La cruz de la autocensura

La cruz de la autocensura

Entre lo ‘políticamente correcto’, el respeto a la línea editorial del medio en el que trabajas y el momento en que aceptas las reglas que impone la organización, muchos colegas adoptan la autocensura como práctica rutinaria.
“Freedom of Speech” / Fotografía: Antoni en Flickr / Usada bajo licencia Creative Commons
Esther Vargas

Un periodista me decía que a él no le han prohibido nada en su redacción, pero ya sabe hasta dónde llegar. Entre lo ‘políticamente correcto’, el respeto a la línea editorial del medio en el que trabajas y ese momento en que aceptas las reglas que impone la organización, muchos colegas adoptan la autocensura como práctica rutinaria.

Es un gran error. Pero es fácil decirlo. La autocensura me pareció siempre más grave que la censura. La censura viene como imposición del medio. La autocensura se gesta en el inconsciente y pesa como una cruz, que llevas en silencio, lo que hace de ti un periodista sin brillo, uno más del montón, uno que se adapta sin cuestionar, que optó por el silencio y la resignación.

Nuestros países no necesitan periodistas resignados. Necesitan periodistas que, con el conocimiento de saber cómo funcionan los medios, son capaces de hacer reflexionar a sus jefes y no callar.

No voy a decir que en más de 20 años de carrera no he callado. Sí, lo he hecho. Pero esos silencios me sirvieron para darme cuenta de algo que ha marcado mi destino: la autocensura, el silencio voluntario por las circunstancias y el adaptarse a la rutina infame de ni siquiera alzar la voz, te hace un periodista infeliz, y no puedes hacer periodismo desde la infelicidad, desde la frustración. Los que pagan son tus lectores. Un periodista que se pone la mordaza solito hace el peor periodismo del mundo. Hace salchichas, hace notas oficiales, hace periodismo descartable.

En el Perú, mi país, se viven momentos complicados para la política y para el periodismo. Y veo que la autocensura se impone, el silencio informativo, la tergiversación de la realidad, y el periodismo inservible que va por encima de los hechos para quedarse en los dimes y diretes, en el dijo y no dijo, en el ataque, en los memes, en la declaracionitis vacía.

Cuando la democracia está en juego, cuando los principios democráticos están en entredicho, cuando se abre la olla y la comida apesta, el silencio autoimpuesto te anula como profesional, y toca dar un paso al costado.

Si tienes menos de 30 años, lo que te recomiendo -con la humildad y desde la experiencia-es que no pienses en cuánta plata menos tendrás en el bolsillo. Debes pensar en cuánto daño hace a tu futuro que te acomodes al silencio, que te resignes a la media verdad y que creas en Disneylandia mientras Troya arde.

Laura Weffer en el Festival del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo realizado en Medellín | Foto: @FNPI_org

Laura Weffer en el Festival del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo | Foto: @cdperiodismo

Y si tienes más de 30 años, yo me quedo con las palabras de Laura Weffer, quien en pleno Festival del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo en Medellín, me contaba la experiencia de Efecto Cocuyo, un emprendimiento digital en Venezuela que nació para contar las historias que el régimen de Nicolás Maduro ha silenciado en la mayoría de medios.

Laura Weffer –con más de 20 años en medios- me decía con los ojos más emocionados que he visto en mucho tiempo que incluso ganando menos dinero se siente feliz con lo que hace. Un periodismo que no te hace feliz no sirve a tus lectores. Por eso, a los 20, como a los 30 años, como a los 60, toca abandonar la zona de confort en busca de lo que te enseñaron en los primeros años de universidad. ¿Lo recuerdas aún? El periodismo es un servicio. El periodismo busca la verdad. El periodismo no da voz a los poderosos. El periodismo es el parlante de la gente, de la sociedad inconforme, de los invisibles, de los que dejaron sin voz, de los que nunca tuvieron voz.

Y así como Laura Weffer, yo ahora me siento feliz. Pero esa es otra historia que ya les contaré.

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