Hace diez años abandoné la redacción de mi periódico y emprendí un viaje por Latinoamérica. Impaciente, buscaba saber cómo es que el periodismo puede cambiar las cosas. Visité redacciones, entrevisté colegas, acompañé luchas ciudadanas, respiré nuevas realidades, eduqué la mirada y esbocé respuestas sobre un periodismo de lo posible, que moviliza y no paraliza.
A mi regreso a México, junto con varias colegas, ahora cómplices de vida, fundamos la Red de Periodistas de a Pie, un espacio para hacer lo que sabíamos: un periodismo que camina con la gente. Con quién más.
Empezamos capacitándonos y fueron llegando colegas aquejados porque sus redacciones estaban secuestradas por intereses distintos al del bien común, llenas de periodistas que se dejaron cortar las alas, amaestrados en el esto-no-se-toca, con órdenes de complacer a los poderosos.
Llegaron también reporteros mudos por el miedo, con la amenaza en la frente. Provenían de zonas bajo la dictadura del silencio, que se iba extendiendo por México. Empezaba la “guerra contra el narco”, decretada por Felipe Calderón, época de desprecio por la vida, que aún continúa; de cacería de periodistas desahuciados por sus medios; la impunidad garantizada.
Recuerdo a una mujer afuera de la morgue donde se apilaban casi 200 cadáveres rescatados de fosas comunes, que nos reclamó con fiereza: “Periodistas, ¿ya para qué vienen? Decíamos que en esta carretera desaparecía gente pero nadie nos hizo caso. Parecía que hablábamos desde el fondo del mar”. Desde el fondo del mar. Llevo clavada esa frase. Donde el periodismo no funciona gana la muerte.
Trabajé entonces en una doble vía. Por un lado, con mis reportajes busqué sacar del anonimato las voces de las víctimas e investigar las piezas que permitan darle sentido a la realidad. Por otro, tendimos redes con los reporteros de las periferias e inyectamos la idea de que el silencio es una anomalía, que el oficio es más que la queja por la maquila de notas o por el NO impuesto. Nos organizarnos para protegernos, hacer investigaciones y defender la información, ese bien público que nos confiaron los ciudadanos.
Son varios los colectivos cómplices conformados por hormigas, reporteros de a pie, nadies. Casi nunca hemos ganado. Nos ha tocado enterrar colegas pero hemos gritado fuerte que no más.
Este premio es para la comunidad de conspiradores que intenta recobrar la dignidad y el significado del oficio, que apuesta por investigaciones que impacten al sistema para hacer de este un mundo más justo, menos indiferente frente a lo que le pasa a la gente; la gente que también somos nosotros.
El periodismo es una apuesta por la vida. Mientras hay periodismo hay esperanza, mientras exista el periodismo se abre paso la vida.
Gracias a mi familia, a las de a Pie, a la Fundación, al extrañado Gabo y, por supuesto, al maestro-aliado, don Javier Darío.
Discurso Marcela Turati from FNPI on Vimeo.