¿De quién son las redes sociales y su contenido? Del usuario y el usuario se hace responsable por lo que escriba y difunda a los pocos o miles de seguidores con los que cuente. Y la responsabilidad de lo que se escribe sigue siendo igual de fuerte más allá de que se vean las redes sociales como un instrumento más cercano a lo meramente baladí o a un instrumento que sea capaz de desestabilizar rocas macizas por cuenta de informaciones no necesariamente comprobadas. Ya, bajo esa lupa, no suena tan baladí.
Por eso The New York Times, uno de los medios impresos más tradicionales del mundo, decidió que aquellos periodistas que trabajen en su planta y que cuenten con Twitter, Instagram, Facebook, Snapchat, y demás herramientas que provee el mundo virtual, tendrán que ceñirse a ciertas condiciones instauradas en el reglamento interno si no quieren tener problemas. No comentarios políticos, no reclamos a empresas ineficientes como causa propia, no pertenecer a grupos secretos, no hacer comentarios ofensivos a los lectores críticos…
El método, dicen los que saben, busca blindar al medio porque unas letras mal puestas y que se hagan virales podrían perjudicar su credibilidad más en estos tiempos en los que el diario ha tenido más de una colisión con el gobierno de turno desde antes de su llegada al poder.
Y es en este punto en el que vale la pena pensar si ese postulado de NYT coquetea con los linderos de la censura. Desde cierta óptica, sí, porque garantizará contenidos muy controlados de sus empleados y evitará riesgos y polémicas -según su pensamiento como empresa periodística-. ¿Qué ocurriría si algún empleado decide quebrantar la norma? ¿Cuáles serían las consecuencias? ¿De acuerdo al medio en el que se trabaje el periodista debe resignar su pensamiento crítico ante los hechos que lo rodean?
No es un asunto menor y es aquí donde la autorregulación -tal vez una palabra en la que no se fían tanto en el NYT y de ahí la creación de normas internas- es clave en el ejercicio periodístico para sumergirse en el universo complejo de las redes sociales, lugares muy caldeados y que en muchas ocasiones terminan siendo un tinglado lejano a la opinión argumentativa. Porque más allá del medio en el que se trabaje, la responsabilidad individual del ejercicio periodístico prima. Por eso suena a obviedad decir que el periodista debe evitar hacer escarnio público sobre empresas particulares que lo hayan perjudicado -porque entienden que el comunicador tendrá una solución rápida de su conflicto solo por el hecho de hacer pública su inconformidad, cosa que pasa con frecuencia en Colombia- o que no se hagan comentarios ofensivos a los usuarios que ahora en 280 caracteres son capaces de lanzar las diatribas más abyectas ante una figura que, más allá de sus contenidos periodísticos, no les resulte simpática. ¿Posturas políticas? Ese debate es mucho más largo.
Sin embargo ese tendría que ser un ejercicio individual del periodista porque es relacionarse frente al espejo con su propia responsabilidad ante el oficio; no debería ser una imposición empresarial que pueda conspirar contra la libertad del pensamiento crítico que ha edificado a la prensa desde sus inicios.
P.D.: ¿Esta tabla de mandamientos hecha por uno de los colosos mediáticos más importantes del mundo tendrá réplica en otros lugares del planeta dedicados al periodismo que decidan aplicar estas metodologías para con sus empleados?
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