La prostitución de la influencia digital del periodista
21 de Mayo de 2019

La prostitución de la influencia digital del periodista

Reflexiones tras un seminario con el maestro Javier Darío Restrepo.
Fotografía: Geralt en Pixabay | Usada bajo licencia Creative Commons
Hernán Restrepo

Tuve el honor de compartir recientemente la palabra con el maestro Javier Darío Restrepo durante un seminario que nos invitó a dictar la Asociación Colombiana de Facultades de Comunicación Social (AFACOM). El tema que nos sugirieron abordar fue el de la influencia social del periodismo.

De manera magistral, el director del Consultorio Ético de la FNPI, recordó cómo grandes periodistas de antaño como don Guillermo Cano fueron conscientes del valor de su influencia social para abrir los ojos de la sociedad respecto a problemas que se negaba a ver. En el caso del director del diario El Espectador, sus columnas denunciando la manera en que Colombia se estaba convirtiendo en un narcoestado, le terminaron costando la vida.

Yo no pude evitar hablar del peligro que representa la alta credibilidad que están teniendo los denominados ‘influencers’ de redes sociales, en comparación con la decadente confianza en los medios y periodistas. Justo por esos días se había presentado el caso de Rawvanna, una youtuber que promovía la alimentación crudovegana en su canal, y terminó ocultándoles a sus seguidores que por motivos de salud sus médicos le habían pedido que incluyera proteína animal en su dieta.

¿Pero a qué se debe que los ‘influencers’ tengan hoy en día más credibilidad que muchos periodistas?... Es una pregunta que ronda mi cabeza desde el seminario que compartí con el maestro Javier Darío. Tras meditarlo, me atrevería a decir que se debe principalmente a dos pecados con los que los periodistas corremos el riesgo de prostituir el valor de nuestra influencia en el mundo digital.

Los chillones de Twitter

Este es un pecado que, confieso, yo también he cometido. Apenas descubrimos que Twitter resultó ser un canal efectivo para obtener atención de las compañías con las que requerimos algún tipo de servicio al cliente, los periodistas nos aprovechamos del ruido que podemos hacer en esta red social gracias al número de seguidores que tenemos, para que se resuelvan más rápido nuestros problemas.

Entonces, nos falla la conexión a internet en casa, y antes de tomar el teléfono para comunicarnos con la línea de atención al cliente de la compañía proveedora, nos volcamos a Twitter para quejarnos (por lo general con un tono altanero e incluso grosero) y que todos nuestros seguidores se enteren del pésimo servicio que estamos obteniendo. Los encargados de la atención a peticiones, quejas y reclamos en redes sociales de estas compañías, al ver que quien se queja es un “influyente periodista” con miles de seguidores, corren a apagar el incendio antes de que se siga quejando.

Hacer esto no nos queda bien. Es utilizar para beneficio personal la influencia que hemos ganado gracias a que un grupo de seguidores encuentra valiosa la información que compartimos en una red social. Si viviera hoy en día y tuviera cuenta de Twitter, no imagino a don Guillermo Cano quejándose en redes sociales por la mala conexión a internet que tiene en su casa, o porque la pizza que debía llegar en 30 minutos o antes se demoró una hora. Eso le restaría a su grandeza y credibilidad como periodista.

Es cierto, las líneas de atención telefónica apestan y son cosa del pasado. Pero si necesitamos quejarnos por algún mal servicio que hemos recibido, sugeriría que los periodistas utilizáramos canales privados de comunicación con las empresas de las cuales necesitamos una respuesta expedita. Un mensaje privado por Facebook o Twitter, un chat de Whatsapp o ir personalmente a una sede para resolver el problema pueden ser alternativas en las que no caemos en abusar de nuestra influencia digital.

¿Héroes o payasos?

Es habitual ver a periodistas que cubren la fuente de tecnología promocionando en sus cuentas personales de Instagram algún nuevo modelo de teléfono celular; a periodistas gastronómicos invitando a aprovechar el 50% de descuento en un restaurante; o a periodistas de viajes subiendo fotos de sus visitas a paradisiacos resorts en el Caribe, sin aclarar que se trata de una invitación de una cadena hotelera.

Prostituir las cuentas donde se espera que publiquemos información valiosa para nuestros seguidores, para llenarlas de mensajes comerciales nos despoja automáticamente del título de periodistas para acercarnos más a lo que hacen los ‘influencers’ que tanto criticamos. Si eres periodista de tecnología, gastronomía, viajes o lo que sea, debes tener una saludable distancia de tus fuentes, no aceptar regalos o invitaciones de viajes. Y si las aceptas, dejarle claro a tus lectores que la pieza de contenido que escribiste después, es producto de esa ofrenda.

Además, para el periodista, el publicar información comercial en sus cuentas personales crea inmediatamente un dilema difícil de resolver y en el que pocas compañías de medios tienen una política clara. ¿Deberían repartirse las ganancias de esa publicación comercial con el medio para el que trabajas? Al fin y al cabo, tu influencia digital se debe en gran parte a la visibilidad que te ha permitido tener el medio de comunicación que, entre otras cosas, paga tu salario.

Así las cosas, creo que los únicos casos en los que un periodista debería aceptar ser parte de alguna campaña publicitaria en redes sociales, es cuando se trate de iniciativas que promuevan alguna causa social: el cuidado del medio ambiente, incentivar la lectura, disminuir la violencia contra la mujer, etc. Pero publicaciones anunciando que habrá 2x1 este fin de semana en una tienda de ropa se ven realmente mal en la cuenta de un periodista que presume de independencia y rigor.  

“¿Somos héroes o payasos?”, se dicen una y otra vez los personajes de la novela ‘Demasiados héroes’ de Laura Restrepo. Algo parecido deberíamos preguntarnos los reporteros de hoy en día: ¿Somos periodistas o ‘influencers’? En una gran entrevista concedida hace poco, el maestro Javier Darío señalaba que la falta de identidad profesional es la raíz de todos los problemas éticos del periodismo actual. Tiene toda la razón. Si no valoramos y cuidamos la influencia social de nuestra profesión, terminaremos prostituyéndola inevitablemente al comportarnos como meros influenciadores.

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