¿Es un problema ético el de la postverdad? Si lo es, ¿qué puede hacer la prensa?
Respuesta:
Es, ante todo, un problema ético, si se tiene en cuenta que el compromiso con la verdad es el primer componente de la identidad profesional del periodista.
Basta mirar la relación que tiene este compromiso con los otros deberes éticos: es el caso de la independencia, un valor ético que defiende la libertad para buscar y decir la verdad. También es el caso de la responsabilidad social, esa capacidad de respuesta a la sociedad, a la que el periodista le debe la verdad de los hechos de cada día.
Como se ve en la ética periodística todo gira alrededor de la verdad, y por eso un atentado contra la verdad como el que se presiente detrás del fenómeno de la postverdad, afecta directamente la esencia de la profesión periodística. En efecto, ¿de qué sirve esta profesión si la verdad desaparece absorbida por la postverdad?
La postverdad ofrecería, de hecho ofrece como sustituto, los hechos alternativos, figura utilizada por la oficina de prensa de la Casa Blanca en la que se da por aceptado que todo hecho puede ser presentado de acuerdo con los intereses del poderoso que tiene el control de la información. Habría así, un hecho real y otro alternativo, creación de los voceros del poder.
Ante esta realidad aparece el reto más importante para el periodista de hoy: restituirle a la verdad la vida que la mentira y las medias verdades le han quitado. Deberá volverse, por tanto, al rigor de las prácticas de comprobación de todas las informaciones y, en segundo lugar a la denuncia de la información no verdadera. Se trata de defender el alma de la profesión.
Documentación
Trump fue un genio para distraernos de los temas de sustancia. Como observó Tom Rosenstiel, veterano crítico de la prensa: “necesitamos periodistas que cubran lo que es importante y que lo ladren a todo auto que pase”.
Influyó el hecho de que los medios nacionales no están muy diversificados desde el punto de vista socioeconómico y geográfico. No tenemos muchos periodistas nacionales con raíces de clase trabajadora por lo que los reportajes sobre los simpatizantes de Trump generalmente eran someros y condescendientes. Y en gran medida no vimos la rabia y la frustración que llevaron a Trump a la victoria.
Tenemos que arriesgar nuevas formas de hacer las cosas concentrándonos en el periodismo y no en la estenografía. Jay Rossen, de la universidad de Nueva York, propone que los medios envíen a pasantes a cubrir las conferencias de prensa de la Casa Blanca y reserven a los veteranos a profundizar en las notas verdaderas.
Tenemos que ser persistentes, que seguir presionando para que Trump dé a conocer sus declaraciones de impuestos y los detalles de sus políticas. Tenemos que evitar los peligros de la falsa equivalencia, citando a una persona de cada bando como si fuera un debate genuino cuando sabemos que no lo hay. Y puede parecer raro que esto lo diga un columnista pero debemos reportar más y pontificar menos.
También debemos esforzarnos por desmentir las noticias falsas. Una noticia falsa en Facebook diciendo que el presidente Barack Obama había prohibido recitar el juramento de lealtad en las escuelas fue compartida más de dos millones de veces; otra noticia falsa, de que el papa Francisco había expresado su apoyo a Trump tuvo casi un millón de interacciones.
Cuando hay tanta gente que cree mentiras debemos intervenir enérgicamente en favor de la verdad.
¿Es importante que los medios convencionales hagan mejor su trabajo? ¿O ya vivimos en una época que superó a la verdad, en la que somos tan desconfiados que las investigaciones son desdeñadas, si es que alguien las llega a ver? No lo sé con certeza, pero creo que al menos debemos intentarlo.
Nocholas Kristof en New York Times, 05-01, 2017.