La historia la vamos a poner breve: un periodista, con el galardón de periodista del año, escribe una historia sobre la precaria (en realidad, terrible) salud de una niña y la batalla de su padre para curarla. El texto va más allá del registro de lo ocurrido: se pide el apoyo de la gente.
Y empezó una cadena de solidaridad. El artículo es lo suficientemente dramático para conmover y lograr un buen resultado con el llamado a la acción. Se logra recaudar más de 150 mil euros. Pero algo olía mal, muy mal en verdad.
El periodista se llama Pedro Simón y el diario donde se publicó esta historia es El Mundo. El titular: Cuando no hay nada para Nadia.
En estos días se ha visto mucha critica, linchamiento virtual diría de Pedro Simón, a quien no conozco de nada ciertamente. No me voy a sumar al cargamontón de insultos. Pero sí creo que el caso nos deja, al menos, cinco lecciones para el análisis.
1. No hay pretexto para no contrastar la información
Elemental trabajo de verificación de datos, cruce de fuentes y rigor. El periodismo no es un puñado de buenas intenciones. El periodismo no es solo alzar la bandera por una buena causa. Periodismo no es un coro de gritos, tampoco un mar de indignación. Cuando El País confirma (antes lo advirtieron Hipertextual y Malaprensa) que la historia de Nadia es una farsa, el periodista ofrece disculpas en el diario. Rescaté estas líneas de su texto (que pongo en cursivas) para agregar que su condición de padre no lo libera de la gran responsabilidad de hacer simplemente su trabajo de periodista.
Un periodista debe mantener cierta distancia, no bajar la guardia, verificar todo. Esta vez no lo hice: este periodista cometió varios errores importantes en la información del sábado. Di por bueno (iba a escribir dimos por bueno para refugiarme detrás de un plural retórico) varios datos que me contó Fernando y que -a diferencia de otros aspectos- no corroboré como debía: el nombre de un supuesto doctor americano, determinados viajes al extranjero y el verdadero grado de la enfermedad de la niña, que es real.
Yo no sé qué locuras sería capaz de hacer por tratar de salvar a mi hijo. Las que haya hecho Fernando -exageración o utilización de los medios- sólo las conoce él.
2. Duda, siempre duda
Esto podría estar atado con lo primero, sin embargo, como ya lo han dicho muchos: duda siempre de algo que parezca tan bueno. Pero la historia contada por Pedro Simón era demasiado IN-CREÍBLE. Incluso, sin saber de las enfermedades raras uno podría cuestionar el alucinante relato. Los periodistas no solo debemos tomar distancia, los periodistas además estamos obligados a contar las cosas claramente. “Esta es una historia exagerada y hermosa. Porque esta es una historia de un amor desesperado”, escribió Pedro Simón. EXAGERADA, HERMOSA, AMOR, DESESPERACIÓN. Un cóctel para embriagarse. Ya es momento de entender que nuestras bonitas palabras jamás reemplazarán un buen reporteo.
3. La declaracionitis hace daño
Sobre todo, cuando se usan las benditas (a veces malditas) comillas para reemplazar lo que no se investigó. El texto permite que el padre de la niña abuse de los lectores y cuente algo difícil de creer, algo que el reportero jamás debió publicar sin haber corroborado.
Otra vez voy al texto inicial:
«Es una operación única en el mundo. Sólo la hace un cirujano. Ya lleva cuatro y necesita una quinta», señala Fernando Drake Blanco. «Gracias a la operación se le alarga la vida en torno a cuatro años. La última fue en febrero de 2013. Consiste en una manipulación genética prohibida en España. Le hacen tres agujeros en la nuca y dura 13 horas. Durante todo ese tiempo no se puede dormir. La tumban boca abajo en una cama como de masajista, imagínate. Con lo que me ves a mí haciendo el payaso en el suelo, con la tablet, jugando con marionetas, con lo que sea… Para que siga despierta. El cirujano hace una especie de reseteo y le pone el cerebro a cero. Al despertar tienes que enseñarle que somos sus padres, a leer, a escribir, a volver a andar, pero sigue viva. Y yo todo lo que necesito es tiempo para que se siga investigando».
A esto hay que sumarle tres episodios que ameritaban, en el peor de los casos, googlear.
4. Periodistas y autocrítica
Casos como el de Pedro Simón deberían ayudar a reflexionar, impulsar el debate alturado y la crítica constructiva. No soy partícipe de este deporte de linchar. Lamentablemente, hay periodistas que con el tono de “yo jamás me equivocaría” proceden a lanzar tierra-bombas-piedras sobre el blanco de turno. Los lectores no son tontos y cualquiera podría salir a decir: “Hey, tú también hiciste eso. ¿Ofreciste disculpas?”. O algo así: “Tu radio hizo una denuncia falsa. ¿Alguien ofreció disculpas?”. O quizás esto: “¿El medio donde trabajas se rectificó y ofreció disculpas por tremendo papelón?”. Comentarios así he leído en estos días. Lectores que recordaban algún error y el silencio del medio. Un poco de humildad no hace mal. Un poco de memoria. Un poco mirar para atrás y ver qué tenemos en la mochila.
5. ¿Y los editores?
Pedro Simón se equivocó, pero no fue el único. Pedro Simón no hizo periodismo, pero no fue el único. Es de suponer que en el diario en cuestión hay una cadena de mandos, y que un editor da el visto bueno final. Al menos, eso pasa en la mayoría de redacciones que conozco. ¿Dónde estaban los editores? ¿Dónde está el editor? ¿No sería bueno que el editor explique cómo y por qué se creyó la historia del periodista? Me parece una falta ética que los editores o jefes se escondan en las horas difíciles o que se amparen en el plural de “nos equivocamos”. El editor debe dar la cara, así como el director. Explicar en qué momento dejaron de hacer su trabajo o lo hicieron a medias, o confiaron demasiado. Hacer este ejercicio ético -difícil por cierto- contribuirá a un mejor periodismo, ese del que tanto hablamos.
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