiles, en un español de matices, bastante fluido y directo.
Su taller no fue una clase magistral de universidad en la que el orador, parado desde aun atril, no alcanza a distinguir las caras más allá de la primera fila, sino el encuentro frente a frente de un periodista, que ha caminado medio mundo en busca de historias, con un pequeño grupo de reporteros de América Latina. Durante una semana escuchamos a este cronista estrella de la revista The New Yorker, quien siempre estuvo dispuesto a compartir con nosotros su experiencia y su saber sin más trucos y sin más consejos que la propia reflexión sobre su trabajo.
Como parte de los requisitos para asistir al taller tuvimos que leer algunos perfiles elaborados por Jon Lee y llevar un par de textos de nuestra propia cosecha. Aquellos artículos fueron leídos por el grupo de asistentes y por el mismo Jon Lee quien se encargó de comentarlos con apuntes contundentes, pues se había tomado el trabajo de leerlos uno a uno, con tal capacidad de despiece que logró desarmar la arquitectura con la que estaban construidos para señalarnos allí mismo las fallas estructurales de narrativa y reportería. Incluso llegó a descubrir con lucidez las intenciones ocultas y las posturas no expresadas abiertamente por cada autor, de tal manera que halló la viveza, las trampas, los implícitos no conscientes, los prejuicios y hasta las fobias dichas sin decir. Sus comentarios y apuntes a lo largo del taller fueron una demostración de su conocimiento empírico de la sicología humana, y de un saludable y agudo sentido del humor, a veces cortante, pero nunca ofensivo.
Para no quedarse en abstracciones, cuando necesitó explicar sus razones sobre temas que surgieron en el taller, Jon Lee apeló a un derroche de imaginación certera que le permitió acudir a ejemplos sobre la marcha con los que respondió todas nuestras inquietudes. Con esa misma capacidad nos ayudó a ampliar la mirada sobre nuestros propios trabajos para encontrar en ellos la coyuntura, el contexto, la variedad que le da ese brillo que solo tienen los textos con sentido universal.
Pero el taller no solo fue de palabras, también hubo gestos. El propio Jon Lee se ayudaba con las manos para rematar sus propias frases. A veces lo hacía colocándolas hacia el frente, una debajo de otra, como si revolviera las fichas de un imaginario juego de Dominó. También hubo momentos en los que se levantó de su silla para representar a esos personajes duros que ha conocido. Fue en aquellos instantes cuando vimos como se movía con soltura ese rubio, cuarentón, delgado y grandote que haciendo de actor de teatro lograba imitar los gestos de matón de un mandatario del Oriente Medio.
Pero más allá de esa forma particular para ayudarse, para hacerse entender, para contar historias, estábamos ante un periodista de raza, con una amplia experiencia profesional producto de su trabajo en zonas de guerra, o en esos sitios donde se concentra el veneno obsesivo del poder, o entre los hombres a los que les encanta ese poder y que acostumbran a hacer demostraciones de fuerza y brutalidad con él.
Estabamos ante Jon Lee Anderson.
Lo que sigue es el resumen de las ideas expuestas por este maestro a lo largo de su taller sobre Perfiles. Las ideas han sido ordenadas en torno a ejes temáticos de la siguiente manera:
- De la noticia diaria a los perfiles
- Primeros ingredientes
- Con el corazón y con la cabeza
- Haciendo el pastel
- Para tener en cuenta
De la noticia diaria a los perfiles
Cuando Jon Lee Anderson todavía era un joven periodista que trabajaba como reportero para la revista Time, cubriendo la guerra en Centro América, se dio cuenta que escribir textos de coyuntura noticiosa lo tenía encajonado. Descubrió que bajo ese modelo nunca iba a llegar al corazón de la realidad que él quería contar, y que de esa manera no iba a darse cuenta, por ejemplo, de los orígenes de un hecho, o de la vida interior de un personaje, o de las razones por las que los hombres deciden armarse y marchar a la guerra.
Durante su trabajo en Centro América se fue adentrando en algunos aspectos de la realidad de las guerrillas en Nicaragua y El Salvador, que a simple vista no se revelaban en los reportajes que escribía, pero que aparecían ante sus ojos como una realidad paralela. Fue por aquella época de búsqueda que descubrió una historia clandestina: un libro sobre la vida en las guerrillas elaborado a partir de pequeños perfiles, de semblanzas y biografías. Con las iluminaciones, circunstancias e ideas que motivaron el surgimiento de esos grupos.
Unos años después se encontró con la figura sobresaliente de Ernesto ‘El Ché’ Guevara, aquel médico argentino convertido en icono de las guerrilleras latinoamericanas. Ese descubrimiento hizo que Jon Lee iniciara una búsqueda de más de cinco años para tratar de llenar las lagunas que él mismo tenía sobre la vida de este guerrero convertido en mito. Así que decidió escribir su biografía.
Jon Lee sabía de antemano que no iba a tratarse de una tarea fácil, pero tenía claro que su deber como periodista era contar esa historia, aunque para ello se encontrara en el camino con gentes de distintas ideologías y hombres violentos. Al final, escribió un monumental texto, el doble de extenso de lo que se había planeado al principio. Cuando terminó el libro y regresó al oficio diario, descubrió que su mirada del mundo y de los hombres había cambiado: nunca más volvería ver las noticias sin darse cuenta que detrás de ellas y de sus protagonistas, se movía el río de la historia; que sus ojos eran, a partir de aquel momento, los de un biógrafo. Así que sin más, y de la manera más natural, se dedicó a escribir perfiles.
Primeros ingredientes
Lo primero que debe decirse sobre la manera en que se hace un perfil es que no hay ni Biblias, ni decálogos, ni cátedras, ni un compendio de recetas infalibles sobre este género del periodismo. Simple y sencillamente no hay fórmulas. Lo único que cabe es la suma de experiencias adquiridas en trabajos anteriores y apiladas en la cabeza del autor, a las que debe unir las metodologías de investigación que mejor se acomoden a su trabajo y un tono narrativo que le ayude a contar esa historia.
¿Qué es lo primero que se debe saber cuando se va a elaborar un perfil? Para responder es mejor acudir a un ejemplo: Birmania está inmersa en una suma de confrontaciones que ya ajustan más de cincuenta años. Pero qué sabemos de lo que ha pasado en los últimos años en ese país distinto de algún titular de prensa. Si se quisiera hacer un perfil sobre ese país o un personaje que ayudara a dibujar el problema que allí ocurre, cuál debería ser el camino a seguir. Tal vez, a manera de ejemplo, podría escribirse el perfil de un personaje como Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de paz en 1991, en el que se relate cuál ha sido su papel en estos años de guerra, bajo qué condiciones vive, cuáles han sido los antecedentes de su vida y la influencia de su padre como fundador del estado y héroe nacional. Si el autor del perfil logra responder esa y otra suma de preguntas que se ha hecho y de paso darle contexto y cariz universal al personaje dentro de la historia, estará cerca de lo que se ha propuesto, es decir hacer el perfil. De lo contrario habría entrado en el terreno de otros géneros periodísticos distintos del que se ha propuesto utilizar.
Sobre la base de este ejemplo podríamos decir que entre las cosas fundamentales para hacer un perfil están:
- El acceso permanente al personaje sobre el que se va a escribir.
- Lograr que deje las puertas abiertas de él y de su entorno.
- Acercarse a su vida familiar, al cerco de amigos y a sus críticos.
- Hablar con los parientes y con enemigos.
- Ir a los lugares donde ocurrieron hechos para establecer las conexiones entre el lugar y lo que salió de la cabeza del personaje.
- Evitar hacer una única y simple entrevistas.
Para Jon Lee el texto sobre Saddam Hussein, en el que intenta examinar la influencia del líder máximo sobre Iraq, es un perfil sino una crónica que sólo arrojó luces sobre el mundo exterior del aquel hombre. Debido, sobre todo, al escaso acceso al personaje que se limita a los testimonios de un cirujano plástico y de otros individuos cercanos a él.
El perfil es, según el mismo Jon Lee, una amalgama refinada en la que se mezclan otros géneros del periodismo. Por ejemplo, un inicio de crónica ayuda a entender al personaje así no esté muy conectado con él, como en el caso del perfil hecho a Gabriel García Márquez. En ese texto, Jon Lee inicia con relato tipo crónica que ayuda al lector a ubicar al escritor en Colombia y que intenta desde ahí hacerle entender al lector el papel y la influencia que el escritor tiene en su país. Este tipo de arranques sirven de pretexto para situar al lector y pueden ser utilizados así no tenga una relación directa en principio con el tema central. En el texto sobre Augusto Pinochet, el relato tipo crónica sobre el concierto en el estadio de Santiago le ayuda al lector a recordar lo que ocurrió en ese lugar cuando se instaló la dictadura entre los chilenos.
Con el corazón y con la cabeza
Esta parte está dedicada a explicar los tipos de perfil. Veamos cuáles son:
Los perfiles de rigor no son realmente perfiles, sino simples semblanzas de las que aparecen en las ediciones dominicales de los diarios. Aquellos que se refieren casi siempre a hombres notables, actores de cine, artistas consagrados y deportistas de elite. Por lo general están elaborados a partir de entrevistas hechas en otras ocasiones, sacadas de archivos, con datos sobre el currículum vitae del personaje, de lecturas aquí y allá y, a veces (no siempre), de un encuentro personal con el protagonista de la historia.
Los perfiles de pasión son aquellos que intentan captar y revelar, a través de gentes cercanas al personaje, algo nuevo de él: aspectos de su vida secreta e interior y muestras de su dimensión humana. En perfiles como estos las personas consultadas casi siempre ayudan a entender el entorno del personaje, pero en ocasiones conducen al periodista por callejones de confusión. Una manera de neutralizar este tipo de dilemas es la de recurrir a un trabajo fuerte en reportería y luego de narrativa en que se cuenten las sensaciones de los lugares visitados y de los personajes consultados, en el que haya descripciones de lugar y en que se utilicen al máximo todos los sentidos.
Perfiles de país. Los perfiles no necesariamente deben ser sobre personajes, también pueden hacerse sobre acontecimientos y lugares. Un ejemplo de ello es el perfil de Jon Lee sobre Angola. Al comienzo él pensó en escribir un texto sobre el presidente de ese país, pero rápidamente descubrió que el personaje era un ermitaño, por lo que decidió que funcionaría mejor un relato sobre un país donde había ausencia del poder y que se precipitaba hacia el desastre por despeñadero.
Perfiles de personajes célebres y anónimos. Muchas veces lo que ocurre en un país se parece a la vida diaria de una casa. Si se va a escribir el perfil del dramaturgo de un pueblo, hay que llenarse de preguntas y buscar responderlas como si se tratara del perfil de un gran personaje: cuál es su obra, su efecto, su actualidad, su rutina, quiénes lo rodean. Hay intentar ver el mundo a través de sus ojos. El periodista debe tener siempre claro que cada persona tiene audiencia natural o su repercusión local o resonancia internacional. Alguien conocido universalmente impone un reto distinto –ni mayor ni menor– al de un personaje local. En ambos casos es necesario hallarles el contexto y saber qué lectores tendrá ese perfil. Cuando se trata de un personaje célebre, la mitología que se teje en torno de su figura exige su propia secuencia: en ese sentido el imaginario colectivo ayuda mucho.
Perfiles del poder. Cuando se trata de perfiles sobre mandatarios, Jon Lee entiende que son gentes con el poder para decidir (bien o para mal) sobre el futuro de miles de personas. En su caso, él intenta mostrar en los textos sobre hombre de poder la dimensión humana que subyace al ejercicio del poder. Como ejemplo está el perfil de Augusto Pinochet, en el que sabe de antemano que su personaje era en ese momento un senador vitalicio, alejado del poder, pero presente en la Asamblea junto a hijos y parientes de las víctimas de su dictadura. Representando en aquel escenario el fascinante drama político del país. Así que lo que estaba ante sus ojos era una serie de duda que debía responder en su artículo: ¿Cómo había terminado todo así? ¿Era todo resultado al miedo o a la moderación excesiva o al olvido? ¿Por qué ese empecinamiento de Pinochet por permanecer en el medio del acontecer?
Cuando Jon Lee realizó el perfil de Chávez lo que de entrada le interesaba entender era el personaje sobre el que iba a escribir; saber si se trataba de un dictador con inclinaciones democráticas o de un demócrata con tendencias dictatoriales. Si estaba ante un personaje grotesco y fanfarrón o ante alguien serio. Y conocer el entorno que había producido a un hombre como este. Decidido escribir sobre Chávez por que era el único gobernante interesante en el continente, en medio de un grupo de presidentes sin mucho brillo. De manera que uno de los caminos escogidos por Jon Lee fue el de tratar de entender las motivaciones de Chávez y saber hasta dónde podía llegar con sus ideales. Pero había un problema para poder entender al personaje y era que él no conocía Venezuela, así que debió recorrer el país durante dos meses para sentir el ambiente en que se había formado aquel hombre particular. De esos viajes recogió mucha información que quedó por fuera del texto final, porque algunas cosas simplemente no cabían dentro de los propósitos planteados inicialmente en el perfil. Además, el reportero dedicado a perfiles, y en general los periodistas de artículos en profundidad, tiene claro que hay que saber limitar la información, concentrarla alrededor de la tesis o las puntas de historia que se van a contar. De qué le pueden servir, por ejemplo, una serie de testimonios que dicen lo mismo.
Haciendo el pastel
Presentamos una serie de elementos importantes para construir un perfil y que sirven en general para la escritura de textos de gran aliento.
La información. Hay que buscar todo lo que pueda conseguirse sobre el personaje y su entorno. Para ello, lo mejor es acudir a la información de archivo de los medios y de libros, pero teniendo siempre en cuenta el rigor de esas informaciones para no repetir errores que seguramente fueron subsanados a tiempo y de los que no sabemos nada. La lectura no debe parar durante la reportería, pero a esa altura del trabajo deben consultarse textos que ayuden a ampliar el mundo sobre el que se está trabajando y a contextualizar los hechos.
Cuando Jon Lee elaboró el perfil sobre Saddam Hussein leyó, además de dos textos publicados hacía varios años, un completo y voluminoso libro que circuló un año antes de que él hiciera el perfil. Lo hizo para estar al día con la historia, tanto antigua como reciente de Iraq, y para conocer los episodios y las intrigas relevantes del gobierno Hussein.
Por tratarse de un personaje sobre el que se había levantado una imagen perversa había que estar lo suficientemente informado para no pasar el límite entre el odio o el amor. Había que trabajar con los ojos limpios para poder ver y construirse una idea propia del personaje y su mundo.
El camino. Desde la reportería hasta el momento de sentarse a escribir es preciso saber a dónde se va, tener una idea orientadora que nutra todo el perfil: una idea central determinante de la estructura. De no ser así, el periodista podría entrar en la divagación. La tesis de la historia que servirá como hilo conductor deben basarse en el conocimiento previo del personaje, sin embargo no hay que cerrar las posibilidades de encontrar nuevas puertas de entrada a la historia, incluso para estar dispuestos a desechar la idea inicial y retomar otro camino.
Salirse del círculo. Hacer que las cosas cotidianas se mantengan frescas y novedosas es un reto intelectual. Para ello es necesario agudizar la mirada, despertar los sentidos, salirse por momentos del círculo de la historia para no caer en lugares comunes o cliché, abandonar la rutina y hacer el ejercicio mental de ver lo propio con ojos distintos, pararse en la otra orilla. No se trata de mantenerse al margen, sino buscar la mirada de contraste que ayude a mirar con ojos ajenos. Sobre esto no hay una hay fórmula exacta, lo único es tener cuidado para no incurrir en esa tendencia de escribir perfiles que buscan exaltar lo pintoresco, lo exótico: el boxeador ciego, el niño bicéfalo que lee a Marcel Proust, el barrendero travestí. Hay que evitar hacer postales de la gente y convertirlas en personajes de circo.
La extensión. No todos los perfiles tienen la misma extensión, varían según el medio. El espacio para el suplemento dominical de un periódico estaría entre 3.500 y 5.000 palabras. Con menos palabras se escribe apenas una semblanza sobre alguna celebridad o la reseña de un evento importante. En cambio, para una revista acostumbrada a los textos de largo aliento, el perfil idóneo debe tener entre 10.000 y 13.000 palabras, que en páginas escritas a doble espacio resultan ser entre 40 y 50. La longitud del texto es importante, porque el perfil es como una sinfonía: consta de muchos instrumentos que juntos componen una melodía interior con su ritmo y su clímax propios, es decir, con autonomía vital.
El perfil ideal requiere tiempo, tal como si se fuera a escribir una biografía en profundidad y de alto nivel. En el perfil hay que ir más allá de los simples hechos anecdóticos o ya conocidos, que por supuesto deben saberse de antemano. Hay que buscar nuevas cosas que permitan presentar de cuerpo entero al personaje, incluso indagar sobre su lado oscuro. Siempre en todo perfil serán fundamentales los movimientos, las escenas y los encuentros con otras personas.
Los tiempos. El perfil tiene su tiempo propio. Es necesario romper, mediante el perfil, con el argumento aquel que sostiene que el periodismo dura sólo un día. Hay que escribir historias que sean vigentes, que sirva muchos años después como referentes, como trozos de la historia.
La dimensión del personaje. El perfil no puede ser lineal, porque los seres humanos no lo son. Lo que hay que buscar en los personajes sobre los que se hace el perfil es la dimensión que tienen, esa pluralidad que los hace distintos de los demás. En la biografía de ‘El Ché’ Guevara, Jon Lee se encontró con más de 16 hilos conductores que se iban entretejiendo, unos más cortos que otros. Un buen perfilador es aquel capaz de tejer esos hilos para saber contar con ellos la historia y el personaje, sin que se le deshilvane en ningún punto y logrando cerrar las puntadas de cada hilo por corto o largo que sea. Casi una manualidad, sustentada en la capacidad de cada escritor de saber armar estructuras. De ahí la importancia de saber plantear desde el principio tesis fuertes.
La empatía. No todas las veces el perfilador se encuentra con personajes que abren sus puertas. En muchas ocasiones debe trabajar con hombres duros, ensimismados, cortantes y ásperos con los que hay que establecer empatía. Para ello se necesita conocer el personaje: sus gustos, debilidades, temas preferidos y hasta los pasatiempos. Saber de antemano ese tipo de detalles permite establecer empatía con el personaje a la hora de entrevistarse con él. Sin embargo, esos encuentros deben parecerse más a conversaciones abiertas y no a entrevistas formales, sin caer en cercanías ideológicas, evitando al máximo los discursos de justificación y teniendo claro que no existen verdades absolutas.
Augusto Pinochet resultó ser un ejemplo de ese tipo de personajes. Jon Lee sabía de antemano que el general era un hombre difícil de sacudir, dispuesto a levantarse ante cualquier interrogante incómodo. Que siempre se hacía acompañar por un par de guardaespaldas de miradas amenazadoras y que desde hacía mucho tiempo se había distanciado de la prensa y de los periodistas, a quienes consideraba como un grupo que intentaba sitiarlo. Producto de esos complejos y obstáculos es que Pinochet se había acostumbrado a responder las preguntas de la prensa con monosílabos, nunca con respuestas profundas. Para romper el armazón de este hombre, Jon Lee decidió pasar un día entero con él, recorriendo juntos el cuartel donde se firmó el acta de la Junta Militar que siguió al golpe contra Salvador Allende. Aquel lugar tenía bajo su custodia la colección de medallas y de parafernalia napoleónica que poseía Pinochet. Viéndolas, Jon Lee confirmó esa obsesión del ex dictador por la vida y obra de Napoleón y de los Césares romanos. Intuyó que esas obsesiones decían más de la visión sobre sí mismo y sobre la política de Pinochet, que cualquier tratado sobre su personalidad. Así que utilizó el tema durante la conversación de manera que Pinochet se soltó y hasta permitió un nuevo encuentro. En esos diálogos Jon Lee descubrió que mucho de lo que había hecho este hombre, desde la construcción de su famosa carretera austral hasta el bautizo de sus hijos con nombres de Cesares, revelaba una estrecha relación entre el poder absoluto y sus héroes. Descubrió a un hombre absorbido por el síndrome del heroísmo que añoraba parecerse a Napoleón.
El equilibrio. Ningún extremo en el periodismo es bueno. Ni los personajes que intentan agradar al periodista, ni aquellos que cierran por entero su círculo. Con lo primeros hay que tener mucho cuidado porque intentarán valerse del periodista para que ser exaltados. En esos casos no hay que comprometerse, hay que actuar con tacto y diplomacia, sin dejarse envolver y seguir adelante pendiente de presiones e intentos de soborno. En el caso de los segundos, hay que mantener el equilibrio para lograr reflejar la realidad.
Los segundos, pueden ser personajes públicos sobre los que existe un consenso negativo de los que hasta el mismo periodista puede estar de acuerdo. Sin embargo, es preciso llegar a la persona, hacerse a la voluntad de escucharlo así sea detestable y cuidarse todo el tiempo de torcer sus palabras. En todo caso hay que estar alerta de encontrar algo que ponga a este tipo de personajes en la picota pública, pero nunca hay que mentir sobre ellos.
Los malos también son interesantes, así no sean atractivos ni simpáticos. Como le ocurrió a Jon Lee con Pinochet de quien guardaba la imagen de monstruo. En ese caso, como en el del ‘El Ché’ Guevara, el afán orientador era igual: importaba la respuesta a una suma de preguntas y no la simpatía por el personaje.
En el caso del Rey Juan Carlos de España había otra serie de circunstancias de las que era necesario cuidarse. De entrada el Rey era un ser simpático, pero había que estar distante del séquito de personajes de palacio que quería manipularlo todo en favor de su monarca. Había que evitar que esa molestia contaminara las percepciones sobre el rey.
Voces de contraste. Para sus perfiles Jon Lee entrevista por lo general entre 40 a 50 personas. De ese volumen él escoge los testimonios fuertes y se hace a una idea clara del personaje. Así que al final utiliza entre seis y ocho voces. Con frecuencia muy pocos personajes aledaños quedan en los perfiles. Muchos no entran si no aportan a una narrativa con su propia realidad. No todo se cita. Las partes utilizadas son las que ayudan a reflejar el momento y lo que está en la mente del personaje. En todo caso el periodista debe tener en cuenta que su trabajo puede ejercer un efecto trascendental en la vida de los otros, por lo que debe tener mucho cuidado con los datos sobre la vida personal del perfilado.
Uno de los temas que debe saberse manejar es el uso del off the record. No debe publicarse información que se mantenga bajo esta reserva. Lo que puede hacerse es negociar con la persona que suministró la información para que permita que se divulgue. En todo caso, un periodista puede omitir información, pero nunca mentir.
Demostrar. El periodista debe demostrar las afirmaciones que hace. No basta con decir que el personaje es neurótico u obsesivo, gracioso o irresponsable. Hay que mostrar eso que dice en el texto. Lo demás es engañar al lector. Un buen perfil debe entregar información párrafo a párrafo y en ello juega un papel importante el editor que ayuda a mirar desde afuera el texto, a formular correctivos y a darse cuenta de los desvíos.
Mostrar. Hay momentos en los que es preciso entregar información necesaria, pero sin causar dolor al lector. Las escenas son aquí de mucha ayuda, pues constituyen respiros, espacios amenos para que el lector participe de la realidad contada. El periodista debe ser como una esponja que absorbe todo los detalles en la reportería. El periodismo narrativo muestra, no sólo relata, pone sus sentidos al servicio del lector para que éste participe como en un escenario, para vea por sus ojos, para que huela lo que el periodista olió y llegue a sus propias conclusiones sin que se lo digan: sobre todo si se trata de una persona.
A la hora de describir el personaje y las escenas hay que tener en cuenta:
- Conviene siempre situar al personaje en el espacio y en el tiempo.
- Es importante incluir el entorno porque tiene incidencia.
- La finalidad es entender un personaje, lo cual no implica utilizarlo como pretexto únicamente para hablar de un país, porque sería utilizarlo como un objeto de culto.
- El acto de reportería es un acto consciente de búsqueda del escenario para el cuadro tridimensional.
- Así mismo es necesario mostrar la cara del personaje, su aspecto físico, sus gestos y ademanes.
- El lenguaje corporal es clave: en los movimientos de un personaje se define, con frecuencia, su trato con los demás seres humanos, su nivel de autoestima, sus inseguridades.
La primera persona. Para el periodista es mejor excluirse del perfil, pero de ser necesario ya sea por el personaje o por las escenas debe aparecer, aunque hay que evitar abusar del YO en el texto. Lo que puede hacerse evidente es la cercanía del periodista con el personaje y aprovechar los encuentros para la narración. Sin embargo en la edición del texto hay que buscar pulir y eliminar hasta reducir al mínimo la presencia del YO.
El primer párrafo. Un buen comienzo es aquel que cuenta, no el que opina. Ese es el que se gana y engancha al lector. De tal manera que hay que empezar con hechos relevantes, con un golpe duro a la quijada del lector. El comienzo del perfil sobre el presidente venezolano, Hugo Chávez, es un diálogo de Jon Lee con un siquiatra amigo del mandatario que decide hablar de su amigo el presidente mediante el uso de una lista de rasgos de personalidad entre éste y Simón Bolívar. Allí estaba una de las claves fundamentales, una manera novedosa de ver aquel mandatario. Más allá del individuo y su reserva para no violar el juramento hipocrático, la comparación de Chávez con Bolívar era una manera reveladora de hablar indirectamente del presidente. Un buen enganche.
En el libro de ‘El Ché’ Guevara, Jon Lee inicia la biografía haciendo referencia al horóscopo del líder guerrillero porque se trataba de una forma novedosa de presentarlo al público. Tomó la decisión de hacerlo de esa manera, porque tenía la clara intención de mostrar que el personaje estaba rodeado de mentiras (en la fecha de su nacimiento había contradicciones y mentiras, incluso el lugar donde estaba sepultado se desconocía), así que ese era un recurso de mucho más impacto para intrigar al público que haber empezado por la historia de las guerrillas en América Latina.
El Lector. El lector siempre cuenta. No hay que suponer que él lo sabe todo sobre el personaje. Cuando Jon Lee escribió la biografía de ‘El Ché’ Guevara, entendió que había que contarlo para un mundo más allá de los que lo conocían, pero que además revelara hechos desconocidos y allanara las lagunas históricas de un público más general. Sabía que debía explicar el contexto de la historia, para hacerlo ver lo más tridimensional posible.
Para tener en cuenta
Los periodistas que quieran elaborar perfiles deberían tener en cuenta las siguientes anotaciones para que sus próximos textos no se queden apenas en semblanzas o reseñas de un personaje:
- Con poco espacio para publicar y tiempo para la reportería apenas si se logra hacer un embrión de perfil.
- La premura del tiempo trae consigo párrafos de inicio insulsos, voces descontextualizadas, hilos narrativos sueltos y citas gratuitas que en nada ayudan al texto, que suenan a que fueron puesta allí por el simple hecho de que fueron dichas por el personaje.
- En todos los casos hay que evitar el excesivo apego a los colaboradores del personaje y aquellas voces que suenan a apóstoles de un mito.
- Varios de los principales males que se pueden detectar fácilmente en un perfil son entre otros: la falta de fuentes, la carencia de escenas, las simpatías declaradas y la falta de distancia del autor frente al personaje lo que con frecuencia conduce a textos más cercanos a la vida y obra de un santo que artículos periodísticos reveladores.
- Si bien el periodista trabaja para un medio, debe tomar distancia de los intereses y compromisos de éste, mucho más si el personaje tiene relación directa con dichos compromisos.
- Los políticos saben que la mejor temporada para que los periodistas hagan perfiles de ellos es durante las campañas electorales. Para evitar picar el anzuelo y no condicionar su escritura, el periodista debe estar atento de los espejismos durante esa época y evitar contagiarse del ambiente popular que por lo general está alterado.
- Una vez escrito el perfil hay que leerlo en voz alta para detectar errores, para encontrar aquellas frases que no suena bien, para advertir esas afirmaciones sin justificar y para tachar de plano el estilo declamatorio y el exceso de adjetivos.