Libertad de expresión, un acto de fe

Libertad de expresión, un acto de fe

Las religiones no están exentas de ser foco de opiniones. Tienen espacios sagrados pero están inmersas en una sociedad que tiene la opción de criticarlas.
Fotografía: Valentina Calá en Flickr / Usada bajo licencia Creative Commons
Pedro Vaca Villarreal

Cuando era explícito el matrimonio entre el poder político y la iglesia, el culto cercaba las fronteras de la libertad de expresión. El templo estaba -como Dios- en todos lados: la calle, los hogares, las escuelas, el Gobierno, el arte, la música, la literatura y la prensa. Se trataba de una libertad de expresión de reverencia y respeto que tenía eficaces mecanismos para controlar lo irreverente.

La violencia, sin ser el único, es el mecanismo más radical de censura. Tiene dos efectos: uno concreto frente a quienes se expresaron y otro difuso al crear una atmosfera de autocensura que instaura miedo en otras personas y las inhibe de retomar los temas o estéticas que provocaron la violencia. Al miedo derivado de la violencia en París podemos estar sumándole ingredientes con sabor a censura.

Por estos días sucede una paradoja: se rechaza la censura a la par que se construyen cercas a la libertad de expresión con alambres de púas. A preguntas totalitarias como “¿dónde termina la libertad de expresión?” creo que siempre será saludable responder con un “depende” pues hay principios generales que caso a caso deben ser estudiados. Las respuestas matemáticas que pululan estos días pueden, o estar vacías para llevarlas a la práctica, o dar prevalencia a una visión de la realidad minando la conquista más grande de la libertad de expresión: la prohibición de censura previa. Una receta fue lanzada por el Papa: “la libertad de expresión no da derecho a insultar la fé” dijo.

De qué depende “insultar”, ¿de las intensiones de quien se expresa? ¿del criterio del ofendido? ¿del lugar? ¿de las formas?, son demasiadas variables, todas subjetivas y peligrosas para imponer una regla. Seguramente coincidimos en que ésta o ésta caricatura sobre la pederastia pueden insultar la fé católica, pero su contenido constituye un tema de relevancia social que no impide a los católicos practicar su fe.

Libertad de expresión y libertad de culto

Con la aparición de los Estados laicos las iglesias renunciaron- conscientemente o por presión – a su vocación universal. Aceptaron ser una forma de expresión más, con libertad de orientar a sus feligreses pero sin pretender que el comportamiento de todos los ciudadanos estuviera alineado a sus formas. Lejos de ser verduga de la fe, la libertad de expresión abriga la libertad de culto y profesar una religión es una de las alternativas que ofrece la libertad de expresión.

El Estado laico protege algunos espacios como sagrados: el templo católico, la sinagoga, la escuela cristiana, el hogar musulmán etc. La calle y el Estado son espacios comunes en los que las distintas religiones caben pero también aceptan: i) la existencia de otros con pensamientos y creencias distintas, y, ii) la posibilidad de que algunas de las expresiones en la calle sean contrarias a sus creencias.

Claro que la libertad de expresión tiene un límite en la libertad de culto, pero creo que solo aplica cuando un discurso pretende de manera deliberada impedir o entorpecer la cotidianidad religiosa. De ahí que los límites dependan caso a caso, no es lo mismo una caricatura de Mahoma en un semanario dirigido a la sociedad en general a cuando se cuando se hace un graffiti de Mahoma en las paredes de una mezquita o el portal de una casa que profesa el Islam.

En el primer caso, es evidente que puede ofender a un sector de la sociedad pero se hace en un espacio común y no puede ser censurada de manera previa. Sobre ella se pueden iniciar debates judiciales, reproches éticos o ser parte de ejercicios de autorregulación, pero ésa expresión cabe en un Estado laico. El segundo es una clara afrenta al culto religioso que ataca la reverencia con la que se deben tratar los espacios sagrados.

Libertad de opinión

De todas las facetas de la libertad de expresión la que tiene más protección es la libertad de opinión y especialmente aquella que esta dirigida a asuntos de relevancia social. Ser importante dentro de una sociedad lleva consigo el costo de exponerse a la crítica, algunas constructivas y fundamentadas, otras vacías y provocadoras. La libertad de opinión admite pero no exige cortesía. Las opiniones no son ciertas, son interpretaciones de la realidad con las que otros pueden o no coincidir, tomar postura, reafirmar sus creencias, cuestionarlas o ignorarlas.

Parece que la profundidad de lo laico solo se le exige al Estado y la entienden unos académicos barbados y trasnochados. Lo que esta pasando muestra cuan estéril es lo laico si quienes transitan en su territorio no se convencen del alcance, y los riesgos, de ése pacto social. Las distinciones de los espacios tampoco son muy claras hoy por hoy, sobretodo, si se tiene en cuenta plataformas globales como Internet.

La censura es un resultado que se obtiene a través de muchos métodos. Desde París rápidamente se reafirmó un frente occidental contra el terrorismo pero aun no es claro el frente común contra la censura. Hay censores armados, pero también gobiernos que limitan los insumos, promueven leyes restrictivas o cierran emisoras. También hay autoridades que moldean noticias con la arcilla de la pauta publicitaria y algunos periodistas que demandan más arcilla a cambio de menos información. En los teléfonos de las redacciones suenan llamadas de confianza para “ajustar” o “quitar” contenidos. Un gran entramado de relaciones empresariales, políticas y económicas que protegen el status quo del poder y que a plena conciencia sacrifica información relevante que no es publicada.

Rajoy, presidente del gobierno Español, marchó en París. Seis meses atrás, ésta portada de la revista El Jueves, en la que el Rey Juan Carlos tras abdicar entregaba a su hijo una corona con mierda, fue censurada. Solo para la reflexión.

Pedro Vaca Villarreal es Magister en Derecho, especialista en Derecho Constitucional y abogado de la Universidad Nacional de Colombia. Director Ejecutivo de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP). Sígalo en Twitter como @PVacaV.

Esta columna fue originalmente publicada en Pulzo.com

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