Nataliya Gumenyuk y su hermana mayor se llevan apenas cinco años; sin embargo, fue tiempo suficiente para que la formación que recibieron fuera muy distinta. En los grandes centros urbanos, hasta el último cuarto del siglo XX, se aprendía principalmente la lengua rusa en las escuelas. En los pueblos más pequeños, como en el que Nataliya creció, se hablaba ucraniano, y cuando tuvo edad suficiente para asistir a la educación, la Unión Soviética ya había colapsado: la influencia rusa, muchas veces impuesta a la fuerza, empezaba a debilitarse.
En casa, Nataliya hablaba con su mamá su primera lengua, el ucraniano, pero ruso con su hermana. No obstante, después de la invasión a gran escala, la que Vladimir Putin lanzó el 24 de febrero de 2022, la joven periodista y su hermana se hablan únicamente en ucraniano. Es algo cotidiano y, por lo mismo, muy significativo: es una forma de honrar a su país, su cultura y su gente en medio de una guerra que el Kremlin ha justificado, en buena parte, con reclamos por la historia y la identidad.
La guerra en Ucrania lleva 31 meses, tiempo en el que se han registrado más de 10.000 civiles como víctimas mortales, y aún parece lejos de terminar. Sus orígenes y desarrollo, así como reflexiones en torno a los enfrentamientos, fueron el tema central de la primera sesión del seminario Periodismo en el frente: la complejidad de contar la invasión rusa a Ucrania, titulada “Conflicto con historia: Rusia y Ucrania en el centro del presente”.
¿De dónde venimos?
Con la conducción de la reportera de guerra colombiana Catalina Gómez-Ángel, Gumenyuk empezó su intervención recordando el contexto político de los últimos años: la derrota en 2004 de Viktor Yanukovich, aliado de Putin, con lo cual se fortalecieron los acercamientos a la Unión Europea (UE), apoyados por la mayoría de la población, algo incómodo para Moscú. Las cosas, diez años después, habrían cambiado bastante.
Yanukovich llegó finalmente al poder en 2010. Bajo su administración, se empezó a implementar una agenda conservadora, anti-LGBT, entre otras, y a difundir una narrativa anti-Occidente, en lo que los medios de comunicación fueron fundamentales, según Gumenyuk. En ese momento, ella trabajaba en uno de los principales canales de televisión del país. “Querían controlarlo todo, muy al ‘estilo Kremlin’”, señala. “Todas las historias sobre Crimea [península que terminó siendo anexada por Rusia en 2014] y sobre el ‘gran Occidente perverso’ eran impuestas”.
El presidente echó para atrás el Acuerdo de Asociación entre la UE y Ucrania, lo que sumado a altos índices de corrupción desató la indignación popular. La gente salió a las calles a protestar, y allí se encontraron con una brutal represión en medio de lo que se denominó la revolución del Euromaidán, o “revolución de la dignidad”, que terminó con la caída de Yanukovich, quien escapó del país. Lo que representó este episodio significó un desafío para Moscú, que empezó a sentirse amenazada por la cercanía de su vecino con las potencias de Occidente.
Parte de la justificación del Kremlin para invadir en 2022 estuvo precisamente en eso: las aspiraciones del gobierno de Volodímir Zelenski, quien llegó al poder en 2019, de unirse a la OTAN.
Imperialismo desde la cultura
Que Ucrania es una ficción ha sido una constante en el discurso de Putin. Se trata de una negación más en una larga historia de opresión cultural sobre las otrora repúblicas soviéticas como Ucrania y Georgia. Estos países eran “considerados desleales si hablaban su propio idioma, si promovían su propia cultura. Eran sospechosos de ser enemigos del pueblo”, ilustra Gumenyuk.
En la Unión Soviética, explica la periodista, la cultura rusa era vista como una “alta cultura” y la ucraniana como “baja cultura”. Los maestros de ruso eran mejor remunerados que sus pares que enseñaban la otra lengua eslava, por ejemplo.
Tras la caída de la Unión Soviética, el ucraniano vivió un proceso de reivindicación que, según Gumenyuk, fue visto por parte de la población más apegada a las tradiciones soviéticas como un ataque o una amenaza.
¿Una polarización artificial?
La periodista asegura que el “tribalismo”, al menos en lo político, no es algo que caracterice a su país. La población ucraniana, añade, puede tener afinidades con una ideología en un aspecto de la vida, como la economía, pero otras en lo social, por ejemplo. “Los medios internacionales deberían tomar responsabilidad por cómo mostraron a Ucrania como un país dividido en las últimas décadas”, dice.
Hoy la guerra ha tocado a prácticamente a todo el mundo. “Todos hemos perdido a alguien”, afirma.
Tras casi dos años de la invasión, Gumenyuk se refirió a la responsabilidad que tienen en este momento los ciudadanos rusos, muchos de los cuales también han tenido que exiliarse o silenciarse, en caso de que hayan decidido permanecer en su país.
Para la periodista, hay dos tipos de rusos en contra de la guerra: aquellos que miran la situación con algo de lástima, incluso, pero que no se movilizan por un cambio. Otros, como los activistas de derechos humanos, los recaudadores de fondos, entre otros, se encuentran trabajando por un cambio, así sea desde la más pequeña de las acciones. “Están haciendo algo”, concluye.
Sobre Nataliya Gumenyuk
Periodista ucraniana especializada en política exterior y conflictos. Es directora ejecutiva de Public Interest Journalism Lab (PIJL), una organización interdisciplinaria, entre periodistas y sociólogos, que se dedica investigar e informar sobre Ucrania.
Ha escrito para medios como The New York Times, The Washington Post y The Guardian.
Tras la invasión rusa, PIJL cofundó The Reckoning Project, que se especializa en la documentación de crímenes de guerra.
Actualmente, se encuentra en Estados Unidos, donde ha cubierto el proceso electoral entre Donald Trump y Kamala Harris.
Sobre Catalina Gómez-Ángel
Periodista colombiana que se dedica a la reportería de guerra.
Está actualmente radicada en Irán, desde donde ha cubierto la actualidad de Medio Oriente desde 2007, y en los últimos años ha intercalado esa labor con la cobertura de la guerra en Ucrania.
Es corresponsal de medios como France 24 y Radio Francia Internacional.
En Colombia, trabajó en medios como El Tiempo y Semana. Fue galardonada con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 2017 por su cubrimiento de la batalla de Mosul, en Irak.