Este artículo es producto del proyecto 'Entre panas y parceros, ¿cómo comunicar la inmigración en Colombia?', una iniciativa de la Fundación Gabo, con el apoyo del Programa de Alianzas para la Reconciliación (PAR) de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y ACDI/VOCA. Si te interesa profundizar y reflexionar alrededor de este tema puedes participar en las distintas convocatorias para talleres en distintas regiones de Colombia.
La historia de Armando que queremos contar inicia también –cómo no– con Gabo. Y es que este director de teatro venezolano, quien llegó a Colombia en 2016, cerró su incursión en las artes escénicas de Venezuela dirigiendo en el teatro más importante de aquel país: el Teatro Teresa Carreño, y con una adaptación de El general en su laberinto, obra de Gabriel García Márquez.
En ese país y en ese teatro, el 12 de septiembre de 2015, en la sala Ríos Reyna y con un aforo superior a las 2.000 butacas, Armando Lozada (47 años) alcanzó su cénit. Dirigió a cerca de 60 actores en la obra El laberinto del general, la mayoría de ellos con síndrome de down. A través de 14 escenas hicieron un viaje turbulento hacia el espíritu de Simón Bolívar.
Antes de eso hubo años de educación en la Universidad Central de Venezuela (UCV), en la Escuela de Artes, formación escénica en el Taller Experimental de Teatro, bajo el seno de la UCV, y más formación con la Compañía Nacional de Teatro. Con todo este bagaje Armando, quien nació en Caracas, pero se define como trujillano (de los andes venezolanos), llegó a Bogotá.
Al exilio fue Armando persiguiendo a su hijo, quien tiempo atrás había viajado a Colombia con su madre.
Escena II
“¿Con teatro?”, “¿Usted está seguro?”, “¿No será más útil un comedor social?”. Sí, de ese tipo fueron las primeras respuestas que recibió Armando cuando planteó que a través de técnicas teatrales también se puede ayudar a migrantes venezolanos que hacen vida en Colombia.
Armando no solo enfrentó estas dudas cuando buscó ayuda con algunas organizaciones sin ánimo de lucro, sino que también tuvo que verse de frente con otro enemigo aún más grande: esa bendita pandemia de la cual no provoca seguir hablando.
Aun así nada lo detuvo. En septiembre de 2020 inició el taller de teatro Sin Fronteras. ¿Cómo se enteraron los 19 participantes de la actividad? Gracias a las redes sociales, el boca a boca y, claro, a la ayuda del Círculo Colombiano de Artistas (por cierto, la historia de cómo llegó Lozada a esta asociación gremial es muy particular).
A través de Zoom y durante ocho clases de dos horas, entre septiembre y octubre, venezolanos en Colombia, colombianos en Colombia y venezolanos en Venezuela, aprendieron que a través de las artes y las herramientas teatrales pueden resolver situaciones de la vida real. El clown, la ironía y la representación de sociodramas ayudaron a María (la llamaremos así) a sobrellevar la separación y el desaliento de saber que su familia está del otro lado de una frontera, o a Juan (también lo llamaremos así) a enfrentar el monstruo en que puede llegar a convertirse el deseo de morir.
La experiencia fue tan positiva que en abril de 2021 Armando repetirá el taller, ahora con el apoyo de Es Cultura Local Teusaquillo, una iniciativa de las secretarías de Gobierno y Cultura en Bogotá. Habrá algunas diferencias, el nombre del taller se modifica: ahora se titula taller de teatro incluyente. Por otro lado, otras cosas seguirán igual: se hará virtual (ya les dijimos, bendita pandemia).
Escena III
En Bogotá, Lozada no solo ha realizado oficios relacionados a las artes, sino que se le ha medido a todo lo que ha tenido enfrente: fabricar y arreglar muebles, vender arepas, palitos de queso y trabajar en call centers, entre otras cosas.
Fue así, con uno de esos oficios varios, que las casualidades se juntaron en 2017: primero ayudó en la reparación de un café en el centro de Bogotá y, luego, tras una conversación con la dueña del apartamento del primer piso del edificio donde se encontraba el café, arregló una mesita con una ‘pata mocha’. Ya allí, en ese apartamento, lo emocionaron todos los afiches y objetos relativos a las artes. ¡Resulta que Armando había caído en el apartamento de María Eugenia Penagos, la presidenta del Círculo Colombiano de Artistas!
Después de reparar la mesita, Penagos invitó al director de teatro venezolano a hacerse cargo de una pequeña cafetería. Luego, gracias al apoyo de esta agremiación de artistas, llegaron otros trabajos asociados a la actuación, la escritura y la dirección.
Esos trabajos lo han ayudado a sobrellevar el drama que lleva adentro. En estos momentos no sabe en qué lugar de Colombia está su hijo y, mientras logra acercarse de nuevo a él, sigue moviéndose, reinventándose y haciendo teatro.
Escena IV
La entrevista con Armando es virtual (es su turno, pónganle un adjetivo más a la pandemia) y responde a las preguntas desde Teusaquillo, localidad donde tiene su sede el Círculo Colombiano de Artistas. Allí Armando ultima detalles para el taller a realizar en abril. Sobre el cambio de nombre, asegura que el objetivo es abrir el espectro y que las técnicas teatrales que enseña puedan servir no solo a migrantes, sino también a personas con interés en el teatro, cultores y, en fin, a toda la comunidad de Teusaquillo.
El taller, que en esta segunda edición será más corto en tiempo: aproximadamente la mitad del tiempo del primer taller, tiene a Armando pensando y dando vueltas sobre cómo va a incluir todo el material que tienen los sociodramas que realizarán los participantes: creatividad, comunicación, trabajo en equipo e improvisación.
Pese a todo, hay algo sobre lo que no duda este venezolano: la oportunidad que hoy le da Colombia de enseñarle a los nuevos participantes a reconocer sus emociones y a solucionar situaciones de la vida cotidiana a través del teatro es única y no la va a desaprovechar.
—Armando, una última pregunta, y a ti ¿qué te han enseñado estos talleres?
A los 47 años me di cuenta de lo importante que es llorar, o permitirme sentir una emoción. Liberarme de tabúes. El taller fue para mí la posibilidad de sentirme contento y feliz manejando ese nuevo conocimiento.