Periodistas de ciencia y falsos estudios

Periodistas de ciencia y falsos estudios

El periodista mexicano Juan Manuel Alegría alerta sobre la amenaza que los 'fake journals' representan para el periodismo científico.
Fotografía: skeeze en Pixabay | Usada bajo licencia Creative Commons.
Juan Manuel Alegría

Antes del advenimiento de la Internet era muy difícil para los periodistas y las audiencias acceder a un estudio científico, excepto en libros sobre el tema o en las muy pocas revistas especializadas, generalmente en  inglés. Ahora no hay día en que uno no pueda leer: “Según un estudio científico de la Universidad Fulana de Tal…”.

Si antes había unas cuantas revistas muy famosas y confiables (como “Nature” o “Science”) ahora las hay por docenas, se les conoce como “fake journals”; sólo tienen que tener un nombre ad hoc que incluya  la palabra “Ciencia”. Esas publicaciones, a pesar de su apariencia —dice el periodista español Héctor G. Barnés, quien ha investigado “la mafia de las editoriales académicas” —, no funcionan como una revista académica normal: “Son más bien un turbio negocio que permite engordar currículos de investigadores a cambio de un puñado de euros (entre 100 y 1.000).”

Hay casos en que estudios falsos, plagiados o con errores son rechazados en las revistas serias. Pero como sostiene el profesor de  bioinformática en la Universidad de Málaga, Francisco R. Villatoro: “Los artículos científicos rechazados en una revista acaban publicados en otra”.

El también el doctor en matemáticas indica, en un trabajo publicado en enero de 2017, que la revista “Clinical Otolaryngology” realizó un estudio “sobre 917 manuscritos rechazados entre 2011 y 2013 (entre ellos 18 sin pasar por revisores) ha encontrado que el 55,7% han sido publicados en otras revistas (antes de 2015). El retraso medio en su publicación es de 15,1 meses (con desviación típica de 8,8 meses). De los 511 artículos publicados, solo 41 lo han sido en revistas de mayor impacto. Más aún, 60 se han publicado en revistas que no aparecen en PubMed, pero sí en Google Scholar.”

Antes, un estudio, para ser candidato a publicación debería ser analizado y aprobado por científicos de la misma calidad que el autor o superiores (se supone que esa regla se mantiene, pero los datos dicen lo contrario). Por supuesto que esta proliferación de medios que publican  estudios poco serios o falsos no favorece en nada al espacio académico; tampoco beneficia a la credibilidad de los medios que los publican y de los periodistas que los usan o que aluden a ellos en sus textos.

Aparte de este daño a la ciencia, porque muchos científicos parten de esos estudios para trabajar los propios, debido a la falta de preparación de los periodistas y editores (de medios “normales”), que no saben verificar en temas de ciencia (algunos en ningún tema)  provoca que estos falsos estudios sean reproducidos y por ende, desinforman a las audiencias.

Hace más de cuatro décadas el periodista Manuel Buendía (quien moriría asesinado el 30 de mayo de 1984) sostenía que le haría un bien al periodismo y a la sociedad si el periodista se convirtiera en un especialista de un área. Lo mismo opinaba Federico Campbell: “[…] hoy más que nunca, no sólo se juzga indispensable una formación metodológica universitaria sino además una especialización en alguna de las áreas de la sociedad en que se genera información”.

Consejos para no ser embaucados

Julie Clayton, en un curso elaborado para la World Federation of Science Journalists (Federación Mundial de Periodistas Científicos) señala la importancia de que los medios difundan los fraudes científicos, para responsabilizar a la comunidad científica por bajar los estándares en la investigación; sugiere que se debe castigar el fraude y cuestionar la “negligencia de los coautores por no conocer y comprender más sobre el trabajo que se va a publicar e impedir que ocurra un fraude.”

En un trabajo publicado en el portal Scidev.net, especializado en ciencia y tecnología, Clayton agrega que los medios, al informar sobre estudios fraudulentos, no ayudan a proteger a las audiencias de esos “embaucadores” porque pudieran terminar recibiendo un tratamiento inapropiado, y cita un caso de pacientes con Sida en Sudáfrica.

Julie Clayton ofrece consejos para detectar fraudes. Indica que el periodista debe familiarizarse con un campo de investigación, así como asistir a conferencias científicas o visitar institutos de investigación y conocer científicos en áreas de interés específicas para descubrir sus objetivos, métodos y progreso, además del tipo de críticas que podrían tener hacia el trabajo de otros.

“Visitar bibliotecas universitarias o usar bases de datos en Internet, tales como PubMed, para encontrar publicaciones sobre un tema particular o de un autor específico, permite obtener una mayor comprensión de los estudios individuales”, sugiere Clayton.

El periodista debe preguntar al científico si su afirmación está publicada en una revista con revisión por sus pares. “Incluso si la respuesta es sí, no asumir que esto es una señal de calidad. Cada revista tiene distintos criterios y prácticas, y por tanto, la calidad de la revisión por pares varía.”

Es importante investigar la calidad de la  revista. Y si se descubre que el artículo ha sido rechazado para su publicación, dice la periodista, se debe averiguar la razón.

También hay que dudar de las cifras, incluso si las estadísticas parecen respaldar la aseveración, “es bueno chequearlas con un experto independiente, porque los errores pueden ocurrir y ocurren, incluso en las revistas más destacadas.”

Si durante una entrevista, conferencia o seminario escucha una afirmación no publicada, agrega Clayton, el periodista debe dudar y preguntar a otros científicos. Investigar si el emisor del dato pertenece a una institución reconocida y cómo fue financiado el estudio (si fue con fondos públicos “ha sido escrutado por expertos para competir contra otros por el financiamiento”).

Una forma muy confiable es buscar a expertos para que juzguen la validez de un estudio. Si este es clínico y afirma tratar o curar una enfermedad se deberá cerciorar si los detalles de la composición de la droga o vacuna, o efectos secundarios tóxicos, estén disponibles  públicamente.

Finalmente, afirma Clayton, los periodistas deben tener certeza de la evidencia: “Deben chequear sus datos con más de una fuente y también anticipar que podría serles difícil persuadir a algunos investigadores de pronunciarse contra un colega”.

***

Para los periodistas interesados dejo un enlace de un trabajo de Julie Clayton.

Cómo encontrar y valorar historias de ciencia by Red Ética Segura - FNPI on Scribd

***

Las opiniones expresadas en nuestra sección de blogs reflejan el punto de vista de los autores invitados, y no representan la posición de la FNPI y los patrocinadores de este proyecto respecto a los temas aquí abordados.

 

©Fundación Gabo 2024 - Todos los derechos reservados.