Ahora estamos leyendo sobre los Paradise Papers, antes fueron los Panama Papers y antes los WikiLeaks de Julian Assange y luego los de Snowden. ¿El periodismo acabará alimentándose de filtraciones? ¿Qué tan ética es esta práctica?
Respuesta:
La revista Time aseveró que WikiLeaks (W.L.) podría ser un instrumento periodístico tan importante como la ley de acceso a la información.
Jay Rosen, especialista en medios, vio el fenómeno como un apabullante y planetario triángulo formado:
1. Por los topos que obtienen la información oculta.
2. Por W.L. que recibe esa información y la distribuye.
3. Por medios respetables que la hacen creíble cuando la manejan con libertad responsable. Aquí aparece lo ético.
A pesar de todos los intentos para restarles importancia a los cables, o para minar la autoridad moral de la prensa, o de silenciarla, la publicación de estas informaciones les están recuperando a los medios de comunicación la influencia que se estaba perdiendo ahogada por la trivialidad, el desgaste comercial y las subordinaciones al poder. Aparece aquí el valor ético de la pertinencia, asociada a la responsabilidad.
La de hoy, después de W.L., es una prensa más influyente que la de antes de la aparición de los cables secretos. Anota un columnista del ABC de Madrid, Borja Bergareche, que ha quedado en evidencia “el papel insustituible de la prensa.”
Todo esto, probablemente tocado por un exceso de optimismo, puede ser un efecto de W.L, porque su emergencia activó las mejores dinámicas de la profesión. Otra vez el objetivo de lo ético: la excelencia profesional.
En efecto, tal como lo observaron en Madrid los directores de los cinco periódicos difusores de W.L., ellos manejaron 250 mil cables sobre las verdades de la diplomacia y esto obligó a los periódicos a asumir su tarea de decidir qué publicar, porque era útil y valioso para la opinión; y qué no publicar, por el daño que podría ocasionar. Y no se sintieron menos libres por hacerlo.
“Jamás pensamos en publicar los cables tal y como los recibimos,” afirmó Georg Mascolo de Der Spiegel. Cuando un periodista renuncia a la tarea fácil de recibir la información para reproducirla sin más, supera el periodismo intermediario – siempre fácil, siempre superficial, siempre prescindible- y asume el papel del periodismo mediador que no actúa mecánicamente, ni con el impulso primario e infantil de sorprender, sino con el propósito de informar para cambiar algo todos los días.
Ningún medio pensó publicar los cables sin haberlos digerido, investigado y corroborado, observó una cronista que siguió en Madrid la cumbre de directores. Según el director de The Guardian” esos documentos sin contexto no servirían para nada,” y tal ha sido la consigna difundida para todos los usuarios de los cables. El conocido mandato ético de entregar los hechos completos, es decir, después de las tareas de verificación, averiguación de antecedentes, contextualización e indagación de consecuencias, reapareció con toda su fuerza en el periodismo.
Contó el director del New York Times sus diálogos con voceros del gobierno Obama, preocupados por el efecto político de esos cables en el norte de África y en el medio oriente. Las conversaciones concluyeron con la notificación: nuestro papel como periodistas es distinto al del gobierno.
Es demasiado pobre la idea de que el periodista se limita a transcribir lo que otros han dicho. El periodista es más ambicioso que eso y sean Panama Papers, o WikiLeaks, o Paradise Papers, fuentes que deben ser sometidas al trabajo de confrontación, interpretación y explicación de cualquier material. No hay que preocuparse por la multiplicación de las filtraciones. Lo inquietante es el periodista que pasivamente transcribe y que renuncia al ejercicio crítico.
Documentación
Estas filtraciones son señales de un cambio en el periodismo investigativo. Y pienso que hay complicaciones alrededor de ellas, como vimos en la campaña de 2016 y la posibilidad de que Rusia haya utilizado el periodismo para intervenir y distribuir correos y grabaciones sobre la campaña de Hillary Clinton. En Estados Unidos tuvimos el famoso caso de 1971 sobre el cual Steven Spielberg está haciendo una película. Se conoce cómo los Papeles del Pentágono y consistió en que un empleado del Pentágono, llamado Daniel Ellsberg, que fue como el Eduard Snowden de esos días, sacó de su oficina muchos archivos sobre la historia secreta de la guerra de Vietnam. Y los entregó a periodistas de The Washington Post y de The New York Times. Le tomó días esconderlos y copiarlos. Hay dos formas diferentes de grandes filtraciones que están dando forma al periodismo. Una es el clásico soplón, que piensa que algo está equivocado en el sistema (es el Garganta Profunda de Watergate) que toma esa información con la creencia de que es de interés público. Y como en el caso de Ellsberg, se da a conocer a los periodistas, responde preguntas sobre sus propias motivaciones y no había misterio sobre quién era, cómo obtuvo la información y por qué la está compartiendo con los reporteros.
Pero hay otras filtraciones que son controversiales como el ataque a Sony por parte de Corea del Norte, luego de que hicieron una película que no le gustó al régimen norcoreano. ¿Deben los periodistas simplemente aceptar grandes filtraciones como esas, cuando no conocen la fuente o la motivación de las mismas? Hay un eco de negación en el periodismo acerca de los dilemas éticos que presentan esta clase de filtraciones. No tengo problema con la versión de Snowden o de alguien que se dé a conocer. Puedes evaluar sus motivaciones porque sabes quién es y por qué lo hace. Creo que hace falta una conversación más amplia sobre las consecuencias de esto en el periodismo. Y una razón es que la profesión puede arriesgar su credibilidad.
Steve Coll: director de la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia. En entrevista de El Tiempo, 14-11-17