Encuestitis

Encuestitis

Si la televisión como espectáculo siempre ha sido enemiga del buen periodismo, la combinación con las redes sociales u otras herramientas de votación en línea, puede convertir el debate en un circo romano.
Ilustración: geralt en Pixabay | Usada bajo licencia Creative Commons
Francisca Skoknic

¿Cómo será recordado Pinochet? ¿Dictador o reformista?” La pregunta la lanzó desde la TV el periodista Iván Núñez, conductor del programa de debate político Modo Termómetro de Chilevisión. En la parte inferior de la pantalla dos barras cambiaban rápidamente, como si miles de personas estuvieran votando al mismo tiempo. En el panel las cosas estaban polarizadas: desde Augusto Pinochet III (el nieto) hasta un diputado comunista discutían acaloradamente. Mientras, en las redes sociales –el escenario de la votación– se desataba una verdadera guerra. Si al comienzo del programa la alternativa #dictador arrasaba con un 75%, al cierre, en “una apretadísima votación” en palabras de Núñez, Pinochet se impuso como #reformista con un 51%.

Si la televisión como espectáculo siempre ha sido enemiga del buen periodismo, la combinación con las redes sociales u otras herramientas de votación en línea, puede convertir el debate en un circo romano. En términos periodísticos, el aporte es nulo: no sabemos siquiera cuántas personas participaron. No es difícil imaginar que el sondeo movilizó a los fanáticos de Pinochet, que vieron en la votación una oportunidad de limpiar su imagen en horario prime.

Con la masificación de los medios digitales el hacer encuestas en línea se volvió fácil y barato. Su uso parecía perder fuerza en los últimos años, pero desde que Twitter tiene una herramienta gratuita que permite hacer sondeos, algunos medios chilenos han vuelto a caer en la tentación.

Recientemente el medio digital El Líbero preguntaba a sus seguidores: “Aun sabiendo las consecuencias económicas que acarrea, ¿está de acuerdo con declarar el 2 de enero como feriado?”. Con esa formulación de la pregunta, que no pasa ningún test metodológico, no era difícil predecir el resultado: 58% de las 659 personas que votaron estuvo en desacuerdo. Los resultados de estas encuestas se publican luego como “Actualidad informativa” en la sección “Noticias del día”.

Mucho más cauta y seria es la Radio BioBio, que inmediatamente después de hacer una pregunta acota que se trata de una “encuesta no válida estadísticamente”. Pero, ¿para qué hacerla entonces? Entiendo que los medios quieran tener más interacción con sus audiencias y engancharlos a sus plataformas, pero los ciudadanos esperan información de los medios o programas periodísticos y este tipo de instrumento se presta para dar a la ciudadanía informaciones confusas.

En entredicho

En tiempos en que hasta las encuestas serias están en entredicho, los medios de comunicación deberían ser cada vez más cuidadosos a la hora de informar sobre ellas. El no incluir los datos completos de las fichas técnicas, o dar por ganador a un candidato aunque el resultado esté dentro del margen error, han sido tradicionalmente algunos de los problemas en que incurre el periodismo cuando cubre estudios de opinión. Estas nuevas herramientas, que permiten directamente hacer consultas en línea, a las que se viste como “encuestas”, lo hacen aún más delicado.

Incluso los medios más serios han cruzado líneas peligrosas. En las últimas elecciones estadounidenses, el New York Times realizó lo que llamó un “experimento”: sus lectores podían suscribirse para recibir cada día a través del messenger de Facebook una proyección de los resultados electorales. El NYT tiene uno de los mejores equipos de análisis estadísticos y se basaba en las encuestas más respetadas, pero en las semanas previas a los comicios sus lectores recibieron diariamente proyecciones en que Hillary Clinton tenía más del 80% de probabilidades de ser la próxima Presidenta de Estados Unidos. Ya sabemos en qué terminó eso.

¿Es responsabilidad del New York Times el error de las encuestas? Seguro que no. Pero al procesar y ponderar los datos, y entregar la predicción empaquetada como una bella visualización, se hizo cargo del resultado que entregaba. ¿Afectó eso su credibilidad? ¿Tenían los lectores información, contexto y conocimiento suficiente para entender qué significaba la notificación que recibían cada mañana? ¿Hubo partidarios de Clinton que decidieron no ir a votar después de que el NYT les anunciara cada mañana las altísimas probabilidades de que su candidata ganara? Es difícil saberlo, pero este caso al menos alerta una vez más sobre las limitaciones de las encuestas –por serias que sean– y los riesgos que tienen para el buen periodismo hasta las herramientas más innovadoras.

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