Se llamaba Juana Palomino, y vendía frutas en la playa de Bocagrande, en Cartagena de Indias, Colombia.
—¿Dónde vive Juana?
—Al lado del aeropuerto, en el barrio San Francisco.
-—¿Y por qué no te vas para allá?
Esa noche, durmió al lado del aeropuerto, en el barrio San Francisco. En la casa de Juana Palomino.
Al día siguiente vinieron más preguntas:
—¿Y Juana de dónde viene?
—De San Basilio de Palenque
—Si quieres saber quién es Juana, tienes que ir a Palenque…
Para Alma Guillermoprieto, siempre se podía ir más allá. Para Tatiana Escárraga, esto fue toda una lección de periodismo. Maestra y alumna, coincidieron en el primer taller de la historia de la Fundación Gabo —cuando aún era Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, o FNPI—, por entonces, la más reciente obsesión de Gabriel García Márquez, con el Nobel en sus anaqueles y una absoluta disposición a cambiar los cánones de la educación del oficio que en ese momento viciaba las universidades: una en la que la teoría eclipsaba la práctica.
Era 1995, y ya Guillermoprieto era una de las firmas imprescindibles de The New Yorker. Su libro de crónicas Al pie de un volcán te escribo acababa de hacer erupción en América Latina. Ya en las redacciones del continente se hablaba de ella, de Alma, de su pluma de fina, y de la colección de sus mejores letras hasta el momento, recogidas en ese libro.
“Gabo quería alguien con altura, de ese nivel”. Es Jaime Abello, director de la Fundación Gabo, quien conoce los pormenores de esa decisión del escritor, que inauguró, en Cartagena de Indias, los talleres que hace años venía soñando para periodistas jóvenes de Latinoamérica.
Fueron 10 los debutantes, 10 los primeros alumnos de los miles que ha contado la Fundación desde entonces. Una decena de chicos que se sentaba cada tarde, en un hotel de ese Caribe canicular, en una suerte de clínica que guiaba la periodista y maestra mexicana. En la conversación debían mostrarle lo que ellos consideraban su mejor y su peor texto.
“En Al pie de un volcán te escribo hay una crónica de Brasil en la que un rezandero cuenta que él ha matado a 30 personas. Y el texto que yo le envié a Alma era un texto sobre el tema de la santería y el Proceso 8000. A Alma no le gustó mi texto, y yo le pregunté por qué, y al ver el texto de ella, me dice: ‘Mira, porque tú le estás dando crédito a esta persona en todo lo que está diciendo. Y todo está en el verbo que tú uses. En el texto mío dice: ‘Esa persona piensa’, porque tú no puedes verificar eso’. Y eso para mí fue como ¡wow! El cuidado de la palabra, del lenguaje… Eso me impactó mucho”. Ese fue el resultado de una de esas tardes para Andrés Grillo, un chico de Cambio 16 que quedó marcado para siempre con esa lección.
Ese cuidado minucioso de los verbos fue también enseñanza para José Navia Lame, por entonces periodista de El Tiempo, y quien llevó una crónica que escribió en Aguablanca, en Cali. “Me dijo algo sobre la forma en que yo manejaba los verbos, porque la forma en que estaba descrita la acción, daba la impresión de que no se podía realizar. Me dijo algo como que tenía que separar las acciones. Parecía que el animal del que yo hablaba ejecutaba las acciones simultáneamente. Recuerdo que a ese texto le faltaban diálogos, testimonios, voces. No tenía esa polifonía que sí tenía el escenario en el cual yo hice la reportería”.
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Para ellos, para todos, siempre estaba Alma sentada. Esa Alma cálida, tranquila, sosegada, jamás subida al pedestal de quienes se saben grandes, pero absolutamente firme y rigurosa en la forma de concebir el periodismo; “con unas convicciones, un rigor y una disciplina” —según Navia— de las que no podía desprenderse ni al escribir, ni al editar, ni al enseñar.
“Una editora con letras mayúsculas”. Lo resume mejor así Tatiana Escárraga, quien llegó hasta San Basilio de Palenque para entender a fondo de dónde venía Juana Palomino, una mujer que vendía frutas en la playa de Bocagrande, y sobre quien iba a escribir el reportaje que proponía el taller. Porque es la práctica la que hace el maestro. Y eso se lo demostró no solo Alma, con su propuesta de presentar avances a diario e irle pidiendo más y más en ese ejercicio vertiginoso de contar a una persona, sino un invitado de lujo, como pocos podrá haber por ahí.
“Les conté algo que me pareció anecdótico: cuando yo iba para Palenque, le dije a Juana que me acompañara al hotel, que iba a recoger unas cosas. Yo estaba en un hotel en Bocagrande. Y cuando íbamos a entrar, a ella no la dejaron, por negra, así tal cual. Y yo toda encabronada me puse a reclamarles a los del hotel. Y yo lo conté, tan joven, y en ese momento no me di cuenta de lo que tenía; y cuando cuento eso en la mesa, me dice: “¡Pero, niña, ahí tienes el lead!”. Nunca se me olvidará: 'El día tal del mes tal, a Juana Palomino no la dejaron entrar a tal hotel de Bocagrande. Y no la dejaron entrar porque es negra'”.
Tampoco olvidará Tatiana jamás ese día en que Gabo, sentado con Alma Guillermoprieto en una mesa de un restaurante en Cartagena, le dio uno de los leads más importantes de su vida.
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“Cuando leí Al pie de un volcán te escribo de verdad se me estalló la cabeza. Yo nunca había leído una descripción de Bogotá tan clara y tan precisa. Yo nunca había leído reportajes tan impresionantes sobre temas que aparentemente no están conectados con la coyuntura, y entonces cuando llegué al taller con Alma sí fue… Conocerla a ella, escucharla, de verdad fue muy revelador”. Esa ensoñación que casi vivió Andrés Grillo fue una sensación colectiva, que reitera no solo la admiración por una periodista de la talla de Guillermoprieto, sino el profundo respeto que despierta.
Tatiana, que se fue a Palenque para conocer mejor a Juana Palomino, que tuvo el privilegio de tener a Gabo al lado, regalándole un lead para su historia, refrenda esa idea de la oportunidad soñada, especialmente a una edad en la que todo se ve lejano aún: “Lo que yo aprendí en ese taller fue muchísimo. La fundación con esos talleres conseguía que todo lo que tú no habías visto en cuatro años de periodismo lo vieras en una semana con los grandes, y creo que eso es un plus de la fundación: conseguir que unos ‘pelaos’, que estábamos ya en las redacciones, pero que estábamos todavía muy verdes, muy biches, accediéramos al conocimiento de gente que tenía una trayectoria impresionante como Alma”.
Fue del 3 al 8 de abril del 95. Fue en Cartagena de Indias, en las instalaciones del periódico El Universal, con el paisaje del Castillo de San Felipe detrás. Y fue inolvidable. Fue el primer taller de la historia de la Fundación Gabo, y fue con una maestra única e irremplazable.
“Yo hice otro taller después, pero de ese no me acuerdo tanto como de este con Alma. No sé por qué, pero es este el que más recuerdo”, dice José Navia antes de colgar. Él era uno de los mayores del grupo, de ese grupo que pasará a la historia como el primero que recibió clases de un gran exponente del periodismo narrativo latinoamericano en la fundación soñada de Gabo. El primero que se sentó, durante una semana, cada tarde, en un hotel del Caribe, a escuchar a la cálida Alma, que nada les concedía si no era necesario. A ella, que les enseñó el camino a Palenque.