Tras tiroteo en Texas, Donald Trump desvía el debate sobre el control de armas apuntando a la salud mental.
La Primera Iglesia Bautista en Sutherland Springs - Texas, fue el escenario de la más reciente masacre en Estados Unidos, con un saldo de 26 personas muertas. El autor, Devin Patrick Kelley, de 26 años, un exintegrante de la Fuerza Aérea quien había escapado de un centro de salud mental hacía cinco años.
Al ser interrogado por periodistas durante su gira asiática sobre lo sucedido, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, respondió diciendo que masacres como estas responden a un problema de salud mental.
"Tenemos muchos problemas de salud mental en nuestro país, al igual que otros países. Pero esto no es un asunto de armas", aseguró Trump en Tokio, añadiendo que "por fortuna, alguien más tenía una pistola que estaba disparando en la dirección opuesta".
La matanza de Texas aconteció apenas un mes después del tiroteo más violento en la historia reciente del país, donde Stephen Paddock disparó indiscriminadamente desde su cuarto en el hotel Mandalay Bay de Las Vegas Nevada, matando a 58 asistentes concierto de música country.
Las declaraciones de Trump inmediatamente generaron críticas, pues para nadie es secreto que la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) fue uno de los principales aportantes a su campaña presidencial con más de 30 millones de dólares, algo que no resulta extraño en un país donde hay más armas que personas.
Peligrosa estigmatización
Pero la principal causa por la que las declaraciones de Trump fueron recibidas con suspicacia no es política. Especialistas médicos manifestaron inmediatamente su preocupación al ver que el presidente señala a quienes padecen alguna enfermedad mental como una amenaza para la seguridad nacional.
“La gran mayoría de personas con enfermedades mentales no son violentas”, dijo Antonio E. Puente, PhD, Presidente de la Asociación Americana de Psicología, añadiendo que “llamar a este tiroteo un ‘problema de salud mental’ distrae a los líderes de nuestra nación de desarrollar políticas y legislación que se concentren en prevenir la violencia armada a través de un enfoque científico y de salud pública”.
Con la posición del doctor Puente se mostró de acuerdo otro médico, Terrance McGill, M.D., MPH, quien en su columna del portal The Root asegura que las enfermedades mentales solo son responsables del 3 al 5 por ciento de los crímenes violentos. Esto significa que las personas que cometen delitos violentos tienen muchas más probabilidades, 19 veces más, de no tener una enfermedad mental.
A pesar de esto, son muchos los norteamericanos que piensan como Trump. Una encuesta realizada por The Washington Post y ABC News en 2015 encontró que el 63% del país opinaba que los problemas de salud mental eran la principal causa de las masacres; mientras que solo el 23% señalaba a la falta de regulación sobre el control de armas.
“Esta encuesta promovió un estereotipo engañoso sobre una amplia población de estadounidenses al presentar una falsa disputa entre salud mental y política de armas. Cualquier solución implica profundamente a ambos aspectos, y mucho más”, opinó en su momento Mark Follman, editor del portal de noticias Mother Jones.
De acuerdo a la Fundación Kaiser, el 18% de la población adulta de Estados Unidos padece problemas de salud mental. Esta cifra debería llamar la atención sobre lo peligrosamente estigmatizadoras que las palabras de Trump pueden ser.
Calificar a quienes cometen un acto de estas dimensiones como psicópatas o dementes puede terminar siendo una manera de simplificar el análisis del problema. La prensa debe ser cuidadosa con los términos que usa en estos casos, y con la manera en la que amplifica las declaraciones de un líder político que podría estar desviando a propósito el debate sobre un asunto tan delicado.
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