¿Qué ocurrió realmente con los 22 jóvenes muertos en Tlatlaya, México? Esa fue la pregunta que se hicieron Pablo Ferri y Nathalie Iriarte en 2014, cuando comenzaron a trabajar en El caso Tlatlaya, trabajo por el que fueron finalistas de la categoría cobertura del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo 2015.
Ese mismo año, Ferri fue finalista también junto a Alejandra Sánchez Inzunza y José Luis Pardo por el trabajo “Narcotráfico en América del Sur” del colectivo Dromómanos para El Universal, el cual ya había obtenido el Premio Ortega y Gasset de Periodismo.
A propósito de la convocatoria a participar en el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo 2017, que está abierta hasta el próximo 17 de mayo, la Red Ética Segura entrevistó a Pablo para recordar las lecciones periodísticas que él obtuvo durante la época en que elaboró el reportaje que resultó finalista del Premio Gabo 2015.
“Lo bueno que tiene el periodismo que practican allá arriba es que no se casan con nadie. Hay corrupción, como en todas partes, pero también un espíritu genuino de querer entender, ausente en el resto del mundo”, respondió Ferri cuando se le pregunta cómo logra el equilibrio periodístico al escribir sus reportajes.
¿Podrías contarnos brevemente la historia de cómo un periodista valenciano termina tan interesado por las historias del crimen mexicano?
Durante un tiempo quise pensar que mi historia era la de un exiliado laboral. Sonaba guay. Luego -poco después- supe que me fui porque quise, porque me dio la gana y ya. El crimen mexicano, como le llamas, es apenas una arista del poliedro exuberante al que le dicen México. El crimen bebe de la pobreza, la corrupción, la ineficacia: nace y muere en ellos y ellos en él. No me interesa más el crimen que la corrupción política, solo que es más fácil de cubrir. Necesitas saber menos. Y por eso empecé por ahí.
Al leer la serie de reportajes que Esquire México publicó sobre el caso Tlatlaya, es evidente que pusiste en riesgo tu vida para poder acercarte lo suficiente y contar bien la historia. ¿En algún momento te cuestionaste si valía la pena arriesgar tu vida para sacar la verdad de este caso a la luz?
La verdad, no sentí que mi vida estuviera en peligro en ningún momento. Sí me sentí en peligro, fue en la Ciudad de México, cuando me estaba documentando; cuando preguntaba cómo ir a la zona sin correr demasiado peligro: antes. Allí, en la ciudad, lo sentí, no después. Y lo sentí por lo que decían los colegas con los que hablé, no por nada más.
Cuando llegas a la zona donde vas a reportear, todo parece fácil: fluye. Quieres sentirte parte del lugar y haces lo posibles por conseguirlo. Y conoces a mucha gente. Y te parece imposible que nadie te haga nada. De hecho, el mismo entorno se convierte en una especie de almohada emocional. Resulta imposible que de allí -de ese mercado, de ese pantano, de ese restaurante- surja siquiera la intención de hacerte daño.
Mantener el equilibrio al narrar un caso como el de la masacre de Tlatlaya debe ser una tarea difícil. ¿Cuál fue para ti la clave para no fungir como juez, y terminar señalando a buenos y malos en los reportajes sobre este caso?
Fácil: leer a los gringos. Lo bueno que tiene el periodismo que practican allá arriba es que no se casan con nadie. Hay corrupción, como en todas partes, pero también un espíritu genuino de querer entender, ausente en el resto del mundo. Hablo en general, claro. Me refiero a Lilian Ross, Joan Didion, al exagerado Hunter S. Thompson. Pero también a ese cabrón que escribió sobre la muerte del abogado Rosenberg en Guatemala, David Grann, una maravilla. De hecho, leí justo ese texto traducido en Etiqueta Negra antes de escribir lo de Tlatlaya. Quería hacer algo muy gringo, pegado a los hechos, cronológico pero elegante. Creo que salió bien.
Los grandes proyectos periodísticos requieren dinero y persistencia. ¿Cómo lograste conseguir los fondos y el tiempo necesarios para poder escribir Narcoamérica?
Narcoamérica lo escribimos a seis manos con Alejandra Sánchez y José Luis Pardo. Ya habíamos acabado el viaje por América Latina, el primer proyecto de Dromómanos. No gastábamos tanto. Ahora, si preguntas cómo nos mantuvimos durante el viaje, eso es otra cosa. Fueron dos años complicados. Salimos con pocos ahorros y ganábamos poco: algo de plata de Yorokobu, una revista española; algo de plata de otras revistas de la misma editorial, Brands & Roses; algo de Interviu, Tiempo, El Unviersal, El País... Y, claro, gracias a nuestras familias, que nos apoyaron cuando no había de dónde.
Has trabajado para grandes medios como El País o Esquire y también para proyectos independientes. ¿Cómo decides qué artículos van para los medios grandes, y cuáles serán publicados por portales como Dromómanos?
Dromómanos fue un proyecto de tres personas de 2011 a 2014. Luego me salí. Ahora lo llevan Alejandra y José Luis, yo no tengo nada que ver. Mi proyecto independiente se llama Cadena de Mando, que manejo con las talentosísimas Daniela Rea y Mónica González (cadenademando.org). Cadena de Mando trata de responder a una pregunta: ¿por qué mata un soldado? En México, el Ejército se ha encargado de la seguridad interior en los últimos diez años. Esa situación ha generado cantidad de denuncias de violaciones a derechos humanos, asesinatos, tortura... Casi siempre en estos años se ha dado voz a las víctimas, las familias de los asesinados, de los torturados. Cadena de Mando trata de entender quienes son los militares que han patrullado las calles de México estos años.
Más sobre Pablo Ferri
Pablo se mudó a México en 2011 y compró un auto con dos colegas. Durante los siguientes años, el auto, un VW de tercera mano, funcionó de redacción móvil: los tres viajaron hasta Chile mientras vendían notas a quien las comprara. En febrero de 2014 volvió y se estableció en el DF. Ferri es co-fundador del colectivo Dromómanos de proyectos periodísticos, premio nacional de periodismo en México (2013), premio Ortega y Gasset (2014), premio PEN a la excelencia periodística (2015) y co-autor de Narcoamérica (Tusquets México, 2015).
¡Participa en el Premio Gabo!
El Premio Gabo es organizado por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano –FNPI- con el apoyo de una alianza público-privada conformada por la Alcaldía de Medellín y los Grupos Bancolombia y SURA con sus filiales en América Latina. (Encuentra las bases para postular en este enlace).
Hasta el 17 de mayo, los periodistas que hayan publicado trabajos en español o en portugués entre el 1 de abril de 2016 y el 31 de marzo de 2017, en cualquier formato o tipo de medio, pueden postular a una de las cuatro categorías del concurso: Texto, Imagen, Cobertura e Innovación.