Imperdible: discurso de Javier Darío Restrepo en apertura del taller #ÉticaEnRed

Imperdible: discurso de Javier Darío Restrepo en apertura del taller #ÉticaEnRed

Javier Darío Restrepo ofreció un discurso de apertura del taller “Ética en la Red: reglas para un periodismo útil y sensato“, que congregó en Bogotá a periodistas y editores de los principales medios de comunicación colombianos con presencia en internet.
Javier Darío Restrepo / Foto: Ana Vallejo / FNPI
Red Ética FNPI

El maestro Javier Darío Restrepo fue el encargado de dar el discurso de apertura del taller “Ética en la Red: reglas para un periodismo útil y sensato“, dictado por el español Gumersindo Lafuente, que durante dos días congregó en Bogotá a periodistas y editores de los principales medios de comunicación colombianos con presencia en internet.

El discurso del director del Consultorio Ético de la FNPI provocó tal impacto en los asistentes, que una vez terminado se produjo un amigable pero intenso debate sobre las inquietudes planteadas por Restrepo  respecto a los retos que internet representa para los periodistas de hoy en día.

“En este nuevo mundo donde la velocidad es la noticia, el periodista debe persistir en la calidad como la gota de agua que se abre camino sobre el cemento”, dijo Restrepo añadiendo que “el buen periodismo no lo hacen los pasivos ni los resignados. Lo hacen los inconformes”.

El corazón del discurso del maestro Javier Darío fue el momento en que invitó a su auditorio a preguntarse para qué están usando el nuevo poder de informar que internet les está representando. “¿Para pasar el tiempo? ¿O para derrotarlo? ¿Para acceder solitariamente a la realidad? ¿Para buscar placeres solitarios nuevos? ¿Para dividir a los otros? ¿Para unirlos? ¿Para degradarse como ser humano? ¿O para crecer como personas? Las preguntas se multiplican y cada una nos va revelando nuestro papel de sujetos de una historia”, dijo.

Es posible conocer los detalles de todo lo sucedido durante el taller en el Storify donde recopilamos los mejores trinos producidos durante el evento.

Puede descargar el discurso completo aquí

 

Ética.com

Discurso de Javier Darío Restrepo en la apertura del taller “Ética en la Red: reglas para un periodismo útil y sensato”, dictado por Gumersindo Lafuente.

Bogotá DC. Colombia.

Noviembre 1° de 2013.

Dos historias paralelas

Hubo un tiempo en que los humanos no sabían  leer ni escribir yen que sólo usaban la voz y los gestos para comunicarse entre sí. En las ruinas de Pompeya se encontraron testimonios del tiempo en que ese analfabetismo de la especie comenzó a ceder. Fue en unos recibos del comisario Jucundus donde los investigadores pudieron concluir  que 7 de cada 13 ciudadanos sabían  escribir y solo 3 entre 13 tenía el hábito de la escritura. Además, la de la escritura era una ocupación de esclavos, porque el romano cultivado tenía una memoria auditiva.

Estos datos del  siglo I de la era cristiana vienen a cuento como referencia para emprender un recorrido por la evolución que han tenido las tecnologías de las comunicaciones paralela  al desarrollo de la conciencia ética de sus usuarios.

Puesto que en aquellas remotas épocas la escritura – esa elemental tecnología de la comunicación- no se miraba como un mecanismo de poder, no merecía consideración ética alguna. Hay que insistir en el dato: leer y escribir eran asuntos de esclavos. El ciudadano poderoso tenía esclavos que escribían por ellos y leían para ellos.

Este medio de comunicación comenzó a revelar su importancia en las universidades en donde hacia finales del siglo XIII los estudiantes se habían acostumbrado a copiar las clases que dictaban sus profesores. Hay miniaturas de la época que muestran al estudiantado escuchando y copiando. Se decía que los profesores dictaban para la pluma o para el cálamo, en referencia a la pluma de ave, o a la caña recortada que servían para escribir.

La edad media recibió las tablas de cera y los punzones, el pergamino, la caña, la pluma y el pincel; después vendría de la China el papel y como invención propia,  Europa recibiría la ordenación alfabética de las palabras, la planificación de las páginas y los índices temáticos.

Anotan los historiadores, sin afán retórico, que coincidieron en la misma época las grandes catedrales góticas y el libro portátil que reemplazó al libro monumental y profusamente ornamentado.

Para entonces el libro y la escritura se relacionaron con el poder y los conflictos éticos vinculados al medio de comunicación, comenzaron a formularse. También entonces se pudo hablar de brecha entre los que tenían acceso a los textos y podían leerlos en monasterios ricos, y universidades que poseían aquellos libros monumentales, y la mayoría de la población que apenas si sabía de la existencia de los libros, o que si los tenían a su alcance no podía leerlos, circunstancia que reveló el deber de la comunicabilidad que se cumplía con las pinturas que acercaban a la población analfabeta los contenidos de los textos; de ahí surgiría otro deber ético: el de ser fieles a las realidades y a la doctrina; un esbozo de lo que hoy conocemos los periodistas como compromiso con la verdad. Llámese una ética en borrador, o esbozo primitivo de la ética periodística, pero evidencia de que esas primitivas y toscas manifestaciones de la técnica de la  comunicación traían de la mano los deberes éticos, porque donde aparece una manifestación de poder surge como su aura, el deber ético.

En una sugestiva nota de pie de página en su libro El Viñedo del texto, Ivan Illich menciona como hardware del siglo XII, el papel, la vitela o las plumas con punta de fieltro y como software las notas de pie de página, los subrayados, los índices o los cambios de tipo de letra. Así hace notar este autor la persistencia, a través del tiempo, de unas señales de identificación de la actividad comunicativa.

También fue clara en esos remotos comienzos, la naturaleza del poder que confería la palabra escrita. De Casiodoro es este texto: “Qué feliz invento. Predicar a los hombres con la mano, abrir sus lenguas con el dedo, otorgar la salvación silenciosa a los mortales y luchar contra el diablo con la pluma y la tinta”. Expresiones claras del sentido de la responsabilidad que produce el poder de comunicar. No se estaba inventando una nueva ética, se estaba tomando conciencia de un nuevo poder y de sus obligaciones.

Así ocurrió cuando en 1475 Gutemberg  y sus asociados imprimieron el primer libro del mundo occidental. Los chinos se habían adelantado con su libro de 7 hojas pegadas una tras otra en 868 y con aquellas planchas de madera grabadas en relieve con las obras de Confucio, publicadas en  953.Con la  biblia de Gutemberg volvió a suceder: ¿cómo responder por los efectos que traería la aplicación de esa nueva tecnología? Fue una percepción ética la que provocó el fenómeno de las biblias encadenadas, porque los productos de la imprenta no podían caer en todas las manos sin daño.

En 1631 con  la aparición de La Gazette de Teophraste Renaudot, era la primera vez que se imprimían con periodicidad regular las noticias. Renaudot es consciente de la implicación ética del privilegio obtenido del Rey y de la aplicación de una técnica nacida dos siglos antes. Por eso escribe en su primer editorial: “a todos aquellos que son como yo, amantes de la verdad”. Era un poder en función de la verdad, como repetirían hasta convertirlo en fórmula sacramental y en lugar trillado, todos los directores de periódicos del mundo, en sus primeras ediciones.

Y lo que fue un instrumento militar, operado desde la torre Eiffel en la primera guerra mundial, en 1922 daría lugar a la aparición  del primer radioperiódico en Francia, seguido una semana después por la BBC Noticias.

Con estos noticieros nació la preocupación por el poder que significaba la posibilidad de difundir relatos de un hecho mientras se desarrollaba y para un público que así tomaba contacto con acontecimientos cuyo desenlace era desconocido.

Desde  entonces comenzó la cavilación sobre un fenómeno que había propiciado la tecnología de la radio: el hombre lograba una comunicación que lo liberaba de las ataduras del aquí y del ahora. El espacio y el tiempo cedían su rigor carcelario y se hacía posible conocer lo que sucedía en los lugares más distantes del mundo, en el momento mismo en que el hecho ocurría.

Y así se renovaban, acentuándose, los viejos conflictos éticos del compromiso con la verdad y de responsabilidad sobre los efectos de esa información instantánea.

Esos interrogantes se plantearon después  de aquellas primeras emisiones de televisión, también desde la torre Eiffel en 1935 y dos años después de la Exposición Internacional de París. El avance tecnológico multiplica las inquietudes éticas a partir de hechos contundentes:

  • El público de la televisión supera en poco tiempo al de los periódicos.
  • Es un medio, el más democrático que el mundo puede permitirse, según la expresión de Boretsky y Yurovsky, dos autores soviéticos.
  • Es global y no censurada, crea la ilusión de absoluta autenticidad, produce la ilusión de un encuentro individual, genera otra clase de público y produce una absoluta comunicabilidad; son las observaciones, algunas ingenuas, vistas desde hoy, de los primeros televidentes. Cada una supone la reedición de los primeros postulados éticos como respuesta a una nueva situación

Así, desde aquellos lejanos avances comunicativos con el uso de las letras garrapateadas en pieles curtidas, hasta la comunicación por televisión, la respuesta ética no ha sido inspirada por la técnica, sino por el hecho comunicativo y se ha concentrado en el poder que genera la comunicación, que son los mismos ejes de una ética pensada desde la tecnología digital.

He abusado de su paciencia al someterlos al largo recorrido de la evolución paralela de las tecnologías de la comunicación y de la conciencia ética de sus usuarios, porque debía dejar clara una primera afirmación: no se trata de una nueva ética, sino del desarrollo de unos principios que resultan del hecho de comunicar. A medida que al tecnología acerca más al otro y hace más eficaz la comunicación, los deberes se acentúan y amplían su esfera.

¿Cuáles son esos principios y cómo se acentúan en internet, es el asunto de nuestra segunda parte.

Internet, desafío ético

Internet se convierte en un desafío ético porque es un poder. Se revelaron como poder la escritura, los libros, los periódicos, la radio y la televisión. Internet los supera como poder.

En la cumbre de Birmingham, el doce de mayo de 1998, el presidente Clinton se notaba alarmado. Se había propuesto encontrar medidas de control para el crimen cibernético: “pueden utilizar computadoras para atracar bancos y extorsionar” dijo a manera de ejemplo de un poder criminal distinto de lo conocido hasta entonces. Y agregaría casi enseguida: “ningún país del mundo puede controlarlos él solo”. Duraba todavía la reunión cuando los jefes de Estado conocieron la noticia: el satélite de comunicaciones Galaxy IV había interrumpido inesperadamente su operación y en Estados unidos se habían quedado en espera 40 millones de mensajes. La vulnerabilidad del país más poderoso del mundo se había puesto en evidencia y un nuevo poder hacía su aparición. El gobierno de Estados Unidos lo sentiría en la cumbre de Túnez en 2005 cuando se buscaban frenos para la pornografía infantil en Internet. Allí se concluyó que no había instrumentos legales ni técnicos capaces de frenar el negocio de los mercaderes de la pornografía. El instrumento en sus manos desafiaba las leyes. Y ya se sabe, cuando las leyes se revelan impotentes queda el recurso a la ética que reta a cada humano a ser legislador de sí mismo.

Si en ese momento Estados Unidos parecía a la defensiva, hoy se ve a la ofensiva al utilizar la tecnología digital y su poder como base de la red de espionaje más grande del mundo y de la historia. Lo de menos son los 854 mil espías que la conforman, lo de más es la conciencia que cunde en el planeta de que todos podemos ser espiados y de que nuestros datos personales se han convertido en mercancía, merced al uso de internet.

Cuando uno se entera de que Alexis Navalni llegó a constituir un poder política en Moscú con  ayuda  de un blog; o de que a Eugenio Kaspersky  se le califica como el hombre más peligroso del mundo porque como asesor de interpol conoce todos los secretos de la seguridad informática, comienza a entender la magnitud de este poder. Así lo han visto  los gobiernos de Estados unidos y China que han incorporado las armas cibernéticas como parte de sus arsenales militares. Alguno, aterrorizado, habló de una ciberguerra posible, que podría acabar con el planeta.

Lo cierto es que estamos ante el primer desafío ético planteado por internet que pone en las manos de los usuarios un poder grande, y que los somete a un poder incontrolado. Lo que niños y adultos usan como si se tratara de un divertido juguete, es un poder. Lo que los viejos utilizamos como una cómoda máquina de escribir, es un poder; y el poder se usa para el bien o para el mal, esa es la cuestión ética.

Es un poder distinto de los demás poderes. Lo expresaba así Paul Virilio: “en la guerra totalitaria de ayer dominaba lo cuantitativo: la masa, la potencia de la bomba atómica; pero en la guerra globalitaria de mañana primará lo cualitativo, gracias a la bomba informática”. Parecen piruetas mentales de filósofos, cuando uno los oye decir que en internet tienden a desaparecer el espacio y el tiempo. Lo dijimos hace un rato al hablar de la radio, que por primera vez les dio a los hombres la sensación de vencer esas categorías  limitantes del espacio y el tiempo. Los teólogos nos asombran al decir que en la nueva existencia después de la muerte desaparecerán el aquí y el ahora, el espacio y el tiempo, que son prisiones, límites de los que el ser humano siempre ha querido escapar.

Internet parece tener la llave que abre esos cerrojos cuando provee la instantaneidad. Basta oprimir la tecla para que junto con el letrero: “Tu mensaje ha sido enviado”, las palabras, la fotografía, los planos y diagramas  lleguen a uno o a decenas de lugares como si las distancias hubieran desaparecido y los largos tiempos entre el envío y la recepción de un mensaje hubieran dejado de contar.

Se cumple el sueño del periodista que al valorar la rapidez de la información dijo: “slow news, no news”. La noticia es rapidez, es pisarle los talones  a los hechos, es estar ahí donde nace la historia y permitirle al lector escuchar sus primeros vagidos. Virilio corrige a Mac Luhan: el medio no es  el mensaje; la velocidad es el mensaje. Interpretando el sentir del periodista de hoy apunta: “la información es inseparable de su aceleración energética. Una información lenta no es información digna de ese nombre sino un simple ruido de fondo”. (Virilio 155)

La  ética dirá otra cosa. Después de admitir que esa velocidad ha sido buena para salvar vidas porque ha anunciado peligros y promovido ayudas oportunas, la señala como dañina cuando promueve el conocimiento incompleto, o las decisiones equivocadas cuando obedecen a conocimientos insuficientes; la ética también muestra ese apresuramiento como indigno de los humanos que, por experiencia, saben que el conocimiento tiene el ritmo lento y pausado de las cosas y los pensamientos duraderos.

Y como ha sucedido siempre que el hombre comunica, por el medio que sea, ha de dar lo mejor de sí mismo.

Así, pues, la velocidad da lugar a conflictos éticos. Leo en el libro de Cebrián, La Red, una reflexión tanto más válida cuanto que proviene de un periodista: “la velocidad impone un ritmo a la toma de decisiones cercano a la improvisación, cuando no al atolondramiento.” Consumir tiempo, ese recurso siempre escaso y nunca renovable, para entender, para ser justos o para ser profundos, es el resultado de decisiones éticas lúcidas porque  inducen otra forma de liberarse de la tiranía del tiempo, que es la que resulta de ponerlo al servicio del otro.

Pero el problema ético fundamental de internet aparece en esa reveladora contradicción que ustedes pueden ver en esa imagen común: la del nativo digital en la soledad de su cuarto frente a la pantalla iluminada de su computador, cuando hace contacto con toda clase de personas. A veces lo esencial de esa escena se nos ofrece en los aeropuertos, en el vestíbulo del gran hotel, en un sillón o en el suelo, en un rincón o en el centro del restaurante: abstraído, silencioso, distanciado de todo su entorno, con una computadora sobre sus piernas es uno de los solitarios de nuestro tiempo. Disponen de una poderosa tecnología para comunicarse, pero se aíslan, prescinden de los demás a su alrededor, absortos, sumergidos en su mundo virtual. Anota Cebrián: “embebido en su mundo virtual, se aparta de las relaciones con los más próximos”.

Telefónica y el Financial Times emprendieron una encuesta en 27 países para averiguar la relación de los jóvenes con la tecnología digital y encontraron a un 87% con cuenta de  Facebook; 1 de cada diez la mantiene activa; el 60%revisa de modo compulsivo su celular; una tercera parte de los encuestados usa el smartphone en el baño y 3 cuartas partes de ellos se lo lleva a la cama. El 46% admite que lo tiene a la vista cuando cena en casa o con amigos; y las dos quintas partes confiesa que siente que algo le falta cuando no puede revisar su celular.

El problema ético consiste en que este aislamiento

1.-Excluye la socialización.

2.-También excluye el control social sobre su conducta.

Y amplía Graham este concepto de control social necesario para ser moral: “La mayor parte de la educación es el resultado de la socialización. Cuando desaparece esa influencia de la sociedad y el hombre se aísla, fuera de todo control, los deseos más perversos no tienen control alguno. En el mundo de internet ese control no existe”.

Lipovetsky se refería a estos solitarios creados por Internet como “la segunda ola individualista”.

Internet ofrece, pues, esa doble dimensión: o la del aislamiento y autosuficiencia de quien  maneja una tecnología vistosa y atractiva que sumerge en un mundo virtual; o la posibilidad de multiplicar contactos,  diálogos nuevos y reveladores, el acceso a conocimientos para compartir. Son los dos extremos del dilema ético que ha de   resolver cada uno para fortalecer su libertad.

Es forzoso concluir, por tanto, que el problema no está en la tecnología, sino en cada persona.

El poder de los medios ha cambiado según la amplitud de su radio de acción. Uno fue en los tiempos de juntar letras sobre una piel o un papiro, y otro el del humano que se mueve en la galaxia internet. Y a mayor poder, una más exigente responsabilidad.

Puesto que esta se mide por la conciencia del poder que uno tiene al alcance de su mano, os de hoy son tiempos de más exigente responsabilidad porque son los de mayor poder en manos de los humanos.

A través del tiempo y  de las técnicas se han mantenido las mismas preguntas: ¿a quién comunicar? ¿Para qué? Cuando se comunica guiado por esas preguntas, la presión resultante lleva a configurar el acto comunicativo como una respuesta.

El periodista siempre está respondiendo;  por eso a mejores respuestas, mayor calidad del periodismo que se hace, e internet provee instrumentos eficaces para responder.

En las frecuentes consultas que recibo en el Consultorio Ético de la Fundación, aparecen como pedidos de auxilio, los que echan de menos el respeto por la propiedad intelectual. Se piratean contenidos, fotografías, diseños, como si se tratara de bienes mostrencos. Y hay quienes lo justifican como si con la tecnología se hubieran impuesto nuevas normas de comportamiento, laxas hasta la complicidad en materia de justicia y de compromiso con la verdad, que no son justificables, pero sí explicables.

En esta galaxia internet se respira un ambiente de libertades nacientes y de hora cero de la historia propio de los colonizadores. El descubrimiento de una tierra nueva tiene una esfera propia cercana a la anarquía porque todavía hay un orden y unas normas por imponer para bien de la naciente comunidad. Es una condición vecina a la anomía porque los acuerdos y normas están por venir. Ese ambiente es, quizás, uno de los atractivos de las películas de vaqueros en las que todo parece por hacer.

Internet en muchos aspectos tiene ese aire del salvaje oeste, en donde las cosas y la historia tienden a seguir el rumbo que les imponga el más fuerte. Los materiales que se descubren en la red, las imágenes, la música, las voces, parecen estar ahí a disposición de quien las necesite y las halle primero, como si el hecho de bajar materiales de la red, diera el mismo derecho de propiedad que da crearlas e infundirles el soplo irreemplazable del ingenio personal.

Me he referido a este conflicto ético puntual porque ofrece unos elementos comunes, por un lado la relación autor-obra que ha imperado en todos los medios de comunicación; y por el otro la singularidad de lo digital que impone las aplicaciones éticas de las normas de siempre sobre justicia y compromiso con la verdad. No hay pues ni una nueva ética, ni un relevo de los valores que  demanda el ejercicio de la comunicación.

Otro asunto ético de ayer y de hoy. Me refiero al tema de la brecha.

Aunque los monumentales libros manuscritos eran propiedad de los pocos que podían costearlos, entonces no se habló de brecha  del conocimiento, pero sí comenzaba a sentirse la desigualdad en el acceso a las oportunidades del conocimiento que hoy se miran como un conflicto ético de equidad y de relación con el otro.

La idea de la sociedad como un inmenso café internet tropieza con  la realidad de los más de 30 millones que en Colombia aún no tienen acceso a esta tecnología. Las 6.2 millones de conexiones registradas en 2012 ratifican que en el mundo hay dos clases: la de los info-ricos  y la de los info-pobres. Escribe Graham: “las oportunidades de empleo, de educación, de ocio, de bienestar para los info-ricos aumentan en forma casi exponencial; quienes quedan al margen contemplan cómo aumentan su marginación y alienación. La nueva  estructura global del mundo determina a unos como amos y a otros como esclavos”.

Son diferentes, y en qué forma las actitudes éticas de quien se conforma con el medio exclusivo de los info-ricos, de la posición inconforme de quien siente que es su deber contribuir al cierre de la brecha que separa de los info-pobres. El rechazo de esa brecha, determina actitudes de la misma manera que el repudio militante de la miseria y del hambre, de la violación de los derechos humanos, de los crímenes o de las exclusiones. El buen periodismo, lo sabemos no lo hacen ni los pasivos, ni los resignados.

La rebelión contra lo existente, la convicción de que todo lo real debe ser cambiado, también cuentan frente a internet y determinan dilemas éticos

Así regresamos al primer problema ético  planteado por el poder que el usuario maneja en internet; pero esta vez no lo veremos desde internet sino desde cada persona.

Hay un dilema fundamental que cada uno debe resolver: ¿qué hacer con las propias posibilidades? Todo humano es un ser posible; en cada uno laten, como en las semillas, realidades vitales en potencia que pueden llegar a ser o a no ser, según el apoyo que encuentren, tanto en la persona misma, o fuera de ella.

En nuestro recorrido inicial encontramos la permanencia de esa respuesta a la vocación por lo posible: el que juntó las primeras letras, el que las copió en papiro; el que las reunió en libros manuscritos, el que multiplicó esos libros con los tipos de imprenta, el que hizo periódicos, emisiones de radio, o de televisión hasta llegar a ese solitario frente a la pantalla iluminada, que progresivamente descubre todo el potencial de internet puesto al servicio de su propio potencial humano.

Nace allí un grave y fundamental dilema ético; el mismo que enfrentaron cuantos  lo precedieron en el acto de comunicar valiéndose del poder de un instrumento: ¿para qué ese poder? ¿Para pasar el tiempo? ¿O para derrotarlo? ¿Para acceder solitariamente a la realidad? ¿Para buscar placeres solitarios nuevos? ¿Para dividir a los otros? ¿Para unirlos? ¿Para degradarse como ser humano? ¿O para crecer como personas? Las preguntas se multiplican y cada una nos va revelando nuestro papel de sujetos de una historia.

Puesto que la ética es ese impulso interior a la excelencia que nos acompaña desde nuestro nacimiento, es urgente que coincidan esas dos posibilidades: la del instrumento y la de la persona, para hacer de internet muna herramienta que potencie nuestra vocación humana hacia la excelencia.

A eso se deben todas las preguntas y propuestas sobre el uso de internet que serían la tercera parte de este ejercicio, que queda en manos de su maestro de taller a partir de este momento. Quedan ustedes en las mejores manos.

 

JDR.

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