¿Cuánto gana un periodista Latinoamericano? ¿Cuántos días y cuántas horas labora cada semana? ¿Cuál es la carga de trabajo que tiene? ¿De qué prestaciones económicas y sociales goza? ¿Qué protección legal tiene de su fuente de empleo e ingresos? ¿Cuál es su formación académica? ¿Es lo mismo en México, en Argentina, en Bolivia, en Brasil, en Colombia, en Chile, en Ecuador, en Paraguay, en Perú, en Uruguay o en Venezuela? ¿Y en Centroamérica? ¿Y en el Caribe?
¿De qué hablamos cuando analizamos el periodismo latinoamericano? ¿Cuáles estándares éticos nos son aplicables a todos, más allá del planteamiento teórico ideal? ¿En qué realidad?
No es fácil encontrar estudios actualizados sobre el entorno laboral de los periodistas, menos aún permanentes y sistemáticos como para establecer tendencias claras en función de particularidades concretas. Lo poco registrado tampoco tiene carácter nacional, pues cada país es un crisol de asimetrías.
Pese a lo escaso, existen esfuerzos internacionales que brindan información valiosa, como el World of Journalism Study, que presenta un escenario fácil de reconocer por muchos de nosotros: precariedad, inseguridad, desamparo, sobrecargas de trabajo, discriminación, presiones dentro del propio medio, indefensión…
Estas investigaciones trascienden la anécdota (los periodistas estamos llenos de ellas) en busca del dato duro, objetivable, como me dice la doctora Mireya Márquez, una periodista y académica enfocada en el tema desde la Universidad Iberoamericana, donde hasta hace poco era la responsable del Programa y Becas Prende. Tiene sentido. Un fenómeno tan complejo como los escenarios laborales de los periodistas reclama mucho más que mera percepción o intuición, por más sustentadas que estén en la experiencia propia o cercana. Para modificar nuestra realidad es necesario pasar de las conjeturas a los hechos.
Un punto de partida son tres principios identificables de profesionalización de los periodistas:
• La autonomía sobre los procesos de producción de los productos periodísticos, regidos normalmente desde las asociaciones y grupos profesionales, así como de la colegiación y, en particular, a partir de la influencia que ejercen los principales periodistas sobre el resto de sus colegas.
• Las normas profesionales, es decir, los códigos éticos, los manuales de estilo y los valores comunes compartidos por la mayor parte de nosotros (veracidad, rigor, imparcialidad, equilibrio, honestidad, etcétera).
• El sentido de servicio público impregnado en la razón de ser del periodismo y que reivindica las dos dimensiones anteriores, para lo cual medios y periodistas hemos creado un buen número de mecanismos de autorregulación.
Estas dimensiones profesionalizantes –que los investigadores de sistemas mediáticos y políticos Daniel C. Hallin y Paolo Mancini identificaron hace más de una década– nos habilitan como periodistas y nos distinguen del resto de la sociedad al ejercer su derecho a la información mediante prácticas comunicacionales en internet.
Sin embargo, en muchas redacciones latinoamericanas no existe correspondencia plena, lo que demerita no sólo la calidad del producto periodístico sino su pertinencia social.
Al menos en el caso mexicano, la escasa sistematización deontológica se explica en parte por las condiciones históricas de sometimiento de los medios al poder político en buena parte del siglo XX, y hoy –en toda la región– a dependencias económicas que se agudizan con la crisis de modelo de negocio que pone en riesgo la sobrevivencia de la industria.
Esta es ocasión para reivindicarnos como garantes del derecho a la información de la sociedad a la que servimos. El periodismo lo hacemos los periodistas, no los empresarios mediáticos. El ejercicio de nuestra profesión y hasta nuestra estabilidad social no depende de nuestra capacidad para conseguir y convervar un empleo en un medio. Por el contrario, es el empresario periodístico quien depende de los periodistas; sin nosotros, de lo único que ellos son dueños es de una nave industrial.
Para hacer periodismo no se pide permiso.
La conciencia ética de los periodistas latinoamericanos necesita pasar por la reconceptualización de nosotros mismos. El estatus social del periodista, hoy tan maltrecho, se dignificará en la medida en que:
1. Seamos nosotros mismos los primeros interesados y promotores de nuestra profesionalización, reivindicando la naturaleza intelectual de nuestro trabajo;
2. Conozcamos, practiquemos y desarrollemos los mecanismos de autorregulación existentes;
3. Promovamos y participemos en intensos diálogos éticos que alienten la construcción de códigos deontológicos en cada medio;
4. Entendamos, aceptemos e impulsemos la creación de comités de ética y de defensores del lector en nuestras redacciones;
5. Impulsemos nuevas relaciones profesionales con los dueños de los medios para trabajar juntos en estatutos de redacción que reivindiquen nuestros derechos intelectuales y marquen claramente nuestras responsabilidades;
6. Hagamos de agrupaciones y colegios instrumentos de actualización constante y foro de reflexión profesional;
7. Practiquemos la autocrítica y demos la bienvenida a la fiscalización permanente de la sociedad, contribuyendo con humildad a la creación de observatorios de medios, y
8. Nos opongamos con la fuerza de la razón y el derecho, pero, sobre todo, con un ejercicio profesional ético y responsable, a cualquier iniciativa gubernamental, privada o de poderes fácticos para controlar a los periodistas.
9. Asumamos que somos trabajadores, con derechos gremiales que defender y con responsabilidades laborales que cumplir.
Todo esto nos reclama estudiar los modelos de periodismo vigentes. Sólo así sabremos dónde estamos parados y podremos resignificar nuestros parámetros deontológicos. Es simple. Para avanzar hacia la utopía, necesitamos distinguir entre la ética de lo deseable y la ética lo posible.
No hacerlo nos deja en lo que alguna vez me explicó Enrique de Aguinaga, miembro de la Real Academia de Doctores y catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, con una punzante metáfora: El periodista, si no ha estudiado la índole de su oficio, ignora su condición de manecilla de reloj que cumple con exactitud sus rotaciones sin saber nunca la hora que es.
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Gerardo Albarrán de Alba es periodista desde hace 38 años y tiene estudios completos de Doctorado en Derecho de la Información. Es Defensor de la Audiencia de Radio Educación. Ha sido el creador de la única Defensoría de la Audiencia de una radio comercial que ha existido en México y fue el primer Ombudsman MVS. Es miembro del consejo directivo de la Organización Interamericana de Defensoras y Defensores de la Audiencia (OID) y lo fue del consejo directivo de la Organization of News Ombudsman (ONO). Integra la Asociación Mexicana de Defensorías de las Audiencias (AMDA). Dirige SaladePrensa.org
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