¿Cómo detecto cuando un artículo está influenciado por los intereses del medio?
Respuesta: Se deben conocer los intereses del medio, en primer lugr. Los más comunes son los económicos, que invierten las prioridades de la profesión, y en vez del interés de toda la sociedad, predomina en el medio la voluntad de negocio por sobre todas las cosas, y despoja de cualquier connotación de servicio el producto informativo. También puede dominar en el medio el interés pol�ç itico que convierte las informaciones en propaganda a favor o en contra de gobiernos, partidos o políticos. O el interés personal de directores o accionistas de los medios, dispuestos a convertir la información en medio para construir prestigios, generalmente nacidos de la nada. Se detectan esos intereses predominantes mediante una constante acción crítica de los temas, de las fuentes, de la edición y de la emisión o impresión de las informaciones. Esta debe ser una tarea permanente y profesional, como la del ingeniero de aguas que tiene la misión de garantizar la pureza de las aguas de un acueducto. El periodista debe garantizarle al receptor de sus informaciones que en las noticias que transmite no hay la contaminación de los intereses empresariales o personales. Tarea nada fácil que supone la independencia personal del periodista, duda y análisis permanente y, sobre todo, la voluntad de servir al único amo que el periodista respeta: su lector, oyente o televidente. No hay, pues, fórmulas mágicas sino un intenso trabajo profesional similar al que se despliega para saber si una fuente engaña, o quiere utilizar al periodista. Y una clara conciencia de las razones que hacen del ejercicio periodístico un servicio público indispensable.
Documentación
(...) estos (los medios) no pueden entenderse sino como servicio público. Porque la información y la comunicación son un servicio a la colectividad, imprescindible para la supervivencia democrática y para el desarrollo de la cultura. El concepto de servicio público parece no tener ya otro sentido que el material: aquel cuya titularidad la tiene el estado. Pero es otra reducción. Si es cierto que la información es esencial para el desarrollo de la democracia, si la cultura es un bien básico y la cultura se distribuye, en gran medida, a través de los medios de comunicación, éstos se adecuarán a la definición de servicio público en la medida en que sean capaces de realizar ese servicio. ¿Qué deben hacer para ser capaces? Primero, concebirse no sólo como sujetos de un derecho �la libertad de expresión-. Sino también como sujetos de deberes que son la garantía de otros derechos básicos. Deben sentirse corresponsables de una serie de tareas entre las cuales está no sólo la de informar bien o entender con dignidad, sino la de formar �o no deformar- a un público vulnerable e inmaduro. Cultura no es sólo alta cultura es también un modo de vivir y de percibir el mundo, a partir de creencias, costumbres, actitudes e ideales. La democracia, el socialismo, han de hacerse portavoces de una paideia explicita y una toma de conciencia sobre la cultura que se quiere preservar y transmitir. No sólo los educadores profesionales son responsables de tal tarea lo son, a su vez, todos aquellos que pretenden convivir bajo unos ideales democráticos o dicen comulgar con ellos. En segundo lugar, los medios de comunicación serán un servicio a la ciudadanía sí realmente consiguen interesarla y hacerla partícipe de aquello que debe importarle. El público no es tonto y aunque masivamente puede dar una determinada respuesta, luego niega el afecto y el reconocimiento a aquello mismo que antes aplaudió. A los medios de comunicación les ocurre lo mismo que le ocurre a la política: el público aplaude los exabruptos para inmediatamente condenarlos. Una cosa es la diversión instantánea otra la política o la comunicación seria. El público distingue ambas cosas. De la separación, cada vez más abismal, entre políticos y ciudadanía no sólo es culpable la clase política y la misma ciudadanía: los encargados de "comunicar" a unos con otros tienen también que analizar su parte de responsabilidad, aunque sólo lo hagan por interés propio. Victoria Camps. El malestar de la vida pública. Grijalbo, Barcelona, 1996, p. 168-169.